MANIFIESTO
La Junta organizadora del Partido Liberal Mexicano a los miembros del partido, a los anarquistas de todo el mundo y a los
trabajadores en general.
Compañeros:
El reloj de
la historia está próximo a señalar, con su aguja inexorable, el instante en que
ha de producir la muerte de esta sociedad que agoniza.
La muerte de
la vieja sociedad está próxima, no tarda en ocurrir, y sólo podrán negar este
hecho aquellos a quienes interese que viva, aquellos que se aprovechan de la
injusticia en que está basada, aquellos que ven con horror la revolución
social, porque saben que al día siguiente de ella tendrán que trabajar codo con
codo con sus esclavos de la víspera.
Todo indica,
con fuerza de evidencia, que la muerte de la sociedad burguesa no tarda en
sobrevenir. El ciudadano ve con torva mirada al polizonte, a quien todavía ayer
consideraba su protector y su apoyo; el lector asiduo de la prensa burguesa
encoge los hombros y deja caer con desprecio la hoja prostituida en que
aparecen las declaraciones de los jefes de Estado; el trabajador se pone en
huelga sin importarle que con su actitud se perjudiquen los patrios intereses,
conscientes ya de que la patria no es su propiedad, sino la propiedad del rico;
en la calle se ven rostros que a las claras delatan la tormenta interior del
descontento, y hay brazos que parece que se agitan para construir la barricada.
Se murmura en la cantina; se murmura en el teatro; se murmura en el tranvía, y
en cada hogar, especialmente en nuestros hogares, en los hogares de los de
abajo, se lamenta la partida de un hijo a la guerra, y los corazones se oprimen
y los ojos se humedecen al pensar que mañana, que tal vez hoy mismo, el mocetón
que es la alegría del tugurio, el joven que con su frescura y su gracia
envuelve en resplandores de aurora la triste existencia de los padres que están
en su ocaso, será arrancado del seno amoroso de la familia para ir a
enfrentarlo, arma al brazo, con otro joven que es, como él, el encanto de su
hogar, y a quien no odia, y a quien no puede odiar porque ni siquiera lo
conoce.
Las flamas
del descontento se avivan al soplo de la tiranía cada vez más ensoberbecida y
cruel en todo país, y aquí y allí, allá y acullá, y en todas partes, los puños
se crispan, las mentes se exaltan, los corazones laten con violencia, y donde
no se murmura, se grita, suspirando todos por el momento en que las manos
encallecidas en cien siglos de labor deban dejar caer la herramienta fecunda
para levantar el rifle que espera, nervioso, la caricia del héroe.
Compañeros:
el momento es solemne; es el momento precursor de la más grandiosa catástrofe
política y social que la historia registra: la insurrección de todos los
pueblos contra las condiciones existentes.
Va a ser,
seguramente, un impulso ciego de las masas que sufren; va a ser, a no dudarlo,
la explosión desordenada de la cólera comprimida apenas por el revólver del
esbirro y la horca del verdugo; va a ser el desbordamiento de todas las
indignaciones y de todas las amarguras, y va a producirse el caos, el caos
propicio al medro de todos los pescadores a río revuelto; caos del que pueden
surgir opresiones y tiranías nuevas, porque en esos casos, regularmente, el
charlatán es el líder.
Toca pues, a
nosotros los conscientes, preparar la mentalidad popular para cuando llegue el
momento, ya que no preparar la insurrección, porque la insurrección nace de la
tiranía.
Preparar al
pueblo no sólo para que espere con serenidad los grandiosos acontecimientos que
vislumbramos, sino para que sea capaz de no dejarse arrastrar por los que
quieren conducirlo ahora por caminos de flores, a idéntica esclavitud o a
tiranía semejante a la que hoy sufrimos.
Para lograr
que la rebeldía inconsciente no forje con sus propios brazos la cadena nueva
que de nuevo ha de esclavizar al pueblo, es preciso que nosotros, todos los que
no creemos en gobierno, todos los que estamos convencidos de que gobierno,
cualquiera que sea su forma y quienquiera que se encuentre al frente de él, es
tiranía, porque no es una institución creada para proteger al débil, sino para
amparar al fuerte, nos coloquemos a la altura de las circunstancias y sin temor
propaguemos nuestro santo ideal anarquista, el único bumano, el único justo, el
único verdadero.
No hacerlo
es traicionar, a sabiendas, las vagas aspiraciones de los pueblos a una
libertad sin límites, como no sean los límites naturales, esto es, una libertad
que no dañe a la conservación de la especie.
No hacerlo
es dejar manos libres a todos aquellos que quieran aprovechar, para fines
meramente personales, el sacrificio de los humildes.
No hacerlo
es afirmar lo que dicen nuestros contrarios, que está muy lejano el tiempo en
que pueda implantarse nuestro ideal.
Actividad,
actividad y más actividad, eso es lo que reclama el momento.
Que cada
hombre y cada mujer que amen el ideal anarquista, lo propaguen con tesón, con
terquedad, sin hacer aprecio de burlas, sin medir peligros, sin reparar en
consecuencias.
Manos a la
obra, camaradas, y el porvenir será para nuestro ideal.
Tierra y Libertad.
Dado en Los Angeles, Estado de California, Estados Unidos
de América, el día 6 de marzo de 1918.
Ricardo
Flores Magón
Librado
Rivera
(De Regeneración, N° 262 del 16 de marzo de 1918)
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