Isabelle Eberhardt: una
nómada en busca de sí misma
Entre 1899 y 1904, una joven europea
disfrazada de beduino y oculta bajo el nombre masculino de Mahmud Saadi
recorría el Magreb a caballo para sorpresa de los nativos y escándalo de los
occidentales. Por el día mantenía reuniones con místicos sufíes y por la
noche frecuentaba los prostíbulos, en los que se dedicaba a observar a los
hombres, amparada en su disfraz masculino. Fumaba kif y bebía alcohol, a
pesar de haberse convertido a la religión islámica, y tuvo numerosos amantes
europeos, turcos y árabes.
Isabelle Eberhardt: una nómada en
busca de sí misma Entre 1899 y 1904, una joven europea disfrazada de beduino
y oculta bajo el nombre masculino de Mahmud Saadi recorría el Magreb a
caballo para sorpresa de los nativos y escándalo de los occidentales. Por el
día mantenía reuniones con místicos sufíes y por la noche frecuentaba los
prostíbulos, en los que se dedicaba a observar a los hombres, amparada en su
disfraz masculino. Fumaba kif y bebía alcohol, a pesar de haberse convertido
a la religión islámica, y tuvo numerosos amantes europeos, turcos y árabes.
Isabelle corazón nómada
Algo por completo inesperado ocurrió el otoño de 1904 junto al Djebel
Mekter, en el sur de Orán. El 21 de octubre de aquel año, la ciudad de
Ain-Sefra (Fuente Amarilla), rodeada de altas montañas a casi 1200 metros de
altitud, se vio superada por la crecida de los ríos Sefra y Mulen. En su
furia, un limo ocre sepultó a la ciudad que vigilaba el desierto. Algunos
días más tarde, el Akhbar (periódico bilingüe publicado en Argel, arabófilo y
crítico de la intocable administración colonial) da cuenta de la anómala
tragedia que se llevó árboles de cuajo, la mayor parte de las casas de la
ribera baja (los gurbís), buena parte de los rebaños y veintiséis personas.
El dolor de toda pérdida humana se vio potenciado porque entre ellas figuraba
Isabelle Eberhardt o, si se prefiere, Mahmoud Saadi, Nadia, Mariam, Nicolai
Padolonski...
El nombre, en definitiva, sólo enmascaraba la cualidad con que esa muchacha
de apenas 27 años concibió la vida: la pasión. Morir sepultada por las aguas
en las puertas del desierto no hizo más que cerrar el círculo de un destino
literario, expresado tanto en las letras como en la encarnadura de sus días.
Isabelle Eberhardt nació en Ginebra en 1877, hija ilegítima de Alexander
Trophimowsky, descrito como un sacerdote de la iglesia ortodoxa rusa que
profesaba un nihilismo extremo y cultivó la amistad del anarquista Mikhail
Bakunin. Su madre, Nathalie de Morder, fue una aristócrata alemana, cuyo
primer marido murió al intentar huir de Rusia dejándole una frondosa renta.
Isabelle se educó en la estricta disciplina libertaria de su preceptor
Trophimowsky (a quien llamará "Vava", pero sin aceptar nunca su
paternidad).
Con él, aprende griego, latín, turco, ruso, árabe, alemán e italiano,
además de filosofía, literatura, geografía y nociones de química y medicina.
Su casa de Meyrin es un hervidero de conspiradores rusos y turcos, además de
exiliados de toda calaña. Además de la enciclopédica ilustración dotada por
Vava, la educación de Isabelle se verá completada por las discusiones -a
veces violentas- de los visitantes que llegaban a su hogar y los relatos de
experiencias de remotos y exóticos confines.
Con su hermano Agustín mantendrá una íntima complicidad, idealizando un mundo
a través de la férrea disciplina moral e intelectual. En una ocasión, siendo
adolescentes, participan en alguna intriga pergeñada por los exiliados rusos
y Agustín debe enrolarse en la Legión Extranjera para salvar su vida.
En 1894, su querido y amado hermano Agustín se fuga. La primera carta que su
hermana recibe está fechada en Sidi Bel Abbas en Orán: el hijo del general
Von Moerder se ha convertido en legionario. Para su padre el suceso es un
síntoma de decadencia; para Isabelle es una llamada. Hace años que aprende árabe.
Cada carta de su hermano predilecto va madurando su decisión.
A su cómplice Hermano Agustín, le escribe: "¡Tú en tierras del Magreb,
la Casa del Islam, que -no sé si recuerdas- era nuestra Kaaba!"
Y continúa Isabelle, en lengua árabe:
"Mi cuerpo está en Occidente
Y mi alma está en Oriente;
Mi cuerpo está en los países infieles,
Mi corazón está en Estambul
¡Y mi corazón está en Orán!
¡Oh, siempre contigo" (y entonces Isabelle retoma del latín "hieme
et aestate", palabras que Agustín le dirigiera antes a ella: "Hieme
et aestate, et prope et procul, usque dum vivam et ultra": "En
invierno y en verano, de cerca y de lejos, mientras viva y más allá de mi
vida").
Toda la escritura de la adolescente Isabelle -su caligrafía es hermosa,
sofisticada, adornada con dibujos geométricos y arabescos de un orientalismo
puro- muestra un temperamento singular, excepcional, y una fuerte
sensualidad. Educada junto a un hermano, al que adora, será amiga, camarada y
atenta interlocutora de los hombres. Pero también el carácter dócil de su
madre hará que Isabelle sea tierna y vulnerable.
Caminos mentales y espirituales
El enclaustramiento, el desorden afectivo, sentimental y estético de
Isabelle amenaza con explotar. El mundo exterior la atrae como un fruto
salvaje. Como modo de exorcizar sus demonios, comienza a escribir. Entabla
relación con intelectuales árabes (en particular con Abou Nadara, quien
dirige una revista en París) y traduce los versos del poeta ruso Nadson. En
una carta enviada desde Annada años después a un amigo, Isabelle descubre sus
motivos: "Escribo porque me gusta el proceso de creación literaria. Escribo
como amo, porque probablemente ese sea mi destino. Y es mi verdadero
consuelo".
Su gran proyecto, frustrado por su temprana muerte, era una novela
autobiográfica que tenía un nombre provisorio: Trimardeur (Vagabundo).
En realidad, su vagabundaje comienza junto a su madre, en mayo de 1897,
cuando se dirigen a Bone, en el norte de Argelia. Allí se abre una nueva y
dramática etapa de su vida. Nathalie e Isabelle viven en una casa modesta del
barrio árabe y se convierten al Islam. A los seis meses la madre muere de un
ataque al corazón y casi de inmediato se suicida su hermanastro Wladimir. Las
tendencias depresivas de Isabelle la impulsan a una huida hacia adelante.
Se traslada a Argel, donde se esfuerza por captar el alma de cosas y
personas, empapándose de ellas, buscando confundirse camaleónicamente con la
gente y el paisaje. Y lo hace de modo literal. Mientras bajo la luz del sol
sumerge su condición femenina en el fervor religioso, por las noches se
traviste y se funde en la barahúnda de los cafés de la casbah. Ebria de kif,
licor o palabras, seduce a los hombres mediante su androginia. En sus diarios
dejará testimonio de aquellos días: "¡Qué borracheras de amor bajo aquel
sol ardiente! Mi naturaleza también era ardiente y la sangre me fluía con una
rapidez febril por mis venas infladas de pasión".
Isabelle viaja por los desiertos de Túnez deteniéndose en Biskna, Touggourt,
El Oued, Batna y los oasis del Suf. El paisaje yermo actúa como bálsamo para
su desasosiego. Cuando cree alcanzar la calma, vuelve a Marsella para
reunirse con su hermano, ahora casado con Hélène (a quien Isabelle llama
despectivamente Jenny la obrerita).
El casamiento de Agustín será otro duro golpe para ella. "Estoy
solo", escribe, en masculino, por aquellos días. "Estoy solo, como
siempre he estado en todas partes, como lo estaré siempre en el gran
universo, maravilloso y decepcionante". Ese "je suis seul" con
que inicia sus diarios íntimos, no es fruto de un error gramatical sino de
una elección premeditada. El uso frecuente de distintos seudónimos, así como
la alteración de sus referentes biográficos, termina por convertirse en su
verdadera personalidad. Durante una breve estancia en Ginebra, vuelve a
encontrarse con un joven diplomático turco-armenio, Archivir, por quien
siente una fuerte atracción.
También conoce a Vera Popova, y los tres viven una deliciosa amistad. Con
Archivir vivirá su romance más puro, pero él está demasiado interesado en los
jóvenes turcos como para comprometerse con Isabelle.
Aprovechando el encargo de la marquesa Medora Mendes para que investigue la
extraña muerte de su marido en Túnez, Isabelle siente la oportunidad de
volver a reencontrarse con su múltiple y auténtico yo. "Revestir lo
antes posible la personalidad amada que, en realidad es la `verdadera', y
volver allá, a África, para reemprender mi vida...", escribe entonces.
Fruto de esa elección es la creación de su personaje masculino, Mahmud Saadi.
Montado en su caballo Suf, recorrerá el país de arena suplantando para
siempre a Isabelle Eberhardt. Podemos imaginar la sorpresa de aquellos que
descubren que ese joven imberbe, alto, de aspecto hermafrodita, intensamente
perfumado al gusto árabe, en realidad es una mujer europea. Y no menos, la
sorpresa del espahí Ehuni Slimène, con quien habrá de convivir por el resto
de sus cortos días. "Slimène es el esposo ideal para mí, que estoy
fatigado, cansado y harto de la soledad que me rodea", le escribe en una
carta a Agustín.
Por supuesto, la unión con Slimène, sus hábitos masculinos y su congénito
anticonvencionalismo provocarán escándalos tanto en la comunidad árabe como
en la europea. Sin embargo, Isabelle /Mahmud busca refugio en el Islam y el
convulsivo amor por Slimène viajando por las rutas de los oasis. En enero de
1901, durante una reunión de notables en Behima, es atacada logrando salvar
de milagro su vida. El oscuro atentado (aparentemente a causa de la rivalidad
de dos cofradías religiosas y sus inconvenientes preguntas por la muerte del
marqués), le sirven de excusa a las autoridades coloniales para expulsarla
del territorio.
El breve exilio en Marsella es doloroso, pero le sirve para retomar sus
incursiones literarias marcada por el estilo de Pierre Loti y los hermanos
Gouncourt. Si bien sus escritos no alcanzan un gran nivel, la escritura la
transforma en una suerte de medium con el mundo exterior. En octubre, cuando
Slimène llega a Marsella, se casan. De ese modo, Isabelle se convierte en
súbdita francesa y ya no hay motivos que le impidan retornar a Argel.
La sed por los espacios del desierto, por la quietud en el alborozo de las
embriagadoras galopadas o en la lenta marcha de los blancos dromedarios por
los caminos del sur, vuelven a Isabelle. ¡No será el matrimonio el que
estabilice a esta nómada incansable. Isabelle hace suya, subrayándola, esta
frase del mariscal de Sajonia: "No hay que vivir, sino partir". El
desierto se convierte en una página blanca en la que proyecta su imaginario y
en un espejo en el que se refleja en este ambiente, en ese mundo no hay
prisas ni vidas agitadas y puede vivir la vida de los ritos de las gentes del
desierto, saboreando los momentos como si fueran eternos “tomar el primer
vaso que contiene un té fuerte y amargo como la vida, y muy caliente como el
sol del desierto. El segundo, más templado y suave, sabe a menta y es dulce
como el amor. El tercero es el más flojo y dulce, como la muerte, y se hace
durar”. Se interesa especialmente por la hidrología, por los ueds, por las
fuentes y torrentes. Sigue a las caravanas y convoyes militares, escribiendo
crónicas, como enviada especial, para Akhbar, el semanario argelino bilingüe
fundado por Víctor Barrucand.
La pareja se radica en Tanas, a 200 kilómetros de la capital argelina. La
intención de llevar una vida recatada dura poco: Isabelle vuelve a sus
ropajes masculinos, se mezcla en peleas y borracheras, fuma kif, mantiene
numerosos amoríos. Como años antes, durante el día cultiva su espiritualidad
visitando la eremita Zella Zeynet.
Por si algo faltaba a su vida, a comienzos de 1904, el general reformista
francés Lyautey le pide su colaboración en la "colonización
pacífica" del sur oranés. Isabelle, fiel a su eclecticismo ideológico,
acepta. Tiene como misión mediar un estatuto de paz con las aguerridas tribus
de la frontera marroquí en Kenadsa, una zona que es una suerte de estado
teocrático.
No se sabe en qué estaría pensando el general Lyautey, cuando decide enviar a
semejante pendón en misión diplomática ante unas cabilas rebeldes. Aunque
Lyautey tampoco debía de ser un militar corriente, a juzgar por su opinión de
Isabelle: “Era lo que más me atrae del mundo: una rebelde. Encontrar a
alguien que sea verdaderamente ella misma, fuera de cualquier prejuicio,
cualquier cliché, y que pase por la vida tan liberada de todo, cual pájaro en
el espacio, sí que regalo… ¡Amaba ese prodigioso temperamento de artista y
todo lo que en ella hacía sobresaltar a los notarios, caporales y mandarines
de cualquier calaña!“.
Al cabo de seis meses de infructuosa espera en la región, enferma de
gravedad: la malaria, el tifus, el paludismo y la sífilis la envejecieron
prematuramente. De modo profético, escribe: "Dentro de un año, por estas
fechas, ¿viviré todavía?... He llegado a la conclusión de que no hay que
buscar la felicidad. Se la encuentra por el camino, aunque siempre en sentido
contrario... La he reconocido muchas veces..."
De vuelta a Ain Sefra debe ingresar al hospital. Sin estar del todo
restablecida, lo abandona para guardar reposo en su gurbí de la parte baja de
la ciudad. Pocos días más tarde, la noche de lodo será su refugio definitivo.
Los soldados de Lyautey rescatarán los manuscritos dispersos y cubiertos de
barro de Isabelle, su alma en pena. Barrucand trabajará en ellos y dará a
conocer algunas colecciones de relatos.
Su vida fue su mejor novela, aunque paradójicamente, ésta alimentara su vida.
"Escribir es algo precioso y espero que con el tiempo, cuando vaya
adquiriendo la sincera convicción de que la vida real es hostil e
inextricable, sabré resignarme a vivir esa otra vida, tan dulce y
placentera". Lyautey dijo no saber si amar en Isabelle a la mujer de
letras, al caballero intrépido o al nómade endurecido. Su Oriente no era
imaginario, y sin serlo, creó con su vida una fantástica ilusión, un paisaje
virulento y sereno a la vez, un relato tan refrescante como el oasis de
"El Oued". No es mal sitio para detenerse a beber.
En su escritura y en sus actos está la sal de su vida: la lucidez, el coraje,
el conocimiento profundo de los indígenas, el sentido innato de la justicia,
la libertad de ser y de pensar llevada a la temeridad más extrema.
La aventura -como puede suceder en una novela- termina mal. El 21 de octubre
de 1904, cuesta bajo del djebel [montaña] Mekter, unas aguas en furia
atraviesan la aldea de Aín Sefra. El ued se ha salido del lecho. La puerta
del gurbí [choza árabe] de adobe y paja, donde vive Isabelle y su amado es
invadida con violencia por el barro amarillento, ella con valor y fuerza saca
a su marido de la choza, regresa a por un manuscrito y cuando trata de salir
nuevamente, la casa se derrumba sobre ella y en esta ocasión "La
Rebelde" no resiste esa avalancha. En el fárrago, tras el umbral,
vestida de caballero árabe, su cuerpo yace inerte en el barro. Tenía 27 años.
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