Ramón Álvarez Palomo nació el 7 de Marzo de 1913 en Gijón, en la calle
Cean Bermúdez esquina con Llaneza, llamada entonces Cifuentes y luego Azaña.
Eran cinco hermanos y su padre, militante cenetista, trabajaba de panadero.
Fue a la escuela neutra de Eleuterio Quintanilla y, como era lo natural en
las familias proletarias, a los doce años entró de pinche en la farmacia
Castillo, de donde pasó a trabajar en la panadería “La Flor”, en La Guía, la
de Amado; y hasta allí iba y venía todos los días andando. Con el comienzo de
su actividad laboral, ingresa en la CNT en 1928. Los veteranos
militantes de la organización, como Segundo Blanco, Mallada, José Mª Martínez
y Avelino García Entrialgo, le cogen cariño y delante de los demás se
referían a él diciendo: “esti ye como si fuera fíu míu”; así que bajo esa
protección y tutela se inicia su militancia y formación sindical.
En 1931 es elegido secretario de la Sección de Panaderos de Gijón y
miembro del Comité del Sindicato de Alimentación. En Julio de 1933, en el
Congreso regional de la CNT celebrado en Gijón, es elegido Secretario General
de la CNT de Asturias, León y Palencia.
Tras el movimiento revolucionario de la CNT en 1933, es detenido en
Diciembre de ese año e ingresa en la cárcel del Coto. Semanas después es
trasladado a la cárcel de Torrero, en Zaragoza, donde han sido concentrados
unos 300 presos cenetistas, acusados todos de «delito por rebelión contra la
forma de gobierno». Allí coincide y se relaciona con Durruti, Mera e Isaac
Puente. Trasladado a Burgos para ser sometido a consejo de guerra, es
puesto en libertad a finales de Abril del 34 con la amnistía parcial de
Lerroux.
Ramón Alvarez Palomo, veterano dirigente cenetista, consejero de Pesca
durante
la guerra, delante del edificio que albergó al Consejo Soberano de Asturias y
León.
Cuando se inicia la Revolución de Octubre del 34, Ramón Álvarez es el
Secretario del Comité Revolucionario de Gijón. Al fracasar el movimiento revolucionario, huye de Gijón con Luis Meana,
que era vicesecretario. Caminando monte a través, consiguen llegar a Rengos,
donde estaba casada una hermana de Meana. Pasan allí el invierno y en Marzo
del 35 deciden intentar llegar a Francia. Ramón Álvarez sale de Avilés por
mar y consigue llegar a Bilbao gracias al gijonés, capitán de la marina
mercante, Santiago Cifuentes Díaz, que sería fusilado, al igual que uno de
sus hijos, al final de la guerra. En Bilbao, toma un taxi hasta la frontera y
logra pasar a San Juan de Luz; y de allí, a París, donde permanece hasta la
amnistía del Frente Popular.
De nuevo en Asturias, donde ya había sido sustituido como Secretario
regional, es elegido delegado para el congreso de la CNT de Mayo del 36 que
se celebra en Zaragoza, en el que la gestión de la CNT asturiana, antes y
durante la Revolución del 34, es aprobada por aclamación. En las semanas
siguientes, recorre España participando en diversos mítines, en los que
entonces era indispensable la presencia de un orador asturiano.
Al iniciarse la sublevación militar de Julio del 36, es miembro de la
Comisión de Defensa, en Gijón, y también se ocupa de la Secretaría de
Movilización. Cuando se crea el Consejo de Asturias y León, es nombrado
consejero de Pesca en representación de la FAI, y a partir de Septiembre del
37 es, además, miembro de la Comisión de Evacuación. A principios de 1937 se casa con Carmen Cadavieco, con la que tiene una
hija, Diana.
Tras la desaparición del Frente Norte, y una vez en Cataluña, es
el secretario de Segundo Blanco cuando éste fue nombrado ministro de
Instrucción Pública.
Al ser ocupada Cataluña, pasa a Francia y consigue volver a instalarse en
París. Allí muere su mujer. En el verano de 1940, el avance arrollador de los
alemanes le sorprende huyendo hacia Orleans. Regresa a París y en 1942 se va
a vivir a Chartres, en el departamente de Eure et Loire, donde los españoles
encontraban más facilidades para vivir, y donde organiza a 500 militantes de
la CNT.
En 1945 participa en la reunión de la CNT celebrada en Toulouse, en la
que se estructura el Comité Regional de Asturias en el exilio, del que es
nombrado Secretario, cargo que compagina durante algún tiempo con el de
Secretario del Comité Nacional de la CNT que defiende las tesis de la CNT del
interior frente al sector que encabezan Germinal Esgués y Federica Montseny.
Ese año se casa con la que es su actual compañera, Aurora Molina, que ya
tiene también otra hija, Violeta. Fruto de esa unión vendrán dos hijos más,
Dalia y Floreal.
En 1949 dejan Toulouse y se trasladan a vivir a París, donde permanecerán
hasta su regreso definitivo a Gijón en 1976. De nuevo en Gijón,
vuelve a ser elegido Secretario regional de CNT y de 1978 a 1994 dirige la
revista mensual “Acción Libertaria”.
En su faceta de historiador, entre otras, ha publicado las siguientes
obras: “Eleuterio Quintanilla, vida y obra del maestro; historia del
sindicalismo revolucionario en Asturias”; “Avelino González Mallada, alcalde
anarquista”; “José Mª Martínez, símbolo ejemplar del obrerismo militante”, y
“Rebelión militar y Revolución en Asturias”.
–¿Cuándo y dónde se toma la decisión de evacuar Asturias?
–Esa decisión de evacuar se toma el mismo día veinte de Octubre del 37,
en el transcurso de una reunión del Consejo Soberano de Asturias y León con
el Estado Mayor del Ejército del Norte. La reunión debió de comenzar sobre
las once y media o las doce del mediodía, aproximadamente, en la sede del
Consejo, que estaba en ese edificio que todavía se conserva y que entonces
llamábamos la “Casa Blanca”. Ahí tenía su despacho oficial y su residencia
Belarmino Tomás, el presidente del Consejo Soberano, y, además, estaban allí
las consejerías de Industria, Marina Mercante, Pesca y Sanidad.
En esta última reunión, presidida por Belarmino Tomás, estábamos
presentes todos los consejeros y el coronel Prada con su Estado Mayor.
Faltaba Amador Fernández, que estaba en Francia realizando gestiones
comerciales.
El coronel Prada, en su intervención, pintó la situación como estaba, en
negro, y dijo que se había llegado al límite de la resistencia. La propuesta
de Prada y del Estado Mayor era que si se decidía la evacuación, tenía que
ser aquella misma noche, porque al día siguiente ya sería tarde; y si no
había evacuación, «entonces nada -dijo-, aquí todo el mundo a poner sacos
terreros por las esquinas y cada uno que se busque un sitio y un fusil o una
bomba, y a participar todos en la defensa.»
A petición mía, y antes de adoptar una decisión definitiva, se suspendió
la reunión del Consejo durante una hora para ir a consultar con las
organizaciones que representábamos y volver con el criterio o con la
confirmación de lo que en principio se había acordado. Yo, en ese momento,
por olvido, despiste o lo que fuera, ignoraba que la Comisión de Guerra había
adoptado ya tres días antes, el 17 de Octubre, ese principio de la evacuación
si la situación se agravaba, de acuerdo con las últimas instrucciones
recibidas del Gobierno de Valencia. Porque aunque unas semanas antes, el
Gobierno de la República, el Ministerio de Defensa, Negrín, había dicho que a
Asturias se le podía pedir un milagro, y el milagro era que resistiera;
después, modificó ese criterio diciendo que, llegado el momento, convenía
evacuar y salvar la mayor parte posible del valiente y heroico Ejército del
Norte, que tantas pruebas había dado de su capacidad militar y de lucha, y
que esos soldados salieran porque serían necesarios en otros frentes donde
habría de proseguir la guerra. Y la prueba de que esto fue así, es que muchos
oficiales y jefes del Ejército de Asturias, al llegar a Barcelona y a
Valencia, tuvieron un ascenso simultáneo de un grado. Esto es muy importante,
porque luego, el día 20, los dirigentes comunistas armaron la de dios con lo
de la evacuación, queriendo, como siempre, capitalizar el heroísmo de que
ellos no querían evacuar; ¡y luego, marcharon los primeros!
–¿Qué ocurre en la reunión con el Comité regional de la CNT?
–La reunión fue breve. Aceptan el principio de la evacuación y de enviar
enlaces propios a los frentes; porque también se había acordado que cada
organización se ocupara de avisar a sus afines con sus propios enlaces para
que, al anochecer, se volcasen sobre los puertos los más comprometidos. Eran
enlaces personales, porque por teléfono, aunque funcionasen las
comunicaciones, existía el peligro de las escuchas. Se utilizaron todos los
medios disponibles, compañeros de confianza, gente incluso que estaba de
permiso, para que los combatientes supieran que lo que les decían era verdad.
Se trataba, sobre todo, de avisar a la milicia voluntaria, a los más
comprometidos; pero luego, estando ya en Barcelona, supe por compañeros que
hubo sitios en el frente en que no se enteraron de nada. El caso es que no
teníamos ya ninguna posibilidad de comprobar si los enlaces cumplían las
órdenes o no.
Palacete situado en la confluencia de las calles Concepción Arenal y
Dindurra, de
Gijón, donde tuvo su sede durante la guerra el Comité Regional de la CNT. (J.
Aranda)
–¿Cómo se desarrolla la segunda parte de la reunión del Consejo?
–Después de acordar, digamos que oficialmente, la evacuación, entonces el
Consejo movilizó con especial atención a la Consejería de Marina Mercante,
cuyo titular era Calleja, y a la de Pesca, que dirigía yo y que éramos
los que administrábamos y controlábamos los pesqueros, que serían los que se
utilizasen para la evacuación esa noche. En pesca hubo algún fallo porque se
había ordenado quitar todas las tapas de las calderas para inmovilizar los
barcos y, a última hora, hubo algún problema con eso, pero la mayoría
estuvieron listos y se utilizaron.
Lo de quitar las tapas de las calderas fue una medida tomada unos días
antes para evitar que se repitiesen casos como el del “Somo”, en el que desde
Avilés huyeron a Francia medio centenar de personas muy conocidas. Estos
hechos, al saberse, causaban una enorme desmoralización en la gente. Por esas
fechas también se había descubierto algún que otro grupo de milicianos
merodeando por los puertos con intención de marcharse en algún pesquero; a
los que se sorprendió, fueron enviados inmediatamente a primera línea del
frente. Fue famoso el caso de Honesto Suárez, que era un personaje muy
estimado en Gijón, yo era amigo suyo; lo cogieron dentro de un barco de
refugiados que estaba a punto de salir de Ribadesella y dio la disculpa de
que iba a acompañar a su padre hasta Santander. Lo juzgó el Tribunal Popular
y lo condenó a muerte, pero no llegaron a ejecutarle. Luego, los de Franco,
también lo condenaron a muerte, y tampoco le fusilaron. Dicen que decía: «soy
el único condenado a muerte dos veces que se salvó.» Después se fue a vivir a
Ribadeo o Vegadeo, a ejercer allí de médico, porque era médico, oculista, y
allí murió.
–¿Qué hacen después de la reunión del Consejo?
–En lo que se refiere a mí, a Segundo Blanco, a Belarmino Tomás, a
Calleja y algún otro, nos quedamos allí; Belarmino Tomás, en la Presidencia,
dando la sensación de normalidad y asumiendo la responsabilidad del cargo
hasta el último momento; y nosotros, dando el callo en las consejerías hasta
la hora de salir; telefoneando, enviando mensajes, mandando motoristas, a
Candás, aquí y allá, donde sabíamos que había surgido alguna dificultad, con
el objeto de contar con la mayor cantidad posible de buques disponibles para
evacuar esa noche. Esto demuestra que no es cierto lo que se escribió por ahí
de que en la reunión del Consejo se había acordado esconderse hasta las
cinco, para luego marchar al Musel y embarcar en el torpedero. No hubo tal
acuerdo.
–¿Cómo funcionaba la Consejería de Pesca?
–La Consejería de Pesca tenía en cada puerto una comisión, formada
paritariamente por miembros de la UGT y la CNT, que se encargaba de todos los
asuntos profesionales, desde la reparación de los buques a la venta del
pescado. Con esos compañeros fue con los que contacté esa tarde, porque,
además de ser la autoridad legal, entre comillas, eran hombres que venían de
la profesión y tenían una influencia, eran más o menos escuchados por la
gente a quien tenían que dirigirse. En Gijón, el delegado de la Consejería
era Eustaquio Pérez, que conocía muy bien el percal, como suele decirse, y él
fue el que asumió buena parte de la actividad organizativa en El Musel.
La movilización no es que fuese especialmente difícil; la dificultad
estaba en superar los obstáculos que iban surgiendo, como cuando no aparecía
una tapa de una caldera, o el barco no tenía combustible o no encontraban al
patrón; pero en lo demás, la colaboración fue efectiva, siendo para lo que
era, que iba a servir también para los que lo hacían, para escapar.
–¿Cuánta gente estaba trabajando en la Consejería esa tarde?
–Diez o doce, todos en los que yo tenía más confianza.
–¿Quién da la orden de partir hacia El Musel?
–Se había quedado en que, los que estábamos en el edificio del Consejo,
nos avisaríamos para marchar juntos. Luego, no fue así, porque Ramonín
Posada, consejero de Sanidad y que estaba allí, que era cuñado del alcalde
Mallada, debieron de venir a buscarle los hermanos; y Calleja también marchó
por su lado, seguramente con algún equipo de la Mercante. Así que los que al
final quedábamos allí éramos Belarmino Tomás, Segundo Blanco y yo. Sobre las
siete de la tarde, marchamos juntos los tres para El Musel en el coche
oficial y con el chófer de Belarmino Tomás.
–¿Cómo estaba la ciudad, había disturbios?
–La ciudad estaba tranquila y en orden. Tenía que haber ya mucha gente
que supiese lo de la evacuación, pero hacían como que no lo sabían. Lo único,
que ya se oía el estampido de los cañones por la parte de Villaviciosa.
Nosotros, para ir al Musel en el coche, hicimos el recorrido normal: por
Marqués de San Esteban y luego, hasta Cuatro Caminos, ahí giramos a la
derecha y hasta El Musel, sin el más mínimo problema.
–¿Qué escolta llevaban?
–Nada, íbamos los tres y el chófer. Yo, igual que los demás consejeros,
nunca tuvimos escolta. Durante los quince meses de guerra, yo iba y venía de
un lado para otro solo, sin escolta de ninguna clase. En Gijón, aunque había
“quinta columna”, nunca llegaron, como en otras partes, al atentado personal.
–¿Qué controles había a la entrada de El Musel?
–En El Musel había la vigilancia normal de cualquier puerto y cualquier
día. Eso que dijeron por ahí de que se había puesto una vigilancia especial
para seleccionar a la entrada, de eso, nada de nada. Y la mejor prueba la
damos nosotros mismos: Belarmino Tomás, todo un presidente del Consejo
Soberano, con dos consejeros, pues entramos sin más preámbulos ni
consideraciones. Además, cuando llegamos nosotros, El Musel ya parecía “el
Rastro”, abarrotado de gente y de coches. Empezaba a haber ya algo de
barullo, gente que se enfadaba y echaba mano de aquí y de allí, y gestos,
pero nada más.
Otra cosa que quiero puntualizar es referente a Belarmino Tomás. Han
dicho y han escrito, que si Belarmino salió en avión, que si ya estaba dos
días antes en Francia... Eso no es cierto, porque Belarmino salió de Gijón el
día 20 conmigo. Belarmino no tendría muchas luces, pero sí que era un tío
valiente y “echao p’alante”. Lo que ocurrió en realidad, fue que el día
antes, el 19, los rusos vinieron a ofrecer a Belarmino una plaza en el avión
en que iban a salir para Francia. Belarmino la rechazó y les dijo que él
correría la misma suerte que el resto de los miembros del Consejo, pero que
les agradecería si en ese avión podían sacar a no sé quién de su
familia.
–¿Qué hacen en El Musel?
–Hay un momento en que el coche no puede seguir avanzando por el barullo
de gente. Entonces, nos bajamos los tres y Segundo Blanco dijo: «voy a mirar
a ver qué encuentro por ahí», y se fue a hacer una descubierta por...
–Pero, ¿qué es, que no tenían ningún barco esperándoles?
–Nada, nada. Estuvimos allí, Belarmino Tomás y yo, esperando un rato, en
el muelle, entre la gente. Se nos fueron juntando los otros consejeros que
andaban por allí, hasta que volvió Segundo:
–Vení p’acá, que hay un barco ahí en el que conozco al fogonero y es de
confianza -dijo Segundo cuando nos vió.
Y para allá nos fuimos todos con él. El barco resultó ser el “Abascal”,
pareja del “Bayona”, de la flota del armador Ojeda. Me acuerdo que, al poco
de hacerme yo cargo de la Consejería de Pesca, hice una gestión con Bilbao
para recuperar barcos asturianos que estaban allí, y entre los que se
recuperaron estaba el “Bayona”.
En el “Abascal”, por toda tripulación, estaba un compañero de la CNT,
Arturo Loché, que era el fogonero y al que conocíamos Segundo y yo. Así que
nos embarcamos los tres en el “Abascal” junto con los otros consejeros que
estaban allí.
–¿No sería, más bien, que no había ningún barco preparado porque contaban
con escapar en el destructor “Císcar” hasta que
lo hundió la aviación el día anterior?
–No, no, no. No es cierto tampoco que nosotros estuviésemos angustiados
porque habían hundido el “Císcar”; porque, al parecer, según algunos, el
“Císcar” no salió de El Musel porque se lo impidió el Consejo Soberano, con
la esperanza de que ese buque nos sería útil para poder escapar. La verdad es
que, efectivamente, el Consejo impidió a Valentín Fuentes, que era el jefe de
las Fuerzas Navales del Cantábrico, que obedeciera la orden dada por
Indalecio Prieto. Fuimos al Musel Segundo Blanco y yo para impedirlo, y
trajimos a don Valentín medio como prisionero para que estuviera con
nosotros. Porque todo tiene explicación cuando hay buena fe. Indalecio Prieto
quería salvar el buque y todo lo que se pudiera si se perdía el Norte, porque
veía el peligro de que hundieran al “Císcar”, entonces dio orden a don
Valentín Fuentes de que mandara zarpar al “Císcar”, y él nos lo comunicó. Fue
cuando nosotros fuimos allí a impedírselo, porque la opinión del Consejo era,
no que podíamos salvarnos en el “Císcar”, sino que en cuanto el enemigo viera
que desguarnecíamos de toda protección la costa, pues se darían cuenta, y si
tenían un cerco, lo reforzarían, porque verían que estaban en vísperas de la
huida. Es decir, que todo se explica: lo de don Valentín, que quería marchar
por orden; lo de Prieto, que quería salvar el “Císcar”, y lo nuestro.
–¿Qué ocurre cuando se embarcan en el “Abascal”?
–Cuando subimos a bordo del “Abascal”, el compañero Loché ya tenía lista
la máquina y la caldera. Había poca gente a bordo, pero alguna había. Nos
juntamos allí algunos miembros del Consejo, como Rafael Fernández, Antonio
Ortega, y creo que Calleja; hay quien dice que estaba también Ambou, pero a
mí no me lo parece. Los que seguro que estaban eran Maldonado, diputado
nacional, Maximiliano Llamedo, que había sido consejero de Asistencia Social;
Onofre García Tirador; Camilo Otero y Manuel Pérez Cobián, dos compañeros de
la CNT que habían ejercido de policías, y otra gente de cuyo nombre no me
acuerdo o que no conocía. Se fue llenando de gente, jefes del ejército,
oficiales de milicias, milicianos y no milicianos... Porque allí no se pedía
carta de ciudadanía ni función social ni nada: llegaban y ¡pum!, saltaban al
barco y allí se quedaban.
En el moderno pesquero “Abascal”, de Ojeda, llegaron al puerto francés de
Douarnenez Belarmino Tomás y la mayoría del Consejo Soberano (C.M.A.)
El único fallo, no achacable a nosotros, fue que pasó lo que suele
suceder en estas situaciones caóticas, que cuando estaba a medio llenar de
gente, los que estaban a bordo, por prisa de escapar, empezaron: ¡vámonos!,
¡vámonos!, ¡vámonos! Así que en este barco y en otros se pudo haber llevado
más gente. También ocurrió lo contrario, casos como el del “Maria-Elena”, que
estaba en el Muelle, en el que se había subido tanta gente que desde dentro
tuvieron que amenazar con una ametralladora para que no subieran más, porque
estaban viendo que se iba a hundir el barco; y algún caso de hundimiento por
exceso de pasaje creo que hubo.
–¿El chófer que les llevó a El Musel embarcó con ustedes?
–No, no, no. Los chóferes iban y volvían a buscar otra gente, o eso
decían. Al chófer mío le dije que fuera a buscar a mi hermano y a mi padre,
que luego los fusilaron los de Franco, y a recoger a otros. Él, sin embargo,
no quiso embarcarse, no porque fuera facha, no, sino que no quiso. Cuando
vine del exilio, le encontré por ahí, Fombona se llamaba. Yo le quería mucho
porque era valiente, muy decidido. Conmigo, había otros que no querían venir
de chófer, porque yo estaba en la Consejería, sí, pero iba al frente, a donde
sabía que había operaciones, por si había una espantada, por si había que
animar a alguien, en fin, por aconsejar, por hacer acto de presencia; y
Fombona siempre estaba dispuesto, nunca ponía reparos a ir a donde fuese.
Me viene a la memoria ahora una anécdota, y es que cuando estábamos ya
desatracando, uno, que creo que era chófer de Amador Fernández, quiso saltar
al barco y cayó al agua. Lo que ya no recuerdo es si luego lo subieron a
bordo o lo recogieron de otro barco o qué pasó.
–¿Qué rumbo y qué navegación hicieron?
–Cuando salimos del Musel era de noche, las ocho o poco más, una noche
serena con la mar en calma. Se decidió que en vez de navegar hacia el Este,
hacia Francia, bien arrimados a la costa, como se hacía entonces para evitar
la vigilancia de los buques fascistas, pues nosotros fue al revés, tomamos el
rumbo de Galicia, y cuando llegamos a una altura en que nosotros calculamos
que habíamos sobrepasado el arco del bloqueo, pues entonces cortamos en
ángulo recto hacia el Norte. Después, Maldonado y otros, haciendo cálculos
con cuerdas y con mapas, contando con la experiencia de algún marino, nos
mantuvieron navegando hasta una altura que, según sus cálculos, cortando otra
vez en ángulo recto, teníamos que ir a parar a Brest, que es una gran rada
con toda la costa llena de pueblos, y, efectivamente, llegamos a Brest.
Teníamos que hacer guardias; recuerdo que me decían: «tú mira en el
horizonte a ver si ves humo o luz, que es lo primero que se ve», pero yo no
veía nada, sólo el mar con sus ondulaciones. Una noche en que estaba de
guardia, todo oscuro, no se veía nada, y de repente, un chorro de luz de una
potencia enorme que nos deslumbraba; y todo el mundo: «¡meca, el “Cervera”!»,
«¡el “Cervera”!, “¡el “Cervera”!» Entonces, fue cuando Onofre, que llevaba un
fusil ametrallador, se tira al suelo y se pone apuntando al buque de guerra.
Voy yo y le digo:
–¡Oye, Onofre!, ¿qué vas a poder tú solo con el “Cervera”? ¡Anda, no
jodas!
Pero no, no era el “Cervera”, sino un destructor inglés que después se
alejó. Claro, todo el mundo había salido de El Musel con el temor de que nos
capturara el “Cervera” y veían al “Cervera” por todas partes.
–¿Qué comían, dónde dormían?
–De comer, nada de nada. Yo y todos los demás estuvimos en ayunas. Había
allí unos garbanzos, pero, qué, catorce garbanzos en total, así que nada. En
eso fue en una de las cosas en que se notó que nadie sabía nada de nada, en
que no habían metido a bordo, por lo menos, algo de comida. Y de dormir, pues
no se dormía, se echaban pigazos, en la cubierta o donde se podía. Llamedo,
por ejemplo, hizo todo el viaje tirado en la cubierta como una cuerda; se
mareó, se puso malo; todo el viaje como un saco; no se enteró de nada hasta
que llegamos a Francia.
–¿Cuándo llegaron a Francia?
–Tardamos dos días. Salimos del Musel de noche y llegamos dos días
después al anochecer. Entramos en la rada de Brest, que es enorme, y
estuvimos navegando horas y horas hasta que fuimos a parar a Douarnenez, no
sé si porque vieron allí un barco español o por lo que fuera. El caso es que
estaba allí “Quilo el Ferreru”, Aquilino García Díaz, un buen compañero de la
CNT de Gijón que había llegado de Asturias en otro barco poco antes; y cuando
nos acercamos a donde estaban ellos, Quilo, a voces, empezó a preguntar por
unos y por otros, y desde el “Abascal” le contestaba yo:
–Oye, ¿está Onofre?
–Sí, ta’qui- le respondía yo
–¿Y Segundo?
–Ta’qui
–¿Y fulano?
–Sí, ta’qui. ¿Y tú quién yes? -le pregunté.
–Quilo. ¿Ta mengano?
–Sí, ta’qui.
Y así preguntando por unos y por otros, y luego va y dice:
–¿Y Ramonín?
–Soy el últimu, pero toy aquí -le dije yo.
Y no veas qué carcajadas los dos. Y allí nos encontramos otra vez.
Cuando desembarcamos en Douarnenez nos metieron a todos en una escuela y
nos dieron comida y café. Luego, vinieron las autoridades francesas, alguien
les debió informar, y sacaron a Belarmino Tomás y a Maldonado, que eran
diputados, y los llevaron a un hotel. Supongo que luego ellos, en la
conversación, les dirían que allí estábamos también los del Gobierno de
Asturias y León, porque al amanecer nos sacaron a nosotros, a todos los que
éramos consejeros y nos llevaron al hotel en el que estaban Belarmino y Maldonado.
Desayunamos y en unos coches que nos proporcionaron, no sé si a través de la
embajada o cómo, fuimos hasta la frontera de Port Bou, y de allí, en el tren,
hasta Barcelona. Yo, en el camino, en los puntos en que me habían dicho que
había consulado y que pasábamos a una hora adecuada, en Quimper, en Burdeos,
pues parábamos y preguntaba por los que habían llegado de Asturias en los
barcos.
Al llegar a Barcelona, después de que cada uno contactase con la
organización a la que pertenecía, nos pusimos en relación con el Centro
Asturiano, que hacía un poco de consulado de Asturias, y en el que estaba un
gijonés, Rafael Cavo, que estaba casado con una chavala que tenía un hotel
ahí, junto a la estación de Langreo, en esas casucas que tiraron hace poco. Las
primeras medidas fueron para ocuparnos de la gente que había llegado de
Asturias, informarnos de dónde estaban los refugios con asturianos que había
por Cataluña, tratar con las instituciones que se ocupaban de ellos, en
fin... Luego, a las mujeres que habían dejado el marido aquí, o en el trabajo
o en el frente, se les pagaron tres o cuatro mensualidades.
Con la mercancía que teníamos allí pagada y que no había podido ser
enviada a Asturias, se creó una cooperativa en el Paseo de Gracia y se
repartía entre los asturianos como un suplemento al racionamiento. Recuerdo
que lo último que quedó en existencia eran alpargatas, las repartimos también
y luego, la gente las cambiaba por comida. En fin, se hizo lo que se pudo.
Ramón Álvarez Palomouna biografía militante
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Solamente los anarquistas, sabrán que somos anarquistas y les aconsejaremos que no se llamen así para no asustar a los imbéciles
Ramón Álvarez Palomo
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