Cipriano Mera








Julián Vadillo
Texto publicado en Tierra y Libertad, 2005




No podíamos dejar pasar la oportunidad de hablar de un anarquista, de un obrero, de un luchador como fue Cipriano Mera. Si de alguna manera podemos definir la vida de Cipriano Mera, cuando este mes de octubre se cumple el treinta aniversario de su muerte, es la de un anarquista con el sentido de la responsabilidad. Acercándonos a la vida y la lucha del anarquista madrileño podremos comprobar el porqué de estas afirmación.

Cipriano Mera nació el 4 de noviembre de 1897 en el madrileño barrio de Tetuán de las Victorias. Como en cualquier familia obrera, su infancia fue dura. No pudo asistir a la escuela, lo que le obligó desde pequeño a buscarse la vida y a contribuir económicamente en una casa muy humilde. A los 16 años Mera tomó la determinación de hacerse albañil, y para que sus derechos no fueran pisoteados, su padre lo afilió a la Sociedad de Albañiles "El Trabajo" de la UGT. Desde entonces Mera está inmerso en cuestiones sociales y luchas obreras. Pero pronto comprueba que lo que defiende la UGT y lo que él defiende no es lo mismo, por lo que el sindicalismo socialista se le queda estrecho. Cipriano Mera ansía una transformación revolucionaria que el reformismo no le daba.


La huelga revolucionaria de agosto de 1917 le impulsa definitivamente al campo del anarquismo. Ya en 1919 vemos que Cipriano Mera, junto a otros militantes destacados como Feliciano Benito, Teodoro Mora o Mauro Bajatierra, impulsan la CNT de Madrid y más particularmente el sindicato de la construcción.

Una cuestión que siempre aparecerá vinculada a la historia del anarquismo (aunque los detractores del mismo quieran hacer ver lo contrario) es el ansia de conocimiento y el impulso de la cultura. Con veinte años Mera aprende a leer y escribir en clases nocturnas y a través de los ateneos libertarios, que ya por esas fechas sobrepasaban en Madrid la treintena. Ese afán de conocimiento le hace interesarse por el teatro en obras tan heterogéneas como El alcalde de Zalamea de Pedro Calderón de la Barca o Juan José de Joaquín Dicenta. Los grupos libertario mas jóvenes impulsaron mucho este arte y Mera tomo interés por él.

Pasada la dictadura de Primo de Rivera y con la proclamación en abril de 1931 de la II República, el movimiento libertario alcanza su máxima plenitud. Mera se ha insertado en la generación de militantes más brillante de la historia del anarquismo español. En su vida coinciden Salvador Seguí (asesinado en 1923 por pistoleros patronales), Ángel Pestaña, Francisco Ascaso, Buenaventura Durruti, Juan García Oliver, Federica Montseny, Eleuterio Quintanilla, Diego Abad de Santillán, Juan Peiró, Felipe Alaiz, Elías García, Isaac Puente, Higinio Noja, Valeriano Orobón Fernández, Progreso Fernández, etc.

Mera vive de cerca todos los procesos revolucionarios impulsados en el período republicano. Sigue muy atento a lo que son las reivincaciones obreras de su sector, la construcción. En una ocasión, por querer trabajar, fue detenido y se le aplico la "Ley de vagos y maleantes". No deja de ser paradójico que a quien busca trabajo para sobrevivir se le acuse de vago por quien no trabaja.

Poco antes de la sublevación militar de julio de 1936, el sector de la construcción en Madrid vive unos momento tensos. En junio estalla una huelga general y se constituye un comité de huelga de CNT-UGT. Para este comité, del que Mera forma parte, la única solución es la acción directa para poder solucionar los conflictos laborales del sector. Por el contrario el gobierno y la patronal creen que la solución esta en el Jurado Mixto. El Ministerio de la Gobernación encarcela a Cipriano Mera y es en la cárcel donde le sorprende el golpe militar.


Un día después de la militarada es puesto en libertad y acude al sindicato (antes que a su casa) para comprobar cuál es el estado de la situación. La mayores preocupaciones son la recogida de armas y el momento de la sublevación en Madrid.

En esos primeros momentos a Mera le preocupa también la posición que se puede tomar respecto a la revolución. Por ello imprime una ética revolucionaria de la que se debería tomar nota: "que al hacer el pueblo la revolución no se podía consentir la misma acción que se asemejara a hechos comunes, vulgares, propios de individuos sin conciencia dedicados a apropiarse o deshonrar valores que serían necesarios para la defensa de la revolución que empezaba. Añadimos que tampoco era hacer la revolución el matar sin más ni más a nadie, aunque se tratase de un marqués".

Una vez aplastada la sublevación en Madrid, Mera parte para Guadalajara, donde la sublevación está a punto de estallar. Pasa por Alcalá de Henares, que gracias a sus fuerzas y a las de Ildefonso Puigdendolas queda en zona leal. Aplastada la sublevación en Guadalajara una vez más la ética revolucionaria hace de Mera en un hombre grande. Se encuentra allí con José Escobar, un carcelero que le había infligido los peores castigos en prisión. Éste creía que le iba a asesinar, cosa que no hizo. Mera afirma: "Esos gestos eran característicos de anarquistas". Una lección de honestidad y de firmeza en momento difíciles.

Quizá no sea este el momento de detenerse en los pormenores de las batallas en las que Mera participó. Pero sí citaremos algunos detalles que hicieron de Mera un personaje controvertido. Desde el inicio de la contienda civil Mera vio que los militares tenían una seria parsimonia y que muchos militantes revolucionarios no tomaban en serio la lucha. Por ello hacía falta que se disciplinara la lucha para poder vencer al fascismo. En las luchas en Cuenca, Mera impulsa la creación de consejos formados por las fuerzas de izquierda que estén preparadas para ello. Por ello había que establecer una fuerte formación ideológica impulsada por los militantes más capaces y abnegados.

Su concepto de la autodisciplina se ve perfectamente en los combates que emprendieron en Buitrago de Lozoya. Allí Mera reflexionó así: "Nuestra disciplina ha de ser correspondiente con nuestra convicción en las ideas, y por las ideas no se puede venir a luchar unas horas para hacer más tarde lo que uno quiera". Esta reflexión venía a propósito, pues Mera estaba comprobando que muchos miembros de las organizaciones revolucionarias estaban cayendo en una indisciplina y una falta del sentido de la responsabilidad que haría perder la guerra a pasos agigantados.

Igualmente esa realidad dura hace que muchos amigos de Mera caigan en la lucha. Es el caso de José Pan y Rafael Casado, compañeros suyos desde primera hora en la CNT y en el caso de Pan de su grupo de la FAI. Igualmente en las luchan en Ávila cae uno de sus mejores amigos y compañeros, Teodoro Mora. Desde hacía un tiempo Mora y Mera tenían este mismo pensamiento: "Teníamos en frente a un ejercito organizado, al que si queríamos vencer habríamos de oponer otro ejercito mejor organizado aún; en la guerra había que proceder como en la guerra". También le lleva a esta conclusión que la incompetencia militar provoca la perdida de plazas importantes en la lucha como la de Ávila. 

Pero la guerra también tuvo de esos avatares en los que más que una tragedia parece una comedia, si hablamos en términos teatrales. Tras la perdida de Ávila las tropas de Mera pasan a Cuenca. Allí toman un pueblo haciéndose pasar por fascistas. Una vez que quedó constituida una junta derechista e hicieron una lista de los elementos izquierdistas, las tropas de Mera los disolvieron, aunque fueron benevolentes con esa junta.

Ante determinadas conductas de algunos anarcosindicalistas como Germinal de Souza, que cobraba dinero por la libertad de los sospechosos, Mera y su amigo Valle elaboraron listas de afectos y desafectos a la causa: "Me parece bien que se vaya haciendo una selección de las personas aptas para ocupar cargos; deben ofrecer garantías. Hay que acabar con las ligerezas y los favoritismos, pues si bien importa nombrar gente capaz, no es menos importante tener en cuenta su moralidad. Para nosotros esto debe ser capital". ¿Quién hoy pondría en duda estas sabias palabras de Mera? Es precisamente en los momentos difíciles donde la capacidad y la moralidad deben ser ejemplo. Mera estaba preocupado por la imagen que la CNT y la FAI pudieran ofrecer, más teniendo en cuenta que en la mayoría de las ocasiones los desmanes cometidos nada tenían que ver con las organizaciones del movimiento libertario. Pero la idea de algunos era crear esa leyenda negra alrededor de las organizaciones más dinámicas del movimiento obrero y revolucionario español. Por ello el buen hacer de la CNT y su defensa del patrimonio cultural (en más de una ocasión se impidió la quema de iglesias, no por ser templos religiosos sino por haber obras de arte en el interior) fue tergiversado o ridiculizado.

En cualquier guerra y acontecimiento histórico hay que distinguir entre cuestiones estratégicas y cuestiones morales. Puede que Madrid estrategicamente no fuera la plaza mas importante, pero moralmente sí que lo era por todo lo que a su alrededor atesoraba. Así Mera y otros mostraron su indignación cuando el gobierno huyó de Madrid hacia Valencia el 6 de noviembre de 1936. Más doloroso fue para él comprobar cómo el Comité Nacional de la CNT que encabezaba Horacio Martínez Prieto seguía al gobierno. Según Mera, gobierno y Comité Nacional tenían que estar en la defensa de la capital de España. Mientras el gobierno huía, Mera se aprestaba a defender Madrid frente al fascismo.

Los hombres de la CNT y la FAI que partieron hacia Madrid lo hacían llenos de entusiasmo, deseosos de entrar en esa lucha heroica que fue la defensa del Puente de San Fernando y la llegada al Cerro de Garabitas. Pero las fuerzas de Mera iban disminuyendo. De los 1.000 hombres que salieron de Cuenca tan sólo le quedaba 400. Mera intentaba dar aire a los suyos con recomposiciones, y con la llegada de la columna de Durruti los ánimos van en aumento. ¿Qué es la fuerza militar fascista ante el entusiasmo revolucionario? Aun así las pérdidas estaban siendo muchas y la lucha se estaba cobrando lo mejor de las organizaciones obreras. Mera le propone a Durruti unificar sus columnas bajo el mando del anarquista leonés. Pero esto no se puede llevar a cabo pues Durruti cae frente al Hospital Clínico en la Ciudad Universitaria, horas después de haber estado con Mera. Es el propio Cipriano Mera el que se desplaza a Valencia para comunicárselo a Federica Montseny, Juan García Oliver y al nuevo secretario de la CNT Mariano Rodríguez Vázquez. La perdida de Durruti provoca una profunda consternación en el movimiento libertario, pero Mera, pese al dolor, dice que su ejemplo es el que puede servir para llegar a la victoria. Y es Cipriano Mera quien acude en representación de los combatientes del Centro a su entierro en Barcelona.

La defensa de Madrid fue dura, pero los fascistas no llegaron en esa ocasión a lograr su objetivo. Aun así el precio fue alto y Mera, contrario a su pensar, tiene que aceptar la militarización de las milicias: "Triste es reconocerlo cuando se ha defendido un ideal toda la vida, pero si realmente nos proponemos ganar la guerra, hemos de aceptar la formación de un ejército con la consiguiente disciplina. (…) Me horrorizaba vestirme de militar, pero no veía otra salida y me dije: mi conducta será en lo sucesivo el testimonio de mi honradez, así como lo fue de otra forma y en otra circunstancia en el pasado". Fue sin duda la decisión más controvertida en la vida de Cipriano Mera, y donde sus detractores más se ensañan contra su figura. Mera aceptó la militarización para ponerse al servicio de la República, pues consideró que mejor era eso que caer en las garras del fascismo. Que fuera o no un error no está en nuestra mano valorarlo, pues la guerra fue compleja. Nuestra mejor posición es respetar la decisión adoptada, pues en ese momento los compañeros así lo determinaron. Y esta aceptación es algo que a Mera le diferencia de la militarización de los comunistas. La historiografía en su mayoría ha dejado constancia de que el partido que mas luchó por la militarización fue el PCE (Partido Comunista de España) y por lo tanto el que mejor perspectiva de la guerra tenía. Cuando Mera acepta la militarización lo hace para defender la República, mientras que los comunistas luchaban por una militarización que estuviera controlada por su partido y por Moscú. Es la gran diferencia entre uno y otro. El PCE tomó como emblema el Quinto Regimiento, del que Mera no era partidario. De hecho los encontronazos entre los militares procedentes de las milicias confederales y los que venían de las filas comunistas fueron sucesivos hasta el final de guerra, siempre instigados por un PCE que quería tomar el control de la situación y manejar la guerra a su antojo. Los anarquistas siempre se opusieron.

Mera toma el mando de la XIV División que tenía las brigadas 10, 70 y 77. El jefe de Estado Mayor fue su inseparable durante toda la guerra Antonio Verardini, y su primo José es el jefe de transportes. Todos bajo el mando del general Miaja, jefe del Ejército del Centro.

Para los que le critican por esto, hay que decir que Mera siempre fue responsable. Defendió la revolución hasta el final y criticó duramente la represión que los comunistas llevaron a cabo contra las obras revolucionarias de los anarquistas, al igual que cuando emprendieron detenciones contra miembros de la CNT (como fue el caso de Verardini) o del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Luchó también para que los militares no intervinieran en actos políticos públicos. Esa tarea la tenían que desarrollar partidos y sindicatos, no militares. Al final hubo un decreto en esa línea y Mera fue duramente criticado por los comunistas, que eran muy dados a esos fastos públicos: "Estamos obligados a cortar sin miramientos esta clase de acción política. Todos los que estamos aquí sabemos perfectamente que tenemos prohibido efectuar dentro del Ejército cualquier clase de propaganda política. Si una organización determinada intenta saltarse a la torera este principio lo impediré. Que nadie lo dude. Nuestro deber consiste en trabajar lo mejor posible, sin regatear esfuerzos, para intentar ganar la guerra. No estamos aquí para facilitar la preponderancia de ninguna organización". Por último, Mera dejó bien claro que aceptaba el mando militar sólo de manera coyuntural: "me hice la promesa de no dejarme arrastrar por la vanidad y continuar siendo lo que antes del 18 de julio: militante de la CNT y albañil de profesión". Y esta última frase fue profética, pues tras las penalidad sufridas tanto en la guerra como en el exilio y la cárcel, Mera volvió a coger la paleta de albañil sin ningún reparo.

Una vez militarizados, es llamado para la defensa de Guadalajara. El Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV) de los fascistas italianos concibió un plan de ataque para romper las líneas republicanas en Guadalajara, tomar Alcalá de Henares y llegar triunfantes a Madrid. Pero Cipriano Mera demostró sus dotes organizativas y sobre todo su instinto para la lucha. El CTV fue derrotado, se libera Brihuega (donde las matanzas días antes habían sido escalofriantes) y Guadalajara permanece en zona republicana. Para Mera no fue estrictamente una batalla, pero su planteamiento de la misma es capital para que el CTV no lograrara sus objetivos. La desbandada italiana, junto a la toma de Teruel, será una de las grandes victorias del antifascismo internacional. El cuartel de Mera queda definitivamente asentado en Guadalajara, si bien no lo hace en la capital para que no sufra más bombardeos.

Poco después es llamado a Brunete, donde no sólo los comunistas de Líster le quieren engañar, sino que es objeto de un atentado de dudosa procedencia. Líster quería hacer ver a Mera que Brunete estaba en zona republicana. Pero Mera se percata de que está en manos de los sublevados. El plan de Líster era hacer creer que la pérdida de Brunete había sido por culpa de la 14 División de Mera. Aunque se emprendió una ofensiva sobre Brunete, no se consiguió que pasara a manos republicanas.

Mera conoce a todos los políticos de la época. Indalecio Prieto, líder moderado del PSOE, queda impresionado por las habilidades de Mera. Poco después el anarquista madrileño es ascendido a jefe del IV Cuerpo de Ejército. Sus avales eran la victoria en Guadalajara y el propio general Miaja, que veía en Mera un baluarte de defensa del centro de España. El cuartel general del IV Cuerpo de Ejército se establece en Alcohete (Guadalajara) y tiene un destacado papel en maniobras de distracción al enemigo fascista para que se pudiera llevar a efecto la toma de Teruel.

El año 1939 fue crucial para el desenlace definitivo de la guerra. Caída Cataluña en febrero de ese año, prácticamente los efectivos más importantes de la República estaban perdidos, tanto humanos como materiales. Cipriano Mera es consciente de ello. Se produce otro hito importante en la vida de Mera, su apoyo a la Junta Nacional de Defensa que promueve Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro en sustitución de Miaja. El gobierno de Negrín había quedado prácticamente desarticulado, era un títere el manos de los comunistas. Todos los intentos de hablar con Negrín son inútiles, pues hace promesas que él mismo sabe que no va a poder cumplir. En marzo de 1939 queda constituido el Consejo y, como previó Mera, vino parejo a una sublevación comunista, que finalmente se pudo frenar. Las unidades de reserva que el IV Cuerpo de Mera tenía son movilizadas para aplacar el golpe instrumentado por el PCE. Aun con todo algunas actitudes de Casado no son bien recibidas por Mera.

Llegados a finales de marzo se ordena al IV Cuerpo de Ejército que comience el repliegue y promueva el exilio. El terrible final de la derrota de la guerra se aproximaba. Mera es el último que abandona su puesto. Parte hacia Levante para poder tomar un avión que le lleve a Orán. La despedida de su familia es de lo más dolorosa. Comienza una nueva etapa en la vida de Mera. Deja los galones de militar para no cogerlos más, demostrando que su decisión fue coyuntural. Ahora toca otro tipo de lucha.

Por el contrario de lo que pudiera parecer, al llegar a Mataganem son desarmados y detenidos. El trato que los exiliados españoles recibieron de las autoridades francesas fue vejatorio, más teniendo en cuenta que numerosos campos de concentración se extendieron por su territorio y que el posterior régimen de Vichy del mariscal Petain colaboró con los nazis mandando a miles de españoles a los campos de exterminio. Mera no corrió esa suerte pero sus penalidades no acabaron.

Una vez detenidos una de las tareas que emprendieron fue la reorganización de la CNT y de la FAI en esos campos de concentración y en el presidio. Las relaciones con republicanos y socialistas fueron fluidas. No se puede decir lo mismo de los comunistas que incluso en esas circunstancias intentaban imponer sus definiciones y conseguían tratos de favor con las autoridades carcelarias. A Mera no le perdonaban que hubiese apoyado a Casado en la Junta Nacional de Defensa. Mera siempre supo defenderse y estuvo a la altura de las circunstancias.

Desde los primeros momentos, Mera mantuvo correspondencia con miembros de la CNT y también de otras organizaciones. Las más fluidas fueron con Mariano Rodríguez Vázquez, quedando interrumpidas por la trágica muerte de este último. Una máxima de Mera fue que debían de actuar ahora para la defensa de los refugiados y luchar por la reorganización de las asociaciones a las que pertenecían. Las cuestiones de la guerra y los fallos que se pudieran cometer en la contienda es algo que se debería analizar una vez que la dictadura de Franco cayera y se discutiera entre españoles en España. Igualmente combatió las teorías reformistas que insistían en hacer de la CNT un partido político al uso y vivió con tristeza cómo destacados compañeros como Vivancos, Jover o Doménech estaban en esa línea de actuación.

Aunque tuvo contactos con el SERE (Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles) no era de su agrado porque estaba en manos de Juan Negrín y muy controlado por los comunistas. Su actividad se volcó en colaborar con la JARE (Junta de Ayuda a los Refugiados Españoles) que estaba en manos de Indalecio Prieto y donde los anarquistas tenían más influencia. 

Mera estuvo en Camp Morand, de donde se fugó y alcanzó Casablanca (no sin pasar más de una peripecia). Allí fue ayudado por anarquistas españoles y portugueses. Y es en Casablanca donde conoce a la JARE con la que tendrá también algún encontronazo. Se le ayuda a regularizar su situación y trabaja primero como encofrador y luego como albañil (vuelve a coger la paleta de albañil como dijo en la guerra).

La situación para los refugiados se puso difícil por la hostilidad de las autoridades francesas presionadas por los nazis. Cipriano Mera es detenido y juzgado, con una orden de extradición a España. Todos los intentos por salvarlo fueron inútiles y definitivamente fue entregado a las autoridades franquistas.

Llegado a España, entra en contacto con algunos anarquista (muchos miembros de la Juventudes Libertarias). Pasa por las cárceles de Linares, Carabanchel y Porlier, todas abarrotadas de presos antifranquistas. Se le forma un Consejo de Guerra donde se le acusa de pillajes y asesinatos indiscriminados. Para Mera era normal que las autoridades del franquismo, vacías de escrúpulos y que habían llevado el crimen como bandera, actuaran esta manera. Se le condena a muerte. Era el año 1941. Antes le había dicho a su hijo: "Más o menos como a mí, sin ningún cargo justificado, han estado fusilando hasta ahora por carros y no hay motivo para esperar el menor cambio de proceder. Será una injusticia más y tendrás que tomar constancia de ella y sobreponerte al dolor. Deberás ayudar a tu madre y mirar el futuro sin odio, porque éste no conduce a ninguna parte. Tu padre, que es, como sabes, victima del odio por haber consagrado su existencia al establecimiento de la fraternidad universal, te recomienda por y sobre todo no odies a tus semejantes".

Mera nunca pidió el indulto, porque no quería nada de sus verdugos. Se le conmutó la pena de muerte por cadena perpetua. En la cárcel, algunos falangistas presos quisieron conocer a Mera, pero éste les cortó en seco diciendo que entre falangistas y libertarios había un río de sangre. Por lo tanto nada de uniones contra natura.

Mera fue puesto en libertad. Estuvo en algunas reuniones conspirativas, algunas del propio ejército, de las que Mera desconfió. En 1947 la CNT le hace el encargo de pasar a Francia e intentar acercar posturas entre la CNT del interior y la del exterior. Se instaló en Francia y vivió de su trabajo, primero en Toulouse y luego en París, junto a su compañera. Trabajó en el oficio de albañil hasta los 72 años. Nunca quiso ayuda por haber sido militar. Vivió humildemente y nunca perdió contacto de su militancia sindical y anarquista. Asistió al importante congreso de Limoges de 1963.

Su casa fue un desfile de historiadores y periodistas. Se creó una aureola de héroe sobre Mera, que él mismo se encargó de desmitificar. Ya muy anciano, en la primavera de 1975, es llevado a un hospital por dolencias pulmonares. En la madrugada del 24 al 25 de octubre de 1975 fallece en París. Su entierro fue una manifestación de la que los medios de comunicación poco dijeron.

Así acababa la vida de un luchador anarquista. Tan sólo unos días no pudo ver el fin del verdugo de España, la muerte de Franco. Quizá hubiese sido una pequeña satisfacción para alguien que con tanto empeño luchó por la libertad.  



Cipriano Mera: El general que sólo quiso ser albañil

Sobrevivió al odio exterminador de Stalin y los comunistas españoles, y a la pena de muerte a la que Franco le condenó. Derrotó a Mussolini en Guadalajara y evitó la masacre de Madrid al final de la contienda incivil. Ahora el documental «Vivir de pie. Las guerras de Cipriano Mera» resucita la voz del héroe anarquista y su memoria, esperando a que regresen, tras 62 años de exilio, su cuerpo y su maleta


VIRGINIA RÓDENAS 

Todo empezó por un tenedor. El que Nardo Imbernón, hijo de un anarquista exiliado en París, le enseñó a Valentí Figueres un mediodía de hace más de un lustro en su casa de la capital francesa mientras celebraba «¡hoy comeremos como los ricos!». Luego colocó sobre la mesa el cubierto de plata y contó a sus invitados que había pertenecido al Aga Khan III.

«Entonces Imbernón —relata Figueres, investigador, director y guionista de este viaje por la memoria— nos contó la historia de la pieza, de cómo sus originales dueños habían sido asaltados y despojados allá en 1949, cuando iban en su limusina por la Costa Azul, cerca de Niza, y de cómo aquel robo no era sino una “recuperación” llevada a cabo por los hombres de los “grupos de acción de la CNT” para su financiación. Luego, ante la enorme curiosidad que había despertado, Nardo empezó a desgranar la historia de aquellos enmascarados, los grandes perdedores de la guerra civil, las víctimas de todos los totalitarismos, mientras aparecía ante nuestros ojos un mundo clandestino que el exilio conservaba fresco en la memoria y donde habitaban esos viejos anarquistas que lucharon por “la Idea” —su concepto de justicia social y libertad—».

De entre todos ellos, a Figueres le conmovió la historia de Cipriano Mera, «un albañil que antes fue trapero y furtivo, nacido en 1897 en el madrileño barrio de Tetuán, entonces de las Victorias, que aprendió a leer y a escribir con 23 años en la cárcel, que llegó a mandar el IV Cuerpo del Centro del ejército republicano, al frente del que logró la única victoria de esa milicia en toda la guerra. Y que, derrotado y exiliado, volvió al tajo, sin quitarse nunca de la cabeza la obsesión de matar a Franco —mientras Franco, que murió 20 días después que él, nunca dejó de perseguirle—, y que cumplidos los 71 sacó agallas para estar en las barricadas del 68 parisino. Él, que siempre pensó que no tenía sentido elegir entre morir de pie o vivir de rodillas, sabía que otro mundo era posible: vivir de pie. Hoy, después de bucear en más de 85 archivos públicos y privados de 11 países y de entrevistar a tantos que le conocieron, y que por primera vez aceptaron hablar públicamente por tratarse de “El Viejo” —apodo que conquistó con solo 39 años—, es evidente que Cipriano Mera no ganó todas las guerras, pero sí luchó en todas las batallas».

Esta mañana cálida de octubre, sentado tras una mesa llena de papeles sobre la que hemos desplegado los retazos de tantas vidas, Figueres, que ha venido a Madrid desde Valencia, me dice que «la de Cipriano ya había empezado como una batalla antes de decidir por qué quería luchar». Es cuando brotan los recuerdos aprehendidos de la infancia mísera en una barrio mísero donde la escasa basura recogida por la madre en la vecina calle de Fuencarral engordaba la piara, y en donde la ausencia del asfalto y la ignorancia cavaron profundos e inabarcables charcos. «En el Madrid de 1910 se hizo albañil para mejorar la economía familiar que debía proporcionar sustento a ocho hermanos y rápidamente se sindicó en la asociación “El Trabajo” de la UGT de Largo Caballero. En 1917 toma contacto con los grupos de afinidad anarquistas y “La Idea” entra en su vida para no abandonarle jamás. Después, formó “Los Intransigentes” y “Acción y Silencio”, batiéndose el cobre en los enfrentamientos de la década trágica del pistolerismo patronal de los 20 y contra la dictadura de Primo de Rivera. Diez años más tarde, tras muchos asaltos, huidas, huelgas, descarrilamientos, persecuciones, robos de explosivos y una vida entre el andamio, la cárcel y el ateneo, Cipriano es ya un gran líder obrero. Cuando participa en la insurrección de Zaragoza en el 33, junto con Durruti, la CNT templaba ya músculos sindicales de 1,5 millones de afiliados».

Teresa, siempre Teresa

Pero antes, y siempre, como su sombra, Teresa, la compañera fiel, la amante, la enamorada, la que sólo veía por sus ojos y la que sola vio morir de penuria a un hijo mientras su amor estaba en la cárcel; la que resistió ausencias interminables y soportó que por encima de ella y de sus hijos, la causa anarcosindicalista que había abrazado Cipriano fuera siempre lo primero; la que llegó al límite cuando en el 47 tuvo que atravesar con su hijo Floreal los Pirineos, caminando en alpargatas por la nieve, y le advirtió al albañil «esta es la última». Fue la única vez que lamentó su destino. Por ella, sólo por ella, Cipriano lamentó desde el presidio «tanta desesperación y tanto sufrimiento». «Teresa —le escribió— perdona mi pobreza».

A Mera, la sublevación militar del 36 le pilla en la cárcel Modelo, de la que era asiduo, por ser el presidente del sindicato de la construcción en Madrid durante la gran huelga. «Y allí —relata Figueres— se encontró por primera vez con José Escobar, su torturador, que, tras cinco días en que se había negado a comer, aislado, la emprendió con él hasta arrancarle parte de la dentadura. Y lo que son las cosas: Meses después volvería a encontrárselo, pero en una situación bien distinta. Mera acababa de tomar Guadalajara y, en la prisión, los reclusos sacaron la bandera blanca. Entonces, los compañeros le pusieron delante a Escobar, que se encontraba allí, animándole a la venganza, pero Cipriano, para el que la dignidad del hombre estaba por encima de todas las cosas, le despidió sin más contemplaciones que las de “que se vaya, pobre desgraciado”. Sin embargo, no acabaría ahí su relación porque años después, corría ya 1946 y Mera disfrutaba de libertad condicional, acudió junto al «Ángel Rojo», Melchor Rodríguez, a la cárcel de Yeserías para tratar de impedir el traslado de unos compañeros muy enfermos, ya que eso les costaría la vida. De nuevo, José Escobar Toro está al frente del negociado. “Aquí viene Cipriano Mera —le dijo un subordinado— a pedirle un favor”. A lo que Escobar contestó: “Pues aquí un favor para Cipriano Mera es una orden”».

Jamás usó su fusil fuera del campo de batalla, ni mató a nadie por odio ni por venganza porque eso, sostenía, traicionaría sus propias ideas «y nos convertiría en una de las dictaduras contra las que luchamos». Recuerda Figueres que cuando los comunistas, a través de Miaja, le propusieron que fusilase por sus ideas monárquicas a uno de sus coroneles, apellidado Brandis, «Mera se negó en redondo a cometer semejante barbaridad, le llamó y le dijo “que sepas que me han encargado que acabe contigo, pero mientras seas leal a la función encomendada no tienes nada que temer. Que sepas que nos persiguen». Tiempo después, en su exilio en el norte de África, donde sobrevivió al campo de concentración de Missour, en el desierto marroquí, escribiría: «Repugnante es que los hombres tengan que huir de los hombres para poder vivir».

La idea anarquista, apunta el investigador, fue como una flor entre los totalitarismos negros y rojos. «Se prepararon para la batalla frente a Hitler y Mussolini y se olvidaron de Stalin, que se puso como objetivo acabar con Mera y sus compañeros. Al menos dos atentados sufrió Cipriano por parte de los comunistas, sobre los que no cesó nunca la duda de su autoría en la muerte de Durruti. “El Viejo” se lo había advertido: “Si los comunistas te dicen que ataques de frente el Hospital Clínico es que quieren acabar contigo”. Y de Mera fue el último beso en la frente de Durruti, que murió en el hotel Ritz, convertido en hospital de campaña, tras haber atacado frontalmente el objetivo».

Helenio Molina, exiliado anarquista que estuvo junto a Cipriano, relata esa persecución en el documental de Figueres: «El año 37 fue una cabronada de los comunistas que venían tirándonos por detrás, porque esa es la verdad (...) Estaban asesinando a los compañeros con un tiro en la espalda. ¿Y en el parte sabes lo que ponían? Asesinado cuando intentaba pasarse al enemigo. Eso lo tengo todo documentado y le aseguro que no es un caso aislado». El mismo Mera lo confiesa: «Había aprendido a esperarlo todo de los comunistas, el chantaje de las armas rusas, la sañuda persecución a los hombres de la CNT y todo por imposición de Stalin».

Luego, la memoria surca las gestas épicas de un hombre, antimilitarista ferviente, que llegó a mandar una división en un frente desde Somosierra a los Montes Universales de Cuenca, «y que vio que el sometimiento de sus hombres a la disciplina militar era la única posibilidad de salir airoso de la contienda frente a un enemigo disciplinado y pertrechado. En Guadalajara venció utilizando, como siempre, sus habilidades de cazador furtivo, que no va de frente a por la presa sino que espera a que pase y a que el factor sorpresa sea decisivo. Con esa táctica dirigió a la famosa y bronca 14 división anarquista en un ataque a Brihuega donde logró la única victoria republicana en la guerra haciendo que las tropas de Mussolini huyeran despavoridas y sufrieran importantes bajas. Por contra, en sus filas sólo murió un hombre de frío y otro resultó herido cuando se le disparó el arma en un pie. También la sagacidad fue fundamental en la toma de Cuenca, cuando acompañado de tan sólo dos camiones con 80 milicianos logró reducir a 300 guardias civiles que se habían hecho fuertes en un cuartel. Se plantó solo delante del cuartel y gritó “quiero que inmediatamente dejen las armas y se entreguen a la República. Mi nombre es Cipriano Mera y tengo mil hombres aquí fuera que les van a machacar”. Lo dijo con tal convencimiento que los guardias se entregaron sin que se derramara una gota de sangre. Y es que no sólo se valió de su experiencia de cazador en El Pardo; sus dotes de actor, que cultivó en el teatro social de los ateneos para campañas de solidaridad con los presos, no le fueron a la zaga. ¡Cuántas veces se disfrazó para cruzar los frentes e infiltrarse, para conocer de primera mano lo que pasaba! Se dice que el enviado que mandó a la Zaragoza nacional a tantear la posibilidad de volver a tomarla no era sino él bajo una nueva máscara».

Con Hemingway en Somosierra

Los documentos se amontonan. ¿Cómo resumir 78 años en un par de horas, en un par de páginas? El relato del otrora militante anarquista Ramón J. Sender en su «Álbum de radiografías secretas» podría ser un buen epílogo. Cuenta el escritor cómo Mera recibió a Hemingway en Somosierra. «Me decía con los ojos desorbitados: “Mera quiso fusilarme”. Yo no podía menos que tomarlo a broma. Eran dos figuras y personalidades contrarias y opuestas. Hemingway gigantesco, hercúleo, atlético, infantilmente presuntuoso y Mera pequeño, cetrino y reservado, sin ideas sobre sí mismo, y con una monstruosa fuerza de voluntad. Donde estuviera Mera, no podía estar Hemingway y al revés. Uno de ellos eclipsaba al otro física, moral e intelectualmente. Pero yo conocía a Mera y sabía que lo último que se le ocurriría sería fusilar a un gigante por su gigantismo, que debía parecerle cómico por contraste con la manera infantil de hablar español y de concebir el peligro y la valentía. Hemingway estaba siempre jugando a los policías y ladrones, como en su infancia. Y poniéndose condecoraciones. En cuanto le echó la vista encima, vio Mera que todo en Hemingway era falso, menos su vanidad, y esa no podía ser peligrosa porque se manifestaba y actuaba de un modo inocente. Mera no recordó nunca a Hemingway desde que lo perdió de vista, pero éste no pudo olvidar nunca a Mera».

De sus guerras, el albañil, que no quiso mayor gloria para sí que la de la paleta, que fue traicionado por los suyos e incluso expulsado de sus filas, y que vivió en la más extrema austeridad trabajando en el tajo hasta los 73 años, sólo obtuvo como recompensa dos maletas: la que recibió el 28 de marzo de 1939, como otros jefes vencidos del bando republicano, con joyas y dinero y que devolvió al Banco de España con la nota «De parte de Cipriano Mera», y la del aseo que abandonó el general italiano Bergonzoli con bragas de travestido y fotos «poco edificantes» en la épica derrota de Guadalajara y cuyo contenido fue quemado. Ésta, que le acompañaría en todos sus destierros, la encontró el equipo de Figueres, olvidada sobre un armario en la casa de la viuda de Floreal. Dentro, los partes de guerra del IV Cuerpo del Ejército del Centro, manuscritos, recuerdos...; fuera, la ignorancia de sus nietos que nada sabían del abuelo general, y a los que Floreal —fallecido en 2002— ni siquiera instruyó en el idioma de los suyos, el español. Porque Floreal, que acabó de empresario de la construcción al «otro lado» de la trinchera del padre, no perdonó el abandono, el sacrificio del desabrigo de quien tanto amó. Dice la viuda que la herida de su paso desnudo por los Pirineos fue tal que le impidió volver a ver jamás la nieve.

Entrevista a Cipriano Mera: ¿se renunció a la revolución? (1966)



 Se publicó en la revista Presencia de París, en el N° 6 de noviembre-diciembre de 1966.

-¿Crees que en julio de 1936 el Movimiento Libertario estaba preparado para la Revolución? ¿O, el contrario, estimas que el levantamiento le cogió desprevenido?

- Firmemente, estoy convencido de que no estaba en condiciones de afrontar un acontecimiento de esa envergadura. En aquellos momentos, la C.N.T. no dis-ponía de los cuadros sólidos que requería tal situación. Durante medio siglo la C.N.T. creó una organización que respondía cada día más al concepto sindicalista revolucionario y con vocación libertaria de la A.I.T., y en ese orden se comportó maravillosamente, arrancando al capitalismo español ventajas morales y materiales que sin un método de acción directa no hubiera obtenido... No obstante, a pesar de las críticas de propios y extraños que haya podido suscitar la organización confederal, no cabe duda de que creó un estado de opinión que se identificó con las aspiraciones del pueblo y que éste, a su vez, supo interpretar el sentir de la C.N.T.

-¿Como explicas que un movimiento sindicalista libertario, con tan larga experiencia de lucha, no dispusiera de una organización, de unos cuadros, de una doctrina coherente, capaces de hacer triunfar la revolución?

- Porque la C.N.T. se consagró a esa labor reivindicativa, que era el combate de todos sus hombres y de todos los días. Y porque, gobierno tras gobierno, de concierto con las oligarquías españolas, se empecinaban en destruir y poner fuera de la Ley a todo el movimiento anarco-sindicalista, manteniendo sus mejores militantes en cárceles y presidios, obligando a que la C.N.T. se desenvolviera clandestinamente. Era eso que impedía toda tabor constructiva de largo alcance.

-¿Crees que cuando llegó el momento de edificar una sociedad de signo libertario faltaron las energías?

- No era todo ni era sólo un problema de energías lo que la lucha nos planteó en sus primeras horas : en algunas regiones la organización se encontraba en condiciones para llevar a cabo la tarea revolucionaria de signo libertario.

- ¿Qué regiones eran ésas, según tú?

-En primer lugar, Cataluña. Cataluña era, con mucho, la más numerosa en hombres, la más rica en militantes. En un grado menor, Asturias, Aragón y Andalucía.  

-Ahora bien, ¿de cara a esa etapa revolucionaria, disponía Cataluña, además de esos cuadros y de esos militantes, de una doctrina y de una estrategia revolucionaria coherentes?

-Lo pongo en duda : y lo pongo en duda por ser precisamente Cataluña la primera región en que se da un acto de colaboración gubernamental. Al decidir de participar en la responsabilidad del gobierno de la Generalidad, Cataluña se desvía de la verdadera revolución social.

-¿Crees que esa actitud colaboracionista de los compañeros de Cataluña fue determinante, que influyó en la actitud de las otras regionales?

-Creo que aquello fue el hecho consumado. Yo lo recuerdo perfectamente; estábamos en el frente cuando se convocó una reunión para comunicarnos la decisión de colaborar en el gobierno; muchos de nosotros estábamos en contra.

-En los primeros días de la guerra, ¿cómo surgió, por ejemplo, el acuerdo de enviar una delegación de la C.N.T. a discutir con el Presidente de la Generalidad de Cataluña Companys?

-Lo ignoro, porque no se contó con las regionales. Reunidos en la regional del Centro, para escuchar el informe de dos destacados militantes, varios compañeros se manifestaron contra ese acuerdo por considerar que era una flaqueza. Opinábamos que le C.N.T. no tenía por qué aceptar la colaboración, como no tenía por qué aceptar la militarización.

-¿Cual fué en esa reunión el sentir mayoritario?

-La actitud mayoritaria fue de asentimiento mudo, resignado y como fatal ante una realidad que ya dominaba un estado de cosas que no se había previsto. No hubo polémica o disconformidad categórica.

-Tu participación activa en el frente te permitirá contestar la pregunta siguiente : ¿respondían las milicias encuadradas en la C.N.T. a un planteamiento revolucionario de la lucha?

-Las milicias respondieron a una improvisación creada por la necesidad de cerrar el paso al fascismo, sin que existiese una verdadera organización de guerrillas. En aquel momento, cuando yo vivía esa experiencia, estaba convencido de que las milicias confederales podían llevar a cabo esa lucha revolucionaria. En efecto, tenían una fuerza más convincente, más moral, que la de cualquier ejército clásico : respondían a una autodisciplina que el individuo convenía con la colectividad. Solamente, al correr de los días, esa autodisciplina confrontada a la vida del frente, a la dura realidad de la guerra, hacían que, con frecuencia, el instinto de conservación fuese más fuerte. Esta fue una de las razones por las que se aceptó la organización militar de las milicias.

-¿Estimas, por la tanto, que en una guerra revolucionario la palabra disciplina no debe estar reñida con la palabra revolución?

-Si unas milicias obedecen a una doctrina y a unos objetivos revolucionarios, no nos debe de asustar la palabra disciplina.

Hablaré de mi experiencia propia. El día 19 de julio desde al momento en que soy sacado de la prisión de Madrid, me echo al campo, no a la ciudad. Entendía, en efecto, que al enemigo que teníamos enfrente se le debía combatir en el campo. Se organizaron grupos que, después, se convirtieron en milicias... Todo se dejaba a merced de la autodisciplina : creíamos, realmente, que el convenio personal entre hombres era superior a la disciplina impuesta. Pero en los primeros combates de Madrid se comprobó, en varias ocasiones, que ese contrato moral no era suficiente. Por eso afirmó que, en pleno periodo revolucionario, las milicias deben aceptar una disciplina colectiva, siempre que no se asemeje a la disciplina castrense. Dicha disciplina libremente consentida debe preservar el caudal más rico del hombre y de su pueblo : su integridad individual y las formas revolucionarias.

-¿Se pensó en la oportunidad de imponer una guerra de guerrillas?

-Se pensó en las guerrillas. La primera táctica de combate que se emplea en Guadalajara, por ejemplo, fue la táctica guerrillera: se rinde el enemigo, se avanza; se llega hasta Alcolea del Pinar con ánimo de introducirse en campo ene-migo. Pero ya en Paredes de Buitrago nos mandaba un militar profesional, el teniente coronel del Rosal, el cual nos indicaba las objetivos a tomar; los tomábamos, pero nosotros entendíamos que detrás se aquel objetivo había otro a alcanzar. Y el teniente coronel del Rosal creía que ese método era un exabrupto. Y como él, lo creían otros compañeros del Centro. Faltaba, pues, la asistencia necesaria para introducirse en el campo enemigo, para establecer esa lucha de guerrillas.

-¿Crees que, de haber contado con ese apoyo, hubiese sido posible imponer al enemigo esa táctica? ¿Podía haber influido en el desarrollo de la guerra?

-No lo creo. Surgió el levantamiento militar: por donde el fascismo pasaba la arrasaba todo. No hubo una preparación adecuada para sorprender el enemigo; no hubo posibilidad, a pesar de ser España geográficamente apta a ese tipo de lucha, de entablar el combate en donde se creía conveniente y no donde el enemigo lo quería imponer. El enemigo no se dejó sorprender... Aunque no creo que la guerrilla hubiese alterado el resultado final.

- Hubo en la C.N.T. posturas distintas, casi antagónicas, frente al dilema de llevar de frente dos tareas esenciales : la guerra y la revolución. Mientras unos opinaban que era preciso ganar la guerra y hacer después la revolución, otros daban prioridad absoluta a la revolución. Una tercera posición partía de la base de que guerra y revolución debían ser simultáneas. ¿Cuál era tu actitud frente a esos tres caminos distintos?

- Transcurridos treinta años, es normal no pensar hoy como se pensaba en aquellos momentos. No por ello dejo de sentirme identificado con toda la gesta inicial del pueblo revolucionario en armas. En aquellos momentos iniciales, y durante muchas semanas, el concepto guerra y revolución no se planteó a los hombres de la C.N.T. porque no existía. Vencer al enemigo presuponía que la revolución triunfaba.

En 1936, estuve entregado a combatir el fascismo con las milicias hasta marzo de 1937 y quedé al margen de las corrientes minimalistas o maximalistas que se manifestaban dentro de la Organización. Mi convencimiento era que se podía hacer frente a las necesidades del frente e ir al mismo tiempo a la revolución. Más aun, yo creía que cuanto más se afirmara en la retaguardia el concepto revolucionario, con más moral seríamos asistidos los hombres que nos habíamos marchado a los frentes. La quiebra moral no viene de los combatientes, si no de los organismos políticos, y vale mostrar como ejemplo la salida del Gobierno de Madrid en noviembre de 1936. El Gobierno de Largo Caballero, alarmado por la presión que ejercía sobre Madrid el enemigo y rompiendo con la promesa hecha 8 horas antes, decide abandonar la capital -centro y nervio de la resistencia al fascismo, según su propia expresión- sin tener en cuenta los efectos desastrosos que su huida comportaba. Y la cosa se agravaba, porqué pegados a él huían todos los organismos nacionales políticos y sindicales. Entre ellos nuestro C.N. de la C.N.T. y nuestros cuatro ministros. Bien seguro que la óptica de los políticos era distinta a la de los combatientes, que se dieron perfecta cuenta del desastroso efecto psicológica que esa huida operaría sobre el pueblo de Madrid y sobre el frente. A tal punto, que ya el día 8 me encontraba en la defensa de Madrid con un refuerzo de 1.000 hombres retirados del frente de Albarracín.

-Al analizar el período de la colaboración de la C.N.T., suele atribuirse la responsabilidad de esa decisión a determinados grupos de militantes o a determinadas regionales. ¿Crees que es lógico, que es justo? ¿O crees que la responsabilidad la debería asumir la C.N.T. en pleno?

-Creo que no debemos rehuir el estudio del pasado. Al pueblo se le debe decir la verdad. A pesar de lo que digo anteriormente, no me niego a definir la responsabilidad que me haya podido caber, por omisión o intencionadamente, dentro de la trayectoria de la C.N.T. Todos tenemos nuestra buena parte de responsabilidad... Pero creo que la hora de pedir responsabilidades ya ha pasado, o que eso no podrá hacerse hasta que la Organización pueda de nuevo salir a la luz pública y reunirse en Congreso... Quiero hacer constar, no obstante, que la política de los hechos consumados y las decisiones ejecutivas comenzaron enseguida de la guerra.

-¿Como enjuicias la actuación del Partido Comunista español durante la contienda? El P.C., de partido minoritario que era, se convirtió en una fuerza. Para afirmarse no encontró mejor forma que enfrentarse con la C.N.T. y aplastar al POUM. ¿Mantuvo, en esa ocasión, la Organización una actitud eficaz o pecó, por el contrario, de debilidad?

-No solamente la C.N.T., sino el Partido Socialista, los republicanos, etc., dejaron hacer a los comunistas en espera del material ruso pagado con oro español. Si el partido comunista liquidó al POUM, si ejecutó hombres de todos los sectores antifascistas, si hizo labor contrarrevolucionaria, si no respetó la unidad del Frente Popular Antifascista, fue porque su única política era CRECER, hacerse fuerte con el apoyo ruso, y a medida que lo conseguía, imponía su dictadura, Todos nos hacíamos cargo que, pronto o tarde, la gran explicación con el P.C. vendría. Pero aquí también fuimos débiles en honor a salvar lo que entre trincheras estaba en juego. Nadie ignora el papel que hube de desempeñar frente a las turbias maniobras del P.C. español y sobre esta pregunta me remito a los cientos de obras que se han editado, algunas muy buenas y precisas, escritas por los gerifaltes comunistas de la época de nuestra contienda.

-¿Cuáles son para ti los consejos más valiosos para la juventud, especialmente de cara a una acción revolucionaria?

-No sé si mis consejos serán válidos. O si la fueran si serán escuchados. Pero daré mi punto de vista.. Con aciertos o errores y hasta con ambos, la juventud tiene en la Revolución española, en la C.N.T. y en sus hombres, sujeto amplísimo de meditación. Si todo no es bueno como ejemplo porque la situación no es la misma, porque el planteamiento ya es otro, porque el nivel cultural y de confort es mayor, queda siempre que el problema de la libertad y el de un socialismo humano y libertario está por resolver. Nosotros, los hombres de la revolución del 19 de julio, quizás no tengamos otra feliz ocasión de poder recomenzar, pero ahí estáis vosotros, los jóvenes que habéis tenido la fortuna, digo bien la fortuna, de heredar una experiencia que no pide otra cosa que ser continuada.

Especialmente debo poner el acento sobre el papel importante del sindicalismo revolucionario que encarnó la C.N.T. Sin una organización sindicalista revolucionaria, fuerte y con vocación anarquista, no será posible la manumisión de los trabajadores; caerán siempre en el juego de los demagogos y en el reformismo político.

En el momento actual, la tarea principal de la juventud inquieta está en los talleres, en los tajos, en las oficinas, en la Universidad y en la calle. Está junto al Pueblo, que no es solamente un «buen aliado» como se viene diciendo, si no que es el principal protagonista de la acción social. Porque en la acción social no valen términos medios.





Cipriano Mera y el general Miaja, entonces Jefe del Ejército del Centro en Brihuega en 1937

En repetidas ocasiones se cita como una de las causas principales de la derrota de la República en la Guerra Civil la falta de formación de los jefes militares de las milicias populares frente a la superioridad de los oficiales profesionales del ejército franquista. Se olvida que la base de la oficialidad de los rebeldes estaba formada por los llamados alféreces y tenientes “provisionales” como consecuencia de la escasez de militares profesionales para dirigir a las tropas en guerra. Ofrecemos un interesante testimonio sobre este asunto con algunos partes de guerra del Cuartel General del IV Cuerpo de Ejército que mandaba el albañil anarquista Cipriano Mera. En junio de 1938 un amplio sector del frente en la provincia de Cuenca fue puesto bajo su responsabilidad, aunque antes estaba bajo el control del XIX Cuerpo de Ejército que dirigía Joaquín Vidal Munárriz, un militar profesional que en julio de 1936 había alcanzado el grado de teniente coronel. A pesar de su desastrosa defensa de este sector, precisamente el día 26 de junio de 1938 se le concedió la Medalla al Valor. Un último dato de interés: en junio de 1938 el Jefe del Ejército del Centro era el coronel Segismundo Casado.

Registro de Campaña

Anotaciones y datos tomados el 21 de junio de 1938

A las cinco y cuarenta horas sale del Puesto de Mando de la 33 División en unión del Jefe de la misma y de sus respectivos Ayudantes, siguiendo la ruta Priego-Cañamares-La Frontera-Cruce con la pista a siete kilómetros del mencionado pueblo a Castillejo, pasa por Castillejo-Arco de la Sierra-Portilla-Villalba de la Sierra. El Comandante Jefe del Sector, que tiene su Cuartel General en este pueblo había salido para Huélamos, tomando el Jefe la ruta de Uña a Huélamos, donde se encontraba el citado Comandante. En este pueblo hay acantonada una Compañía de Guardias de Asalto del 25 Grupo, que destacan una Sección a la posición Entrada, situada a dos kms. al N.E. del pueblo, la que distribuyen hasta Valdonarre.

A las diez horas sale del pueblo de Huélamos con una sección de Caballería que el día antes había ordenado se encontrase en el mencionado punto a las siete horas, rumbando hacia el N.E. sigue el camino Huélamos-Valdemeca hasta Valdonarre, quedando en Corrales el grueso de la Sección. Se dirige el Jefe y Jefe de la 33 División a visitar el pelotón que se encuentra en la posición Entrada. Sale seguidamente de dicha posición, descendiendo por el entrante Este de Entrada hasta el río Valdemeca,   continuando aguas abajo para tomar el camino de Frías, pasando las líneas que hasta la actualidad tenía ocupadas el XIX Cuerpo de Ejército. Continúa por este camino pasando a un km. al suroeste de Escaleruela descendiendo, continúa por el camino de Frías hasta el arroyo de Almagrero, continúa por el camino de Huélamos a Frías hasta la Cota 1846 Los Tormones, donde llega a las trece treinta horas y desde donde observa todo el territorio que se domina, no pudiendo localizar al enemigo por encontrarse a una distancia considerable, según información, al N.E. del nacimiento de los ríos Tajo y Cabriel sin determinar punto, no encontrando durante toda la observación el menor indicio y datos afirmativos de ocupación de dicha zona por el enemigo. En la marcha se han agotado dos caballos de la Sección que le acompaña por ser el terreno bastante accidentado. Descansa en esta Cota donde procede a comer para salir a las catorce y cuarenta horas faldeando dicha Cota en dirección al Vértice   Mogorrita, pasando por Manuel Jordán, Sierra del Agua, Vértice Aguaruelo hasta el camino de Tragacete, cruza la Cañada Real para subir por el camino que sigue por el límite del término municipal hasta el de Tragacete, llegando a Vértice Mogorrita, Cota 1866, a las dieciséis y cuarenta horas.

En este punto se encuentra una Sección compuesta de 28 hombres del Batallón de Montaña, los cuales informan que establecen contacto por el flanco izquierdo con una patrulla de seis hombres dando vistas al río Tajo hasta la Meseta de Ocaña, aproximadamente por la Cota 1766 X 759 Y 643, con otra patrulla de seis hombres que sale de la posición Vértice de San Felipe, guarnecida por otra Sección de la misma Compañía, que patrullan dando vistas, como la anterior, al río Tajo y estableciendo contacto en la mencionada Meseta, replegándose a su base de partida, donde llegan aproximadamente a la hora de comer. Por el flanco derecho del Vértice Mogorrita patrullan otros seis   hombres de los que le guarnecen para establecer contacto de N. a S. con las fuerzas que guarnecen la entrada en el punto denominado La Serna. Las fuerzas del Vértice Mogorrita que ocupan esta posición desde el día 11 del corriente, 

Anteriormente ocupaban la posición H 1618 situada 3.000 metros al N.E. del pueblo de Tragacete X 758 Y 643, desde donde según informes del Teniente, se desplazaban patrullas diariamente hasta el Vértice Mogorrita, donde permanecen por espacio de una hora o dos, observando la posición enemiga de Portillo situada en el camino de Guadalaviar, Cota 1801 X 756 Y 642, regresando a su base de partida con objeto de encontrarse en ésta a la hora de comer. El Jefe recoge toda esta información procediendo a observar todo el territorio de la zona derecha del Tajo, no observando ninguna otra posición ni movimiento enemigo que la del Portillo que guarnece el camino de Guadalaviar con una Sección aproximadamente.

A las diez y siete y diez horas sale de Mogorrita por el camino que sigue el término municipal, pasa por la Solana de la Herrería, Torruenta, hasta la carretera de Tragacete a tres km. y medio del mencionado pueblo, continuando la marcha por la carretera llegando a éste a las diecinueve y cuarenta y cinco horas.
Después de cambiar sus impresiones y charlar con Jefe de 33 División acerca del abandono en que se ha encontrado hasta la actualidad el frente recorrido, siendo éste de 65 a 70 kms.; teniendo conocimiento absoluto de que todo este sector se encuentra en las mismas condiciones hasta Beteta desde su enlace con el XIX Cuerpo de Ejército (Ejército de Levante). El Jefe ante tales acontecimientos, desiste de continuar la inspección que duraría tres o cuatro días, para con la máxima urgencia proceder a organizar el nuevo sector recientemente agregado a este Cuerpo de Ejército.

Por haber sido la marcha tan dificultosa y de 50 a 60 kms. el Jefe queda a descansar en el pueblo de Tragacete con el fin de mañana emprender el viaje.

Del Jefe del IV Cuerpo de Ejército, Teniente Coronel Cipriano Mera.

Registro de Campaña

Anotaciones y datos tomados el 21 de junio de 1938

A las ocho y treinta horas sale de Tragacete con el Jefe de la 33 División dirigiéndose, pasando por Villalba de la Sierra, a Cuenca, donde se entrevista con el Gobernador Civil de dicha población, dándole a conocer la existencia de abundante ganado por el sector que en el día de ayer hizo la inspección, haciéndole ver la conveniencia de retirarlo a la zona de retaguardia por estar dicho ganado incluso delante de nuestras líneas.

A las once y veinte horas sale de Cuenca por la ruta de Tarancón-Perales-Torrejón de Ardoz-Canillejas, donde se dirige a la posición Jaca llegando a las diecinueve horas y en donde se entrevista con el Jefe del Ejército del Centro para darle cuenta de todas las deficiencias observadas en el día de ayer en su recorrido y el abandono en que se ha encontrado el frente anteriormente ocupado por el XIX Cuerpo de Ejército, lo mismo en comunicaciones que en la situación de fuerzas y en la construcción de trincheras y que nada ha progresado después de dos años de guerra; temiéndose se encuentre el flanco derecho de este Cuerpo de Ejército, enlace con el XIX, en las mismas condiciones.

El Jefe ha ordenado en el día de ayer que se ocupa la Cota 1846 con las fuerzas que guarnecen la posición de Entrada.

Sale de Jaca a las veinte horas llegando a su Cuartel General a las veintiuna horas, acompañado del Comandante Medrano, jefe de la 33 División, el que sale para su Cuartel General de Priego, permaneciendo el Jefe en su despacho hasta las veinticuatro horas que se retira a descansar.
Del Jefe del IV Cuerpo de Ejército, Teniente Coronel Cipriano Mera.










Cipriano Mera con sus hijos

Visita del coronel Casado al Estado Mayor de Mera.
Verardini con las manos en los bolsillos

































Tras la victoria, las celebraciones. Comida de "confraternización" anarco-comunista tras la victoria de Guadalajara. Opciones políticas muy enfrentadas entre sí durante la GCE y que culminarían con los combates en el golpe de Casado. A lado de Valentín González, EL Campesino, con jersey, el también dirigente anarquista Cipriano Mera, cuyas tropas puso a las órdenes de Casado contra los comunistas para finalizar la cruenta guerra civil


Cipriano Mera: El general que sólo quiso ser albañil











1 comentario:

  1. Muchas fotos pero faltaría información sobre las mismas: autor, fondo donde se conservan, etc.

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