Julián
Vadillo
Texto publicado
en Tierra y Libertad, 2005
No podíamos dejar pasar la oportunidad de hablar de
un anarquista, de un obrero, de un luchador como fue Cipriano Mera. Si de
alguna manera podemos definir la vida de Cipriano Mera, cuando este mes de
octubre se cumple el treinta aniversario de su muerte, es la de un anarquista
con el sentido de la responsabilidad. Acercándonos a la vida y la lucha del
anarquista madrileño podremos comprobar el porqué de estas afirmación.
Cipriano Mera nació el 4 de noviembre de 1897 en el
madrileño barrio de Tetuán de las Victorias. Como en cualquier familia
obrera, su infancia fue dura. No pudo asistir a la escuela, lo que le obligó
desde pequeño a buscarse la vida y a contribuir económicamente en una casa
muy humilde. A los 16 años Mera tomó la determinación de hacerse albañil, y
para que sus derechos no fueran pisoteados, su padre lo afilió a la Sociedad
de Albañiles "El Trabajo" de la UGT. Desde entonces Mera está
inmerso en cuestiones sociales y luchas obreras. Pero pronto comprueba que lo
que defiende la UGT y lo que él defiende no es lo mismo, por lo que el
sindicalismo socialista se le queda estrecho. Cipriano Mera ansía una
transformación revolucionaria que el reformismo no le daba.
La huelga revolucionaria de agosto de 1917 le
impulsa definitivamente al campo del anarquismo. Ya en 1919 vemos que
Cipriano Mera, junto a otros militantes destacados como Feliciano Benito,
Teodoro Mora o Mauro Bajatierra, impulsan la CNT de Madrid y más
particularmente el sindicato de la construcción.
Una cuestión que siempre aparecerá vinculada a la
historia del anarquismo (aunque los detractores del mismo quieran hacer ver
lo contrario) es el ansia de conocimiento y el impulso de la cultura. Con
veinte años Mera aprende a leer y escribir en clases nocturnas y a través de
los ateneos libertarios, que ya por esas fechas sobrepasaban en Madrid la treintena.
Ese afán de conocimiento le hace interesarse por el teatro en obras tan
heterogéneas como El alcalde de Zalamea de Pedro Calderón de la Barca o Juan
José de Joaquín Dicenta. Los grupos libertario mas jóvenes impulsaron mucho
este arte y Mera tomo interés por él.
Pasada la dictadura de Primo de Rivera y con la
proclamación en abril de 1931 de la II República, el movimiento libertario
alcanza su máxima plenitud. Mera se ha insertado en la generación de
militantes más brillante de la historia del anarquismo español. En su vida
coinciden Salvador Seguí (asesinado en 1923 por pistoleros patronales), Ángel
Pestaña, Francisco Ascaso, Buenaventura Durruti, Juan García Oliver, Federica
Montseny, Eleuterio Quintanilla, Diego Abad de Santillán, Juan Peiró, Felipe
Alaiz, Elías García, Isaac Puente, Higinio Noja, Valeriano Orobón Fernández,
Progreso Fernández, etc.
Mera vive de cerca todos los procesos
revolucionarios impulsados en el período republicano. Sigue muy atento a lo
que son las reivincaciones obreras de su sector, la construcción. En una
ocasión, por querer trabajar, fue detenido y se le aplico la "Ley de
vagos y maleantes". No deja de ser paradójico que a quien busca trabajo
para sobrevivir se le acuse de vago por quien no trabaja.
Poco antes de la sublevación militar de julio de
1936, el sector de la construcción en Madrid vive unos momento tensos. En
junio estalla una huelga general y se constituye un comité de huelga de
CNT-UGT. Para este comité, del que Mera forma parte, la única solución es la
acción directa para poder solucionar los conflictos laborales del sector. Por
el contrario el gobierno y la patronal creen que la solución esta en el
Jurado Mixto. El Ministerio de la Gobernación encarcela a Cipriano Mera y es
en la cárcel donde le sorprende el golpe militar.
Un día después de la militarada es puesto en
libertad y acude al sindicato (antes que a su casa) para comprobar cuál es el
estado de la situación. La mayores preocupaciones son la recogida de armas y
el momento de la sublevación en Madrid.
En esos primeros momentos a Mera le preocupa también
la posición que se puede tomar respecto a la revolución. Por ello imprime una
ética revolucionaria de la que se debería tomar nota: "que al hacer el
pueblo la revolución no se podía consentir la misma acción que se asemejara a
hechos comunes, vulgares, propios de individuos sin conciencia dedicados a
apropiarse o deshonrar valores que serían necesarios para la defensa de la
revolución que empezaba. Añadimos que tampoco era hacer la revolución el
matar sin más ni más a nadie, aunque se tratase de un marqués".
Una vez aplastada la sublevación en Madrid, Mera
parte para Guadalajara, donde la sublevación está a punto de estallar. Pasa
por Alcalá de Henares, que gracias a sus fuerzas y a las de Ildefonso
Puigdendolas queda en zona leal. Aplastada la sublevación en Guadalajara una
vez más la ética revolucionaria hace de Mera en un hombre grande. Se
encuentra allí con José Escobar, un carcelero que le había infligido los
peores castigos en prisión. Éste creía que le iba a asesinar, cosa que no
hizo. Mera afirma: "Esos gestos eran característicos de
anarquistas". Una lección de honestidad y de firmeza en momento
difíciles.
Quizá no sea este el momento de detenerse en los
pormenores de las batallas en las que Mera participó. Pero sí citaremos
algunos detalles que hicieron de Mera un personaje controvertido. Desde el
inicio de la contienda civil Mera vio que los militares tenían una seria
parsimonia y que muchos militantes revolucionarios no tomaban en serio la
lucha. Por ello hacía falta que se disciplinara la lucha para poder vencer al
fascismo. En las luchas en Cuenca, Mera impulsa la creación de consejos
formados por las fuerzas de izquierda que estén preparadas para ello. Por
ello había que establecer una fuerte formación ideológica impulsada por los
militantes más capaces y abnegados.
Su concepto de la autodisciplina se ve perfectamente
en los combates que emprendieron en Buitrago de Lozoya. Allí Mera reflexionó
así: "Nuestra disciplina ha de ser correspondiente con nuestra
convicción en las ideas, y por las ideas no se puede venir a luchar unas
horas para hacer más tarde lo que uno quiera". Esta reflexión venía a
propósito, pues Mera estaba comprobando que muchos miembros de las
organizaciones revolucionarias estaban cayendo en una indisciplina y una
falta del sentido de la responsabilidad que haría perder la guerra a pasos
agigantados.
Igualmente esa realidad dura hace que muchos amigos
de Mera caigan en la lucha. Es el caso de José Pan y Rafael Casado,
compañeros suyos desde primera hora en la CNT y en el caso de Pan de su grupo
de la FAI. Igualmente en las luchan en Ávila cae uno de sus mejores amigos y
compañeros, Teodoro Mora. Desde hacía un tiempo Mora y Mera tenían este mismo
pensamiento: "Teníamos en frente a un ejercito organizado, al que si
queríamos vencer habríamos de oponer otro ejercito mejor organizado aún; en
la guerra había que proceder como en la guerra". También le lleva a esta
conclusión que la incompetencia militar provoca la perdida de plazas
importantes en la lucha como la de Ávila.
Pero la guerra también tuvo de esos avatares en los
que más que una tragedia parece una comedia, si hablamos en términos
teatrales. Tras la perdida de Ávila las tropas de Mera pasan a Cuenca. Allí
toman un pueblo haciéndose pasar por fascistas. Una vez que quedó constituida
una junta derechista e hicieron una lista de los elementos izquierdistas, las
tropas de Mera los disolvieron, aunque fueron benevolentes con esa junta.
Ante determinadas conductas de algunos
anarcosindicalistas como Germinal de Souza, que cobraba dinero por la
libertad de los sospechosos, Mera y su amigo Valle elaboraron listas de
afectos y desafectos a la causa: "Me parece bien que se vaya haciendo
una selección de las personas aptas para ocupar cargos; deben ofrecer
garantías. Hay que acabar con las ligerezas y los favoritismos, pues si bien
importa nombrar gente capaz, no es menos importante tener en cuenta su
moralidad. Para nosotros esto debe ser capital". ¿Quién hoy pondría en
duda estas sabias palabras de Mera? Es precisamente en los momentos difíciles
donde la capacidad y la moralidad deben ser ejemplo. Mera estaba preocupado
por la imagen que la CNT y la FAI pudieran ofrecer, más teniendo en cuenta
que en la mayoría de las ocasiones los desmanes cometidos nada tenían que ver
con las organizaciones del movimiento libertario. Pero la idea de algunos era
crear esa leyenda negra alrededor de las organizaciones más dinámicas del
movimiento obrero y revolucionario español. Por ello el buen hacer de la CNT
y su defensa del patrimonio cultural (en más de una ocasión se impidió la
quema de iglesias, no por ser templos religiosos sino por haber obras de arte
en el interior) fue tergiversado o ridiculizado.
En cualquier guerra y acontecimiento histórico hay
que distinguir entre cuestiones estratégicas y cuestiones morales. Puede que
Madrid estrategicamente no fuera la plaza mas importante, pero moralmente sí
que lo era por todo lo que a su alrededor atesoraba. Así Mera y otros
mostraron su indignación cuando el gobierno huyó de Madrid hacia Valencia el
6 de noviembre de 1936. Más doloroso fue para él comprobar cómo el Comité
Nacional de la CNT que encabezaba Horacio Martínez Prieto seguía al gobierno.
Según Mera, gobierno y Comité Nacional tenían que estar en la defensa de la
capital de España. Mientras el gobierno huía, Mera se aprestaba a defender
Madrid frente al fascismo.
Los hombres de la CNT y la FAI que partieron hacia
Madrid lo hacían llenos de entusiasmo, deseosos de entrar en esa lucha
heroica que fue la defensa del Puente de San Fernando y la llegada al Cerro
de Garabitas. Pero las fuerzas de Mera iban disminuyendo. De los 1.000
hombres que salieron de Cuenca tan sólo le quedaba 400. Mera intentaba dar
aire a los suyos con recomposiciones, y con la llegada de la columna de
Durruti los ánimos van en aumento. ¿Qué es la fuerza militar fascista ante el
entusiasmo revolucionario? Aun así las pérdidas estaban siendo muchas y la lucha
se estaba cobrando lo mejor de las organizaciones obreras. Mera le propone a
Durruti unificar sus columnas bajo el mando del anarquista leonés. Pero esto
no se puede llevar a cabo pues Durruti cae frente al Hospital Clínico en la
Ciudad Universitaria, horas después de haber estado con Mera. Es el propio
Cipriano Mera el que se desplaza a Valencia para comunicárselo a Federica
Montseny, Juan García Oliver y al nuevo secretario de la CNT Mariano
Rodríguez Vázquez. La perdida de Durruti provoca una profunda consternación
en el movimiento libertario, pero Mera, pese al dolor, dice que su ejemplo es
el que puede servir para llegar a la victoria. Y es Cipriano Mera quien acude
en representación de los combatientes del Centro a su entierro en Barcelona.
La defensa de Madrid fue dura, pero los fascistas no
llegaron en esa ocasión a lograr su objetivo. Aun así el precio fue alto y
Mera, contrario a su pensar, tiene que aceptar la militarización de las
milicias: "Triste es reconocerlo cuando se ha defendido un ideal toda la
vida, pero si realmente nos proponemos ganar la guerra, hemos de aceptar la
formación de un ejército con la consiguiente disciplina. (…) Me horrorizaba
vestirme de militar, pero no veía otra salida y me dije: mi conducta será en
lo sucesivo el testimonio de mi honradez, así como lo fue de otra forma y en
otra circunstancia en el pasado". Fue sin duda la decisión más
controvertida en la vida de Cipriano Mera, y donde sus detractores más se
ensañan contra su figura. Mera aceptó la militarización para ponerse al
servicio de la República, pues consideró que mejor era eso que caer en las
garras del fascismo. Que fuera o no un error no está en nuestra mano
valorarlo, pues la guerra fue compleja. Nuestra mejor posición es respetar la
decisión adoptada, pues en ese momento los compañeros así lo determinaron. Y
esta aceptación es algo que a Mera le diferencia de la militarización de los
comunistas. La historiografía en su mayoría ha dejado constancia de que el
partido que mas luchó por la militarización fue el PCE (Partido Comunista de
España) y por lo tanto el que mejor perspectiva de la guerra tenía. Cuando
Mera acepta la militarización lo hace para defender la República, mientras
que los comunistas luchaban por una militarización que estuviera controlada
por su partido y por Moscú. Es la gran diferencia entre uno y otro. El PCE
tomó como emblema el Quinto Regimiento, del que Mera no era partidario. De
hecho los encontronazos entre los militares procedentes de las milicias
confederales y los que venían de las filas comunistas fueron sucesivos hasta
el final de guerra, siempre instigados por un PCE que quería tomar el control
de la situación y manejar la guerra a su antojo. Los anarquistas siempre se
opusieron.
Mera toma el mando de la XIV División que tenía las
brigadas 10, 70 y 77. El jefe de Estado Mayor fue su inseparable durante toda
la guerra Antonio Verardini, y su primo José es el jefe de transportes. Todos
bajo el mando del general Miaja, jefe del Ejército del Centro.
Para los que le critican por esto, hay que decir que
Mera siempre fue responsable. Defendió la revolución hasta el final y criticó
duramente la represión que los comunistas llevaron a cabo contra las obras
revolucionarias de los anarquistas, al igual que cuando emprendieron
detenciones contra miembros de la CNT (como fue el caso de Verardini) o del
POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Luchó también para que los
militares no intervinieran en actos políticos públicos. Esa tarea la tenían
que desarrollar partidos y sindicatos, no militares. Al final hubo un decreto
en esa línea y Mera fue duramente criticado por los comunistas, que eran muy
dados a esos fastos públicos: "Estamos obligados a cortar sin
miramientos esta clase de acción política. Todos los que estamos aquí sabemos
perfectamente que tenemos prohibido efectuar dentro del Ejército cualquier
clase de propaganda política. Si una organización determinada intenta
saltarse a la torera este principio lo impediré. Que nadie lo dude. Nuestro
deber consiste en trabajar lo mejor posible, sin regatear esfuerzos, para
intentar ganar la guerra. No estamos aquí para facilitar la preponderancia de
ninguna organización". Por último, Mera dejó bien claro que aceptaba el
mando militar sólo de manera coyuntural: "me hice la promesa de no
dejarme arrastrar por la vanidad y continuar siendo lo que antes del 18 de
julio: militante de la CNT y albañil de profesión". Y esta última frase
fue profética, pues tras las penalidad sufridas tanto en la guerra como en el
exilio y la cárcel, Mera volvió a coger la paleta de albañil sin ningún
reparo.
Una vez militarizados, es llamado para la defensa de
Guadalajara. El Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV) de los fascistas italianos
concibió un plan de ataque para romper las líneas republicanas en
Guadalajara, tomar Alcalá de Henares y llegar triunfantes a Madrid. Pero
Cipriano Mera demostró sus dotes organizativas y sobre todo su instinto para
la lucha. El CTV fue derrotado, se libera Brihuega (donde las matanzas días
antes habían sido escalofriantes) y Guadalajara permanece en zona
republicana. Para Mera no fue estrictamente una batalla, pero su
planteamiento de la misma es capital para que el CTV no lograrara sus
objetivos. La desbandada italiana, junto a la toma de Teruel, será una de las
grandes victorias del antifascismo internacional. El cuartel de Mera queda
definitivamente asentado en Guadalajara, si bien no lo hace en la capital
para que no sufra más bombardeos.
Poco después es llamado a Brunete, donde no sólo los
comunistas de Líster le quieren engañar, sino que es objeto de un atentado de
dudosa procedencia. Líster quería hacer ver a Mera que Brunete estaba en zona
republicana. Pero Mera se percata de que está en manos de los sublevados. El
plan de Líster era hacer creer que la pérdida de Brunete había sido por culpa
de la 14 División de Mera. Aunque se emprendió una ofensiva sobre Brunete, no
se consiguió que pasara a manos republicanas.
Mera conoce a todos los políticos de la época.
Indalecio Prieto, líder moderado del PSOE, queda impresionado por las
habilidades de Mera. Poco después el anarquista madrileño es ascendido a jefe
del IV Cuerpo de Ejército. Sus avales eran la victoria en Guadalajara y el
propio general Miaja, que veía en Mera un baluarte de defensa del centro de
España. El cuartel general del IV Cuerpo de Ejército se establece en Alcohete
(Guadalajara) y tiene un destacado papel en maniobras de distracción al
enemigo fascista para que se pudiera llevar a efecto la toma de Teruel.
El año 1939 fue crucial para el desenlace definitivo
de la guerra. Caída Cataluña en febrero de ese año, prácticamente los
efectivos más importantes de la República estaban perdidos, tanto humanos como
materiales. Cipriano Mera es consciente de ello. Se produce otro hito
importante en la vida de Mera, su apoyo a la Junta Nacional de Defensa que
promueve Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro en sustitución de
Miaja. El gobierno de Negrín había quedado prácticamente desarticulado, era
un títere el manos de los comunistas. Todos los intentos de hablar con Negrín
son inútiles, pues hace promesas que él mismo sabe que no va a poder cumplir.
En marzo de 1939 queda constituido el Consejo y, como previó Mera, vino
parejo a una sublevación comunista, que finalmente se pudo frenar. Las
unidades de reserva que el IV Cuerpo de Mera tenía son movilizadas para
aplacar el golpe instrumentado por el PCE. Aun con todo algunas actitudes de
Casado no son bien recibidas por Mera.
Llegados a finales de marzo se ordena al IV Cuerpo
de Ejército que comience el repliegue y promueva el exilio. El terrible final
de la derrota de la guerra se aproximaba. Mera es el último que abandona su
puesto. Parte hacia Levante para poder tomar un avión que le lleve a Orán. La
despedida de su familia es de lo más dolorosa. Comienza una nueva etapa en la
vida de Mera. Deja los galones de militar para no cogerlos más, demostrando
que su decisión fue coyuntural. Ahora toca otro tipo de lucha.
Por el contrario de lo que pudiera parecer, al
llegar a Mataganem son desarmados y detenidos. El trato que los exiliados
españoles recibieron de las autoridades francesas fue vejatorio, más teniendo
en cuenta que numerosos campos de concentración se extendieron por su
territorio y que el posterior régimen de Vichy del mariscal Petain colaboró
con los nazis mandando a miles de españoles a los campos de exterminio. Mera
no corrió esa suerte pero sus penalidades no acabaron.
Una vez detenidos una de las tareas que emprendieron
fue la reorganización de la CNT y de la FAI en esos campos de concentración y
en el presidio. Las relaciones con republicanos y socialistas fueron fluidas.
No se puede decir lo mismo de los comunistas que incluso en esas circunstancias
intentaban imponer sus definiciones y conseguían tratos de favor con las
autoridades carcelarias. A Mera no le perdonaban que hubiese apoyado a Casado
en la Junta Nacional de Defensa. Mera siempre supo defenderse y estuvo a la
altura de las circunstancias.
Desde los primeros momentos, Mera mantuvo
correspondencia con miembros de la CNT y también de otras organizaciones. Las
más fluidas fueron con Mariano Rodríguez Vázquez, quedando interrumpidas por
la trágica muerte de este último. Una máxima de Mera fue que debían de actuar
ahora para la defensa de los refugiados y luchar por la reorganización de las
asociaciones a las que pertenecían. Las cuestiones de la guerra y los fallos
que se pudieran cometer en la contienda es algo que se debería analizar una
vez que la dictadura de Franco cayera y se discutiera entre españoles en
España. Igualmente combatió las teorías reformistas que insistían en hacer de
la CNT un partido político al uso y vivió con tristeza cómo destacados
compañeros como Vivancos, Jover o Doménech estaban en esa línea de actuación.
Aunque tuvo contactos con el SERE (Servicio de
Evacuación de los Refugiados Españoles) no era de su agrado porque estaba en
manos de Juan Negrín y muy controlado por los comunistas. Su actividad se
volcó en colaborar con la JARE (Junta de Ayuda a los Refugiados Españoles)
que estaba en manos de Indalecio Prieto y donde los anarquistas tenían más
influencia.
Mera estuvo en Camp Morand, de donde se fugó y
alcanzó Casablanca (no sin pasar más de una peripecia). Allí fue ayudado por
anarquistas españoles y portugueses. Y es en Casablanca donde conoce a la
JARE con la que tendrá también algún encontronazo. Se le ayuda a regularizar
su situación y trabaja primero como encofrador y luego como albañil (vuelve a
coger la paleta de albañil como dijo en la guerra).
La situación para los refugiados se puso difícil por
la hostilidad de las autoridades francesas presionadas por los nazis.
Cipriano Mera es detenido y juzgado, con una orden de extradición a España. Todos
los intentos por salvarlo fueron inútiles y definitivamente fue entregado a
las autoridades franquistas.
Llegado a España, entra en contacto con algunos
anarquista (muchos miembros de la Juventudes Libertarias). Pasa por las
cárceles de Linares, Carabanchel y Porlier, todas abarrotadas de presos
antifranquistas. Se le forma un Consejo de Guerra donde se le acusa de
pillajes y asesinatos indiscriminados. Para Mera era normal que las
autoridades del franquismo, vacías de escrúpulos y que habían llevado el
crimen como bandera, actuaran esta manera. Se le condena a muerte. Era el año
1941. Antes le había dicho a su hijo: "Más o menos como a mí, sin ningún
cargo justificado, han estado fusilando hasta ahora por carros y no hay
motivo para esperar el menor cambio de proceder. Será una injusticia más y
tendrás que tomar constancia de ella y sobreponerte al dolor. Deberás ayudar
a tu madre y mirar el futuro sin odio, porque éste no conduce a ninguna
parte. Tu padre, que es, como sabes, victima del odio por haber consagrado su
existencia al establecimiento de la fraternidad universal, te recomienda por
y sobre todo no odies a tus semejantes".
Mera nunca pidió el indulto, porque no quería nada
de sus verdugos. Se le conmutó la pena de muerte por cadena perpetua. En la
cárcel, algunos falangistas presos quisieron conocer a Mera, pero éste les
cortó en seco diciendo que entre falangistas y libertarios había un río de
sangre. Por lo tanto nada de uniones contra natura.
Mera fue puesto en libertad. Estuvo en algunas
reuniones conspirativas, algunas del propio ejército, de las que Mera
desconfió. En 1947 la CNT le hace el encargo de pasar a Francia e intentar
acercar posturas entre la CNT del interior y la del exterior. Se instaló en
Francia y vivió de su trabajo, primero en Toulouse y luego en París, junto a
su compañera. Trabajó en el oficio de albañil hasta los 72 años. Nunca quiso
ayuda por haber sido militar. Vivió humildemente y nunca perdió contacto de
su militancia sindical y anarquista. Asistió al importante congreso de
Limoges de 1963.
Su casa fue un desfile de historiadores y
periodistas. Se creó una aureola de héroe sobre Mera, que él mismo se encargó
de desmitificar. Ya muy anciano, en la primavera de 1975, es llevado a un
hospital por dolencias pulmonares. En la madrugada del 24 al 25 de octubre de
1975 fallece en París. Su entierro fue una manifestación de la que los medios
de comunicación poco dijeron.
Así acababa la vida de un luchador anarquista. Tan
sólo unos días no pudo ver el fin del verdugo de España, la muerte de Franco.
Quizá hubiese sido una pequeña satisfacción para alguien que con tanto empeño
luchó por la libertad.
Cipriano Mera: El general que sólo quiso ser albañil
Sobrevivió al odio exterminador de Stalin y los
comunistas españoles, y a la pena de muerte a la que Franco le condenó.
Derrotó a Mussolini en Guadalajara y evitó la masacre de Madrid al final de
la contienda incivil. Ahora el documental «Vivir de pie. Las guerras de
Cipriano Mera» resucita la voz del héroe anarquista y su memoria, esperando a
que regresen, tras 62 años de exilio, su cuerpo y su maleta
VIRGINIA RÓDENAS
Todo empezó por un tenedor. El que Nardo Imbernón,
hijo de un anarquista exiliado en París, le enseñó a Valentí Figueres un
mediodía de hace más de un lustro en su casa de la capital francesa mientras
celebraba «¡hoy comeremos como los ricos!». Luego colocó sobre la mesa el
cubierto de plata y contó a sus invitados que había pertenecido al Aga Khan
III.
«Entonces Imbernón —relata Figueres, investigador,
director y guionista de este viaje por la memoria— nos contó la historia de
la pieza, de cómo sus originales dueños habían sido asaltados y despojados
allá en 1949, cuando iban en su limusina por la Costa Azul, cerca de Niza, y
de cómo aquel robo no era sino una “recuperación” llevada a cabo por los
hombres de los “grupos de acción de la CNT” para su financiación. Luego, ante
la enorme curiosidad que había despertado, Nardo empezó a desgranar la
historia de aquellos enmascarados, los grandes perdedores de la guerra civil,
las víctimas de todos los totalitarismos, mientras aparecía ante nuestros
ojos un mundo clandestino que el exilio conservaba fresco en la memoria y
donde habitaban esos viejos anarquistas que lucharon por “la Idea” —su
concepto de justicia social y libertad—».
De entre todos ellos, a Figueres le conmovió la
historia de Cipriano Mera, «un albañil que antes fue trapero y furtivo,
nacido en 1897 en el madrileño barrio de Tetuán, entonces de las Victorias,
que aprendió a leer y a escribir con 23 años en la cárcel, que llegó a mandar
el IV Cuerpo del Centro del ejército republicano, al frente del que logró la
única victoria de esa milicia en toda la guerra. Y que, derrotado y exiliado,
volvió al tajo, sin quitarse nunca de la cabeza la obsesión de matar a Franco
—mientras Franco, que murió 20 días después que él, nunca dejó de
perseguirle—, y que cumplidos los 71 sacó agallas para estar en las
barricadas del 68 parisino. Él, que siempre pensó que no tenía sentido elegir
entre morir de pie o vivir de rodillas, sabía que otro mundo era posible:
vivir de pie. Hoy, después de bucear en más de 85 archivos públicos y
privados de 11 países y de entrevistar a tantos que le conocieron, y que por
primera vez aceptaron hablar públicamente por tratarse de “El Viejo” —apodo que
conquistó con solo 39 años—, es evidente que Cipriano Mera no ganó todas las
guerras, pero sí luchó en todas las batallas».
Esta mañana cálida de octubre, sentado tras una mesa
llena de papeles sobre la que hemos desplegado los retazos de tantas vidas,
Figueres, que ha venido a Madrid desde Valencia, me dice que «la de Cipriano
ya había empezado como una batalla antes de decidir por qué quería luchar».
Es cuando brotan los recuerdos aprehendidos de la infancia mísera en una
barrio mísero donde la escasa basura recogida por la madre en la vecina calle
de Fuencarral engordaba la piara, y en donde la ausencia del asfalto y la
ignorancia cavaron profundos e inabarcables charcos. «En el Madrid de 1910 se
hizo albañil para mejorar la economía familiar que debía proporcionar
sustento a ocho hermanos y rápidamente se sindicó en la asociación “El
Trabajo” de la UGT de Largo Caballero. En 1917 toma contacto con los grupos
de afinidad anarquistas y “La Idea” entra en su vida para no abandonarle
jamás. Después, formó “Los Intransigentes” y “Acción y Silencio”, batiéndose
el cobre en los enfrentamientos de la década trágica del pistolerismo
patronal de los 20 y contra la dictadura de Primo de Rivera. Diez años más
tarde, tras muchos asaltos, huidas, huelgas, descarrilamientos,
persecuciones, robos de explosivos y una vida entre el andamio, la cárcel y
el ateneo, Cipriano es ya un gran líder obrero. Cuando participa en la
insurrección de Zaragoza en el 33, junto con Durruti, la CNT templaba ya
músculos sindicales de 1,5 millones de afiliados».
Teresa, siempre Teresa
Pero antes, y siempre, como su sombra, Teresa, la
compañera fiel, la amante, la enamorada, la que sólo veía por sus ojos y la
que sola vio morir de penuria a un hijo mientras su amor estaba en la cárcel;
la que resistió ausencias interminables y soportó que por encima de ella y de
sus hijos, la causa anarcosindicalista que había abrazado Cipriano fuera
siempre lo primero; la que llegó al límite cuando en el 47 tuvo que atravesar
con su hijo Floreal los Pirineos, caminando en alpargatas por la nieve, y le advirtió
al albañil «esta es la última». Fue la única vez que lamentó su destino. Por
ella, sólo por ella, Cipriano lamentó desde el presidio «tanta desesperación
y tanto sufrimiento». «Teresa —le escribió— perdona mi pobreza».
A Mera, la sublevación militar del 36 le pilla en la
cárcel Modelo, de la que era asiduo, por ser el presidente del sindicato de
la construcción en Madrid durante la gran huelga. «Y allí —relata Figueres—
se encontró por primera vez con José Escobar, su torturador, que, tras cinco
días en que se había negado a comer, aislado, la emprendió con él hasta
arrancarle parte de la dentadura. Y lo que son las cosas: Meses después
volvería a encontrárselo, pero en una situación bien distinta. Mera acababa
de tomar Guadalajara y, en la prisión, los reclusos sacaron la bandera
blanca. Entonces, los compañeros le pusieron delante a Escobar, que se
encontraba allí, animándole a la venganza, pero Cipriano, para el que la
dignidad del hombre estaba por encima de todas las cosas, le despidió sin más
contemplaciones que las de “que se vaya, pobre desgraciado”. Sin embargo, no
acabaría ahí su relación porque años después, corría ya 1946 y Mera
disfrutaba de libertad condicional, acudió junto al «Ángel Rojo», Melchor
Rodríguez, a la cárcel de Yeserías para tratar de impedir el traslado de unos
compañeros muy enfermos, ya que eso les costaría la vida. De nuevo, José
Escobar Toro está al frente del negociado. “Aquí viene Cipriano Mera —le dijo
un subordinado— a pedirle un favor”. A lo que Escobar contestó: “Pues aquí un
favor para Cipriano Mera es una orden”».
Jamás usó su fusil fuera del campo de batalla, ni
mató a nadie por odio ni por venganza porque eso, sostenía, traicionaría sus
propias ideas «y nos convertiría en una de las dictaduras contra las que
luchamos». Recuerda Figueres que cuando los comunistas, a través de Miaja, le
propusieron que fusilase por sus ideas monárquicas a uno de sus coroneles,
apellidado Brandis, «Mera se negó en redondo a cometer semejante barbaridad, le
llamó y le dijo “que sepas que me han encargado que acabe contigo, pero
mientras seas leal a la función encomendada no tienes nada que temer. Que
sepas que nos persiguen». Tiempo después, en su exilio en el norte de África,
donde sobrevivió al campo de concentración de Missour, en el desierto
marroquí, escribiría: «Repugnante es que los hombres tengan que huir de los
hombres para poder vivir».
La idea anarquista, apunta el investigador, fue como
una flor entre los totalitarismos negros y rojos. «Se prepararon para la
batalla frente a Hitler y Mussolini y se olvidaron de Stalin, que se puso
como objetivo acabar con Mera y sus compañeros. Al menos dos atentados sufrió
Cipriano por parte de los comunistas, sobre los que no cesó nunca la duda de
su autoría en la muerte de Durruti. “El Viejo” se lo había advertido: “Si los
comunistas te dicen que ataques de frente el Hospital Clínico es que quieren
acabar contigo”. Y de Mera fue el último beso en la frente de Durruti, que
murió en el hotel Ritz, convertido en hospital de campaña, tras haber atacado
frontalmente el objetivo».
Helenio Molina, exiliado anarquista que estuvo junto
a Cipriano, relata esa persecución en el documental de Figueres: «El año 37
fue una cabronada de los comunistas que venían tirándonos por detrás, porque
esa es la verdad (...) Estaban asesinando a los compañeros con un tiro en la
espalda. ¿Y en el parte sabes lo que ponían? Asesinado cuando intentaba
pasarse al enemigo. Eso lo tengo todo documentado y le aseguro que no es un
caso aislado». El mismo Mera lo confiesa: «Había aprendido a esperarlo todo
de los comunistas, el chantaje de las armas rusas, la sañuda persecución a
los hombres de la CNT y todo por imposición de Stalin».
Luego, la memoria surca las gestas épicas de un
hombre, antimilitarista ferviente, que llegó a mandar una división en un
frente desde Somosierra a los Montes Universales de Cuenca, «y que vio que el
sometimiento de sus hombres a la disciplina militar era la única posibilidad
de salir airoso de la contienda frente a un enemigo disciplinado y
pertrechado. En Guadalajara venció utilizando, como siempre, sus habilidades
de cazador furtivo, que no va de frente a por la presa sino que espera a que
pase y a que el factor sorpresa sea decisivo. Con esa táctica dirigió a la famosa
y bronca 14 división anarquista en un ataque a Brihuega donde logró la única
victoria republicana en la guerra haciendo que las tropas de Mussolini
huyeran despavoridas y sufrieran importantes bajas. Por contra, en sus filas
sólo murió un hombre de frío y otro resultó herido cuando se le disparó el
arma en un pie. También la sagacidad fue fundamental en la toma de Cuenca,
cuando acompañado de tan sólo dos camiones con 80 milicianos logró reducir a
300 guardias civiles que se habían hecho fuertes en un cuartel. Se plantó
solo delante del cuartel y gritó “quiero que inmediatamente dejen las armas y
se entreguen a la República. Mi nombre es Cipriano Mera y tengo mil hombres
aquí fuera que les van a machacar”. Lo dijo con tal convencimiento que los
guardias se entregaron sin que se derramara una gota de sangre. Y es que no
sólo se valió de su experiencia de cazador en El Pardo; sus dotes de actor,
que cultivó en el teatro social de los ateneos para campañas de solidaridad
con los presos, no le fueron a la zaga. ¡Cuántas veces se disfrazó para
cruzar los frentes e infiltrarse, para conocer de primera mano lo que pasaba!
Se dice que el enviado que mandó a la Zaragoza nacional a tantear la
posibilidad de volver a tomarla no era sino él bajo una nueva máscara».
Con Hemingway en Somosierra
Los documentos se amontonan. ¿Cómo resumir 78 años
en un par de horas, en un par de páginas? El relato del otrora militante
anarquista Ramón J. Sender en su «Álbum de radiografías secretas» podría ser
un buen epílogo. Cuenta el escritor cómo Mera recibió a Hemingway en
Somosierra. «Me decía con los ojos desorbitados: “Mera quiso fusilarme”. Yo
no podía menos que tomarlo a broma. Eran dos figuras y personalidades
contrarias y opuestas. Hemingway gigantesco, hercúleo, atlético, infantilmente
presuntuoso y Mera pequeño, cetrino y reservado, sin ideas sobre sí mismo, y
con una monstruosa fuerza de voluntad. Donde estuviera Mera, no podía estar
Hemingway y al revés. Uno de ellos eclipsaba al otro física, moral e
intelectualmente. Pero yo conocía a Mera y sabía que lo último que se le
ocurriría sería fusilar a un gigante por su gigantismo, que debía parecerle
cómico por contraste con la manera infantil de hablar español y de concebir
el peligro y la valentía. Hemingway estaba siempre jugando a los policías y
ladrones, como en su infancia. Y poniéndose condecoraciones. En cuanto le
echó la vista encima, vio Mera que todo en Hemingway era falso, menos su
vanidad, y esa no podía ser peligrosa porque se manifestaba y actuaba de un
modo inocente. Mera no recordó nunca a Hemingway desde que lo perdió de
vista, pero éste no pudo olvidar nunca a Mera».
De sus guerras, el albañil, que no quiso mayor
gloria para sí que la de la paleta, que fue traicionado por los suyos e
incluso expulsado de sus filas, y que vivió en la más extrema austeridad
trabajando en el tajo hasta los 73 años, sólo obtuvo como recompensa dos
maletas: la que recibió el 28 de marzo de 1939, como otros jefes vencidos del
bando republicano, con joyas y dinero y que devolvió al Banco de España con
la nota «De parte de Cipriano Mera», y la del aseo que abandonó el general
italiano Bergonzoli con bragas de travestido y fotos «poco edificantes» en la
épica derrota de Guadalajara y cuyo contenido fue quemado. Ésta, que le
acompañaría en todos sus destierros, la encontró el equipo de Figueres,
olvidada sobre un armario en la casa de la viuda de Floreal. Dentro, los
partes de guerra del IV Cuerpo del Ejército del Centro, manuscritos,
recuerdos...; fuera, la ignorancia de sus nietos que nada sabían del abuelo
general, y a los que Floreal —fallecido en 2002— ni siquiera instruyó en el
idioma de los suyos, el español. Porque Floreal, que acabó de empresario de
la construcción al «otro lado» de la trinchera del padre, no perdonó el
abandono, el sacrificio del desabrigo de quien tanto amó. Dice la viuda que
la herida de su paso desnudo por los Pirineos fue tal que le impidió volver a
ver jamás la nieve.
Entrevista a Cipriano Mera: ¿se renunció a la
revolución? (1966)
Se publicó en la
revista Presencia de París, en el N° 6 de
noviembre-diciembre de 1966.
-¿Crees que en julio de 1936 el Movimiento Libertario estaba preparado para la Revolución? ¿O, el contrario, estimas que el levantamiento le cogió desprevenido? - Firmemente, estoy convencido de que no estaba en condiciones de afrontar un acontecimiento de esa envergadura. En aquellos momentos, la C.N.T. no dis-ponía de los cuadros sólidos que requería tal situación. Durante medio siglo la C.N.T. creó una organización que respondía cada día más al concepto sindicalista revolucionario y con vocación libertaria de la A.I.T., y en ese orden se comportó maravillosamente, arrancando al capitalismo español ventajas morales y materiales que sin un método de acción directa no hubiera obtenido... No obstante, a pesar de las críticas de propios y extraños que haya podido suscitar la organización confederal, no cabe duda de que creó un estado de opinión que se identificó con las aspiraciones del pueblo y que éste, a su vez, supo interpretar el sentir de la C.N.T. -¿Como explicas que un movimiento sindicalista libertario, con tan larga experiencia de lucha, no dispusiera de una organización, de unos cuadros, de una doctrina coherente, capaces de hacer triunfar la revolución? - Porque la C.N.T. se consagró a esa labor reivindicativa, que era el combate de todos sus hombres y de todos los días. Y porque, gobierno tras gobierno, de concierto con las oligarquías españolas, se empecinaban en destruir y poner fuera de la Ley a todo el movimiento anarco-sindicalista, manteniendo sus mejores militantes en cárceles y presidios, obligando a que la C.N.T. se desenvolviera clandestinamente. Era eso que impedía toda tabor constructiva de largo alcance. -¿Crees que cuando llegó el momento de edificar una sociedad de signo libertario faltaron las energías? - No era todo ni era sólo un problema de energías lo que la lucha nos planteó en sus primeras horas : en algunas regiones la organización se encontraba en condiciones para llevar a cabo la tarea revolucionaria de signo libertario. - ¿Qué regiones eran ésas, según tú? -En primer lugar, Cataluña. Cataluña era, con mucho, la más numerosa en hombres, la más rica en militantes. En un grado menor, Asturias, Aragón y Andalucía. -Ahora bien, ¿de cara a esa etapa revolucionaria, disponía Cataluña, además de esos cuadros y de esos militantes, de una doctrina y de una estrategia revolucionaria coherentes? -Lo pongo en duda : y lo pongo en duda por ser precisamente Cataluña la primera región en que se da un acto de colaboración gubernamental. Al decidir de participar en la responsabilidad del gobierno de la Generalidad, Cataluña se desvía de la verdadera revolución social. -¿Crees que esa actitud colaboracionista de los compañeros de Cataluña fue determinante, que influyó en la actitud de las otras regionales? -Creo que aquello fue el hecho consumado. Yo lo recuerdo perfectamente; estábamos en el frente cuando se convocó una reunión para comunicarnos la decisión de colaborar en el gobierno; muchos de nosotros estábamos en contra. -En los primeros días de la guerra, ¿cómo surgió, por ejemplo, el acuerdo de enviar una delegación de la C.N.T. a discutir con el Presidente de la Generalidad de Cataluña Companys? -Lo ignoro, porque no se contó con las regionales. Reunidos en la regional del Centro, para escuchar el informe de dos destacados militantes, varios compañeros se manifestaron contra ese acuerdo por considerar que era una flaqueza. Opinábamos que le C.N.T. no tenía por qué aceptar la colaboración, como no tenía por qué aceptar la militarización. -¿Cual fué en esa reunión el sentir mayoritario? -La actitud mayoritaria fue de asentimiento mudo, resignado y como fatal ante una realidad que ya dominaba un estado de cosas que no se había previsto. No hubo polémica o disconformidad categórica. -Tu participación activa en el frente te permitirá contestar la pregunta siguiente : ¿respondían las milicias encuadradas en la C.N.T. a un planteamiento revolucionario de la lucha? -Las milicias respondieron a una improvisación creada por la necesidad de cerrar el paso al fascismo, sin que existiese una verdadera organización de guerrillas. En aquel momento, cuando yo vivía esa experiencia, estaba convencido de que las milicias confederales podían llevar a cabo esa lucha revolucionaria. En efecto, tenían una fuerza más convincente, más moral, que la de cualquier ejército clásico : respondían a una autodisciplina que el individuo convenía con la colectividad. Solamente, al correr de los días, esa autodisciplina confrontada a la vida del frente, a la dura realidad de la guerra, hacían que, con frecuencia, el instinto de conservación fuese más fuerte. Esta fue una de las razones por las que se aceptó la organización militar de las milicias. -¿Estimas, por la tanto, que en una guerra revolucionario la palabra disciplina no debe estar reñida con la palabra revolución? -Si unas milicias obedecen a una doctrina y a unos objetivos revolucionarios, no nos debe de asustar la palabra disciplina. Hablaré de mi experiencia propia. El día 19 de julio desde al momento en que soy sacado de la prisión de Madrid, me echo al campo, no a la ciudad. Entendía, en efecto, que al enemigo que teníamos enfrente se le debía combatir en el campo. Se organizaron grupos que, después, se convirtieron en milicias... Todo se dejaba a merced de la autodisciplina : creíamos, realmente, que el convenio personal entre hombres era superior a la disciplina impuesta. Pero en los primeros combates de Madrid se comprobó, en varias ocasiones, que ese contrato moral no era suficiente. Por eso afirmó que, en pleno periodo revolucionario, las milicias deben aceptar una disciplina colectiva, siempre que no se asemeje a la disciplina castrense. Dicha disciplina libremente consentida debe preservar el caudal más rico del hombre y de su pueblo : su integridad individual y las formas revolucionarias. -¿Se pensó en la oportunidad de imponer una guerra de guerrillas? -Se pensó en las guerrillas. La primera táctica de combate que se emplea en Guadalajara, por ejemplo, fue la táctica guerrillera: se rinde el enemigo, se avanza; se llega hasta Alcolea del Pinar con ánimo de introducirse en campo ene-migo. Pero ya en Paredes de Buitrago nos mandaba un militar profesional, el teniente coronel del Rosal, el cual nos indicaba las objetivos a tomar; los tomábamos, pero nosotros entendíamos que detrás se aquel objetivo había otro a alcanzar. Y el teniente coronel del Rosal creía que ese método era un exabrupto. Y como él, lo creían otros compañeros del Centro. Faltaba, pues, la asistencia necesaria para introducirse en el campo enemigo, para establecer esa lucha de guerrillas. -¿Crees que, de haber contado con ese apoyo, hubiese sido posible imponer al enemigo esa táctica? ¿Podía haber influido en el desarrollo de la guerra? -No lo creo. Surgió el levantamiento militar: por donde el fascismo pasaba la arrasaba todo. No hubo una preparación adecuada para sorprender el enemigo; no hubo posibilidad, a pesar de ser España geográficamente apta a ese tipo de lucha, de entablar el combate en donde se creía conveniente y no donde el enemigo lo quería imponer. El enemigo no se dejó sorprender... Aunque no creo que la guerrilla hubiese alterado el resultado final. - Hubo en la C.N.T. posturas distintas, casi antagónicas, frente al dilema de llevar de frente dos tareas esenciales : la guerra y la revolución. Mientras unos opinaban que era preciso ganar la guerra y hacer después la revolución, otros daban prioridad absoluta a la revolución. Una tercera posición partía de la base de que guerra y revolución debían ser simultáneas. ¿Cuál era tu actitud frente a esos tres caminos distintos? - Transcurridos treinta años, es normal no pensar hoy como se pensaba en aquellos momentos. No por ello dejo de sentirme identificado con toda la gesta inicial del pueblo revolucionario en armas. En aquellos momentos iniciales, y durante muchas semanas, el concepto guerra y revolución no se planteó a los hombres de la C.N.T. porque no existía. Vencer al enemigo presuponía que la revolución triunfaba. En 1936, estuve entregado a combatir el fascismo con las milicias hasta marzo de 1937 y quedé al margen de las corrientes minimalistas o maximalistas que se manifestaban dentro de la Organización. Mi convencimiento era que se podía hacer frente a las necesidades del frente e ir al mismo tiempo a la revolución. Más aun, yo creía que cuanto más se afirmara en la retaguardia el concepto revolucionario, con más moral seríamos asistidos los hombres que nos habíamos marchado a los frentes. La quiebra moral no viene de los combatientes, si no de los organismos políticos, y vale mostrar como ejemplo la salida del Gobierno de Madrid en noviembre de 1936. El Gobierno de Largo Caballero, alarmado por la presión que ejercía sobre Madrid el enemigo y rompiendo con la promesa hecha 8 horas antes, decide abandonar la capital -centro y nervio de la resistencia al fascismo, según su propia expresión- sin tener en cuenta los efectos desastrosos que su huida comportaba. Y la cosa se agravaba, porqué pegados a él huían todos los organismos nacionales políticos y sindicales. Entre ellos nuestro C.N. de la C.N.T. y nuestros cuatro ministros. Bien seguro que la óptica de los políticos era distinta a la de los combatientes, que se dieron perfecta cuenta del desastroso efecto psicológica que esa huida operaría sobre el pueblo de Madrid y sobre el frente. A tal punto, que ya el día 8 me encontraba en la defensa de Madrid con un refuerzo de 1.000 hombres retirados del frente de Albarracín. -Al analizar el período de la colaboración de la C.N.T., suele atribuirse la responsabilidad de esa decisión a determinados grupos de militantes o a determinadas regionales. ¿Crees que es lógico, que es justo? ¿O crees que la responsabilidad la debería asumir la C.N.T. en pleno? -Creo que no debemos rehuir el estudio del pasado. Al pueblo se le debe decir la verdad. A pesar de lo que digo anteriormente, no me niego a definir la responsabilidad que me haya podido caber, por omisión o intencionadamente, dentro de la trayectoria de la C.N.T. Todos tenemos nuestra buena parte de responsabilidad... Pero creo que la hora de pedir responsabilidades ya ha pasado, o que eso no podrá hacerse hasta que la Organización pueda de nuevo salir a la luz pública y reunirse en Congreso... Quiero hacer constar, no obstante, que la política de los hechos consumados y las decisiones ejecutivas comenzaron enseguida de la guerra. -¿Como enjuicias la actuación del Partido Comunista español durante la contienda? El P.C., de partido minoritario que era, se convirtió en una fuerza. Para afirmarse no encontró mejor forma que enfrentarse con la C.N.T. y aplastar al POUM. ¿Mantuvo, en esa ocasión, la Organización una actitud eficaz o pecó, por el contrario, de debilidad? -No solamente la C.N.T., sino el Partido Socialista, los republicanos, etc., dejaron hacer a los comunistas en espera del material ruso pagado con oro español. Si el partido comunista liquidó al POUM, si ejecutó hombres de todos los sectores antifascistas, si hizo labor contrarrevolucionaria, si no respetó la unidad del Frente Popular Antifascista, fue porque su única política era CRECER, hacerse fuerte con el apoyo ruso, y a medida que lo conseguía, imponía su dictadura, Todos nos hacíamos cargo que, pronto o tarde, la gran explicación con el P.C. vendría. Pero aquí también fuimos débiles en honor a salvar lo que entre trincheras estaba en juego. Nadie ignora el papel que hube de desempeñar frente a las turbias maniobras del P.C. español y sobre esta pregunta me remito a los cientos de obras que se han editado, algunas muy buenas y precisas, escritas por los gerifaltes comunistas de la época de nuestra contienda. -¿Cuáles son para ti los consejos más valiosos para la juventud, especialmente de cara a una acción revolucionaria? -No sé si mis consejos serán válidos. O si la fueran si serán escuchados. Pero daré mi punto de vista.. Con aciertos o errores y hasta con ambos, la juventud tiene en la Revolución española, en la C.N.T. y en sus hombres, sujeto amplísimo de meditación. Si todo no es bueno como ejemplo porque la situación no es la misma, porque el planteamiento ya es otro, porque el nivel cultural y de confort es mayor, queda siempre que el problema de la libertad y el de un socialismo humano y libertario está por resolver. Nosotros, los hombres de la revolución del 19 de julio, quizás no tengamos otra feliz ocasión de poder recomenzar, pero ahí estáis vosotros, los jóvenes que habéis tenido la fortuna, digo bien la fortuna, de heredar una experiencia que no pide otra cosa que ser continuada. Especialmente debo poner el acento sobre el papel importante del sindicalismo revolucionario que encarnó la C.N.T. Sin una organización sindicalista revolucionaria, fuerte y con vocación anarquista, no será posible la manumisión de los trabajadores; caerán siempre en el juego de los demagogos y en el reformismo político. En el momento actual, la tarea principal de la juventud inquieta está en los talleres, en los tajos, en las oficinas, en la Universidad y en la calle. Está junto al Pueblo, que no es solamente un «buen aliado» como se viene diciendo, si no que es el principal protagonista de la acción social. Porque en la acción social no valen términos medios.
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Cipriano Mera
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Muchas fotos pero faltaría información sobre las mismas: autor, fondo donde se conservan, etc.
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