Ravachol



Todos los orígenes suelen perderse en vagos recuerdos. Y a pesar del oficio del historiador que posee las herramientas necesarias para arrojar luz sobre esos tiempos míticos, el público prefiere los relatos adornados de leyendas, de grandes héroes que puedan inspirar los tiempos presentes y que ofrezcan virtudes que sirvan de ejemplo de lo que se debe hacer o lo que hay que evitar. Ni siquiera la historia más reciente puede escapar a esta extraña afección. Y hechos debidamente registrados, documentados y sobradamente estudiados no pueden resistirse y sufren un curioso proceso de mitificación que los ensalza y los convierte en asuntos de un glorioso pasado. 

El 11 de julio de 1892, en la localidad francesa de Montbrison se cumplía la sentencie que condenaba a muerte en la guillotina a François Claudius Koënigstein, Ravachol. Se cumplía así la segunda de las condenas impuestas por el tribunal. En una primera, se le condenaba a cadena perpetua por el atentado perpetrado contra el restaurante parisino Véry, un local sin ninguna implicación política según la mayoría de las fuentes pero frecuentado por burgueses. La pena capital le llegó por la condena de un total de tres homicidios. Nacía así un mito que, como toda leyenda, no pudo escaparse de la polémica. 

La cuestión es simple: ¿Era Ravachol un violento activista anarquista o simplemente se trataba de un vulgar delincuente que decidió en los últimos momentos jugar las cartas del terrorismo libertario? 

Son muy abundantes las referencias a Ravachol tras su muerte. En algunas ocasiones, se utilizó su figura como nueva bandera que prefigura al héroe anarquista, muerto por la causa, azote de las clases opulentas, de los propietarios y del Estado represivo burgués. Pero desde los mismos sectores anarquistas se llevó a ironizar sobre su persona, considerando a Ravachol prácticamente como un desalmado delincuente común y asesino que utilizó la causa anarquista en su beneficio. Pero, incluso, se llegó a convertir en personaje de la literatura de la época, viendo en él al héroe romántico por excelencia luchando contra la adversidad y el destino de su vida llena de miseria. 

Hoy es difícil dibujar de una forma histórica la figura de Ravachol. Incluso, durante su juicio, el tribunal se mostró especialmente preocupado por la difusión que pudiese tener el asunto entre la sociedad francesa. No en vano, más de un año después de su ejecución, el anarquista Auguste Vaillant atentó contra la Cámara de Diputados francesa en supuesta venganza por las represalias de Ravachol y otros activistas anarquistas (el propio Vaillant sería ejecutado un año después, en 1894). Esta falta de información impide arrojar luz fidedigna sobre el personaje hasta que no avance la investigación. 

Actualmente, el acercamiento más personal a este personaje se encuentra en el discurso que dio como defensa durante el juicio que le condenó a muerte. Bien es cierto que posiblemente habría que eliminar de él los elementos hagiográficos que se han ido introduciendo con posterioridad por quienes vieron en él a un justo defensor de la causa anarquista. En sus palabras al tribunal, Ravachol defendía el uso del terror como única respuesta posible a la propia violencia ejercida por un sistema cuyo fundamento último y razón de ser era precisamente ese: la violencia y la opresión del débil. De la misma manera, defendía la justicia social y el reparto equitativo de los recursos, según las necesidades de cada cual, como la vía exclusiva que existía para así evitar el crimen, lanzando también una severa crítica al injusto sistema judicial francés de finales del siglo XIX. 

Así, este discurso es el único que nos ofrece una lectura cercana a este curioso personaje. Un joven que con apenas 32 años inició una truculenta carrera criminal con el asesinato de un anciano religioso y que, con el tiempo, se convertiría en icono de un naciente anarquismo que se encontraba deseoso de crear velozmente su nómina de mártires y héroes. Por el momento, esta es el relato en torno a Ravachol hasta que la historia recupere su figura de la leyenda. 

Luis Pérez Armiño ©

Declaración de Ravachol, durante su proceso, en Junio de 1892:

"Si tomo la palabra, no es para defenderme de los actos de los que se me acusa, ya que sólo la sociedad, que por su organización pone a los hombres en lucha continua los unos contra los otros, es la responsable.
En efecto, no vemos hoy en todas las clases y en todas las profesiones personas que desean, yo no diré la muerte, porqué eso suena mal, pero si la desgracia de sus semejantes, si ésta les puede procurar algún beneficio. Ejemplo: ¿un patrón no desea ver desaparecer un competidor? ¿Todos los comerciantes en general no querrían, y de manera recíproca, ser los únicos en disfrutar de los beneficios que puede conllevar este tipo de ocupación? ¿El obrero sin trabajo no desea, para obtener trabajo, que por un motivo cualquiera el que esté ocupado sea despedido del taller? Pues bien, en una sociedad donde se producen semejantes hechos, no debemos sorprendernos del tipo de actos que se me reprochan, que no son más que la consecuencia lógica de la lucha por la existencia que tienen los hombres que, para vivir, están obligados a usar todo tipo de medios. Y ya que cada uno es para él mismo, el que está en la necesidad no se ve reducido a pensar:
“Pues bien, puesto que esto es así, yo no tengo por que dudar, cuando tengo hambre, en emplear todos los medios a mi alcance, aun y con el riesgo de provocar víctimas! Los patronos cuando despiden a los obreros, se preocupan si se van a morir de hambre? Todos los que tienen beneficios se ocupan de si hay gente que les falta lo necesario?”
Hay ciertamente algunos que prestan ayuda, pero son incapaces de aliviar a todos aquellos que están necesitados y que morirán prematuramente a consecuencia de privaciones de todo tipo, o voluntariamente por los suicidios de todo tipo para poner fin a una existencia miserable y no tener que soportar los rigores del hambre, las vergüenzas y las humillaciones sin número y sin esperanza de verlas acabar. En esta situación se encontró la familia Hayem y la mujer Souhain que dio muerte a sus hijos para no verles sufrir más tiempo, y todas las mujeres que por temor de no poder alimentar a un hijo, no dudan en comprometer su salud y su vida destruyendo en su seno el fruto de sus amores.
Y todas esas cosas pasan en medio de la abundancia de todo tipo de productos. Comprenderíamos que todo esto tuviese lugar en un país donde los productos son escasos, donde hay hambruna. Pero en Francia, donde reina la abundancia, donde las carnicerías rebosan de carne, las panaderías de pan, donde la ropa, el calzado están amontonados en las tiendas, donde hay viviendas vacías! ¿Cómo admitir que todo está bien en la sociedad, cuando se ve tan claramente lo contrario?
Habrá gente que se compadecerá de todas estas víctimas, pero que os dirán que no pueden hacer nada. Que cada uno se espabile como pueda! ¿Qué puede hacer quien le falta lo necesario mientras trabaja, cuando está desocupado? No hay más que dejarse morir de hambre. Entonces se lanzarán algunas palabras de piedad sobre su cadáver. Esto es lo que yo he querido dejar a otros. Yo he preferido hacerme contrabandista, falsificador, ladrón y asesino. Hubiese podido mendigar: pero es degradante y cobarde, y hasta castigado por vuestras leyes que hacen un delito de la miseria. Si todos los necesitados, en lugar de esperar, tomasen donde hay, y no importa con que medio, los satisfechos entenderían quizás más deprisa que hay peligro en querer consagrar el estado social actual, donde la inquietud es permanente y la vida está amenazada a cada instante.
Acabaríamos, sin duda, por comprender más rápidamente que los anarquistas tienen razón cuando dicen que para conseguir tranquilidad moral y física, es necesario destruir las causas que generan los crímenes y los criminales: no es suprimiendo a aquel que, en lugar de morir de una muerte lenta a consecuencia de privaciones que ha tenido y tendrá que soportar, sin esperanzas de verlas acabar, prefiere, si tiene un poco de energía, tomar violentamente aquello que le puede asegurar el bien estar, aun con el riesgo de su muerte, que no es más que un final para sus sufrimientos.
He aquí porqué he cometido los actos que me reprochan y que no son más que la consecuencia lógica del estado bárbaro de una sociedad que no hace más que aumentar el número de sus víctimas por el rigor de sus leyes que se alzan contra los efectos sin jamás tocar las causas; dicen que se tiene que ser cruel para matar a un semejante, pero los que hablan así no ven que decidimos hacerlo tan solo para evitarnos la muerte a nosotros mismos.
Igualmente, ustedes, señores jueces, que sin duda me vais a condenar a la pena de muerte, porque creeréis que es una necesidad y que mi desaparición será una satisfacción para vosotros que tenéis horror de ver fluir la sangre humana, pero que, cuando creéis que será útil derramarla para asegurar la seguridad de vuestra existencia, no dudareis más que yo en hacerlo, con la diferencia que vosotros lo haréis sin correr ningún riesgo, mientras que, yo actué poniendo en riesgo y peligro mi libertad y mi vida.
Bien, señores, hay más criminales para juzgar, pero las causas del crimen no se destruyen. Creando los artículos del código, los legisladores han olvidado que ellos no atacan las causas sino simplemente los efectos, y, entonces, no destruyen de ninguna manera el crimen; en verdad las causas siguen existiendo y, por tanto, los efectos todavía se desencadenarán. Siempre habrá criminales, aunque destruyáis uno, mañana nacerán diez.
¿Qué hacer entonces? Destruir la miseria, este germen de crimen, asegurando a cada cual la satisfacción de todas sus necesidades! Y cuan difícil es de realizar! Sería suficiente establecer la sociedad sobre nuevas bases donde todo estaría en común, y donde cada uno produciendo según sus aptitudes y sus fuerzas, podría consumir según sus necesidades. De esta manera no veremos más gente como en el ermitaño de Notre-Dame-de-Grâce, mendigando un metal del que se vuelven esclavos y víctimas! No veremos a más mujeres ceder sus cuerpos, como una vulgar mercancía, a cambio de ese mismo metal que nos impide bastante a menudo reconocer si el afecto es realmente sincero. No veremos a más hombres como Pranzini, Prado, Berland, Anastay y otros que, por obtener ese mismo metal llegan a dar muerte! Esto demuestra claramente que la causa de todos los crímenes es siempre la misma y que hay que ser realmente insensato para no verla.
Sí, lo repito: es la sociedad quien hace los criminales, y vosotros, jueces, en lugar de golpearlos, deberíais usar vuestra inteligencia y vuestras fuerzas para transformar la sociedad. De golpe suprimiríais todos los crímenes; y vuestra obra, atacando las causas, sería más grande y más fecunda que vuestra justicia que se limita a castigar sus efectos.
Yo no soy más que un obrero sin instrucción, pero porque he vivido la existencia de los miserables, siento más que un rico burgués la inequidad de vuestras leyes represivas. ¿De dónde tomáis el derecho a matar o encerrar a un hombre que, puesto sobre la tierra con la necesidad de vivir, se ha visto en la necesidad de tomar aquello que le faltaba para alimentarse?
Yo he trabajado para vivir y hacer vivir a los míos; hasta tal punto que ni yo ni los míos hemos sufrido demasiado. Me he mantenido lo que vosotros llamáis honesto. Después el trabajo faltó, y con el paro vino el hambre. Es entonces cuando esta gran ley de la naturaleza, esta voz imperiosa que no admite réplica: el instinto de conservación me empujó a cometer ciertos crímenes y delitos que ustedes me reprochan y de los que reconozco ser el autor.
Júzguenme, señores jueces, pero si me han comprendido, juzgándome juzgan todas las desdichas que la miseria, aliada a la ferocidad natural, ha hecho criminales, cuando la riqueza con la misma facilidad hubiese hecho honestos hombres! Una sociedad inteligente no hubiese hecho hombres pobres, y por tanto criminales, ni hombres ricos, y por tanto honestos, sino simplemente hombres".



La detención de Ravachol, el anarquista francés,
el 30 de marzo 1892
 a partir de la primera página de Le Progrès 10 de abril 1892



Restaurante Very (lugar donde el camarero Lherot delata a Ravachol) 




Crónica sobre el “asesinato legal” de Ravachol




La explosión del Very fue la respuesta a la delación y posterior ejecución de Ravachol (atentado atribuido al anarquista Meunier) 

El camarero Lherot muerto en la explosión
Déclaration [interdite] de Ravachol à son procès

Ravachol (première parution : juin 1892)


DÉCLARATION [INTERDITE] DE RAVACHOL À SON PROCÈS

RAVACHOL, de Paul ADAM au PETIT JOURNAL

Fuentes de las fotografías:

Retrato de Ravachol

Autor: Alphonse Bertillon

Portada del 16 de abril de 1892 de Le Petit Journal que ilustra el arresto de Ravachol

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