Fermín Salvochea y Álvarez nació
en Cádiz el
día 1 de marzo de 1842. Nació en la gaditana Plaza de las
Viudas nº 32, 1º. Su padre era un comerciante de fortuna,
heredero de una de esas familias de negociantes que tan importante papel han
desempeñado en la vieja ciudad mercantil. Claro está que Fermín recibió una
educación cuidadosa. Su padre, siguiendo una arraigada tradición de familia,
tenía la intención de hacer de él un hábil comerciante a fin de poder
entregarle más adelante sus negocios.
La primera juventud de Fermín fue pacífica y dichosa en todo sentido. Se
distinguía por su inteligencia extraordinaria y por las cualidades valerosas
y caballerescas de su carácter, que dejaba entrever desde su infancia. Su
madre, mujer admirable, le refería en su niñez las leyendas y tradiciones de
la ciudad de Cádiz, tan ricas y fantásticas como un capítulo de Las
mil y una noches y el pequeño Fermín la escuchaba leyendo las
palabras en sus labios. Esas historias románticas ejercieron profunda
influencia sobre el muchacho y a menudo recordaba, en medio de su vida
tormentosa, aquellas horas felices.
Al cumplir los quince años su padre lo envió a Inglaterra para
que perfeccionase sus conocimientos del idioma inglés y continuara sus
estudios comerciales. Fue este el primer acontecimiento importante en la vida
de Salvochea. En Inglaterra se descubrió ante él un nuevo mundo. El carácter
severo y puritano de la vida británica con sus formas rígidas y
convencionales y sus impresiones prosaicas, produjeron una influencia
profunda en el joven. La diferencia era demasiado notoria: el hermoso cielo
azul de Andalucía, Cádiz con sus blancas casas, sus palmeras y sus habitantes
rebosantes de temperamento y de pronto Londres con su neblina, sus edificios
negros, el humo de las chimeneas, las calles frías e inhospitalarias. Al
principio Salvochea se sentía como un prisionero en el nuevo ambiente, pero
su carácter enérgico venció rápidamente el primer influjo desagradable de
Inglaterra. Se dedicó a estudiar a los hombres y descubrió que el inglés seco
y frío posee al mismo tiempo un instinto de independencia individual
notablemente desarrollado y un sentimiento de libertad personal que es raro
encontrar en otros países.
Los cinco años que Fermín pasó en Londres y en Liverpool fueron para él
un período de gran desarrollo intelectual. Dedicó todos sus momentos libres
al estudio de la literatura radical inglesa. Primero fueron los trabajos de Thomas
Paine los que produjeron una influencia poderosa sobre él; más tarde
estuvo en contacto personal con Charles Bredlow y sus
amigos. La propaganda ateísta en Inglaterra tropezaba con grandes
dificultades en esa época, pero Bredlow y sus compañeros luchaban con la
mayor energía en favor de sus convicciones, tratando de destruir el concepto
medieval del teísmo que impera aun hoy día en vastos círculos de la sociedad
inglesa.
El joven Salvochea acogió con entusiasmo la nueva doctrina y se convirtió
en ateo. Para el español el ateísmo desempeña, en general, un
papel más importante que en las demás naciones. Es la condición primordial de
todo movimiento libertario, el primer paso de todo libre progreso individual.
España es el país clásico del clericalismo católico, el país de la
Inquisición, que ha sido casi totalmente arruinado por el dominio
oscurantista de la Iglesia. He ahí la razón por qué Salvochea ha sido toda su
vida un propagandista radical e incansable del ateísmo.
Pero Salvochea conoció en Inglaterra otro ideal, que ejerció una gran
influencia sobre su actuación posterior. Cuando llegó a Londres, vivía aún Robert
Owen, el célebre comunista inglés. Sus ideas no sólo influían
poderosamente sobre la clase obrera británica, sino también sobre los
elementos idealistas de la pequeña burguesía inglesa. Salvochea estudió las
obras de Owen y de otros escritores comunistas. Los hechos sociales
aparecieron de pronto a sus ojos bajo otra faz; se produjo una revolución en
su mentalidad y poco a poco empezó a comprender todo el significado del gran
problema social. La brillante crítica de la propiedad privada formulada por
Owen descubrió repentinamente ante él todos los males sociales y al propio
tiempo se desarrolló en él el grandioso ideal de la igualdad social y
económica, como el único capaz de crear una vida armónica en la sociedad
humana. Salvochea se hizo comunista y siguió siéndolo hasta el último día de
su vida. Muchos años más tarde, en una ocasión especial, él mismo analizó su
evolución revolucionaria recordando su "período inglés" con estas
palabras características:
"Ciertos libros ejercen en determinados momentos una influencia
poderosa sobre el desarrollo de un hombre: Se sabe que el primer libro que
leyó Ravachol fue la novela El judío errante de Eugenio Sue. La influencia de
este libro no se extinguió jamás en él, según su propia declaración. Lo mismo
puedo decir de mí; viviendo en Inglaterra leí por vez primera a Thomas Paine.
Sus escritos me convirtieron en internacionalista y hasta hoy día me hallo
todavía bajo su influencia. 'Mi patria es el mundo, todos los hombres son mis
hermanos y mi religión consiste en hacer el bien.' Estas palabras produjeron
una impresión inolvidable en mí; yo buscaba en cada palabra un sentido
profundo y ellas se han grabado en mi mente para siempre. Más tarde conocí a
Robert Owen, quien me enseñó el ideal sublime del comunismo, y a Bredlow, que
me hizo conocer los puntos de vista del ateísmo. Todo lo demás se desarrolló
en mí por cuenta propia."
En 1864 Salvochea abandonó Londres para
regresar a Cádiz. En aquel entonces se iniciaba en Andalucía un
vigoroso movimiento revolucionario. Rafael Guillén y Ramón
de Cala, dos hombres valientes y socialistas convencidos, se consagraron
con mucha energía y entusiasmo a organizar los elementos republicanos y
demócratas de la provincia. El movimiento republicano en Andalucía ha tenido
siempre un marcado carácter socialista y la mayor parte de sus apóstoles y
propagandistas fueron partidarios del socialismo.
La propaganda socialista se inició en España después de
la revolución de 1840. En
aquella época Joaquín Abreu desarrollaba en Andalucía
una propaganda vigorosa y llena de éxito en favor de las ideas de Charles Fourier.
Explicaba sus ideas en la prensa radical de Cádiz, ideas que hallaron bien
pronto un eco en los periódicos de otras ciudades. Para conocer el
desenvolvimiento que ha tenido ese movimiento basta recordar el hecho de que
Abreu logró en un breve plazo, de cuatro a cinco millones de pesetas para
fundar una colonia fourierista en los alrededores de Jerez de la Frontera. Pero el gobierno impidió la
realización de ese proyecto, persiguiendo a los propagandistas socialistas.
De éstos, los más conocidos fueron Pedro Ugarte, Manuel
Sagrario y Faustino Alonso; más tarde se agregaron José
Barterolo, Pedro Bohórquez y finalmente Guillén y De
Cala, a quienes ya hemos mencionado.
Fermín Salvochea volvió a Inglaterra hecho un comunista y ateo. En su
patria se convirtió en revolucionario y republicano. Claro está, en defensor
de una república comunista. Con todo el apasionamiento entusiasta de su noble
carácter se entregó al movimiento revolucionario conspirador. Tuvo una
participación activísima en las empresas más arriesgadas y su valor personal,
su espíritu de sacrificio, lo convirtieron poco a poco en uno de los
dirigentes más capaces y de mayor influencia en el movimiento republicano.
Salvochea era rico, sumamente rico; se decía que su padre poseía una fortuna
de tres millones de pesetas; pero Fermín vivía modestamente y se valía de su
riqueza como fondo para la causa revolucionaria.
Las casamatas de San Sebastián y Santa Catalina, cerca de Cádiz, era en aquel entonces el albergue de los presos
políticos de toda España. Los revolucionarios que debían ser recluidos en las
colonias penales de Fernando Poo o de Manila quedaban encerrados durante
algún tiempo en las prisiones de Cádiz, antes de que fuesen enviados a su
destino. Salvochea los visitaba a todos y tenía para cada cual un buen
consejo y alguna ayuda.
En 1866 Salvochea
y sus amigos organizaron una empresa grandiosa. Se esperaba que los
artilleros encarcelados, que habían tomado parte en la sublevación de Madrid,
serían enviados a la prisión de San Sebastián para transportarlos luego a
Manila. Pero por lo visto el gobierno se mostró receloso porque cambió repentinamente
de opinión.
En 1867 la
reina Isabel volvió a poner el mando en manos del odiado verdugo Narváez y el
país desdichado sintió las consecuencias de una terrible reacción. Ya en junio
de 1868 habían
estallado algunas revueltas aisladas enCataluña y Andalucía,
pero fueron inmediatamente reprimidas en sangre. Salvochea tuvo una
participación destacada en el levantamiento militar del regimiento Cantabria;
dicho levantamiento fue el preludio de la revolución de septiembre de 1868.
Ésta comenzó el 18 de septiembre en Cádiz, propagándose
cual un incendio por toda Andalucía. El día 28, el ejército real fue batido
por los insurgentes y el 29 la comuna de Madrid proclamó la destitución de la
dinastía borbónica.
Salvochea fue elegido miembro de la comuna revolucionaria de Cádiz y
segundo comandante del segundo batallón
de voluntarios. Fueron muchos los que quisieron
incorporarse a él, pero Salvochea eligió únicamente a los republicanos y a
los comunistas.
Toda España saludó con el mayor júbilo la caída de la odiada dinastía y
durante un instante pareció que se iban a realizar millares de esperanzas.
Pero los hombres del gobierno provisional de Madrid no eran más que
monárquicos liberales y adversarios del ideal republicano. Gracias a la
actitud vergonzosa del republicanismo burgués, Castelar y sus amigos, los miembros
del nuevo gobierno, los señores Prim, Zorrilla, Sagasta,
etc., adquirieron valor y se pronunciaron abiertamente contra la República.
Salvochea y sus amigos comprendieron el peligro, sabían que el gobierno
flamante se vengaría de los republicanos en la primera oportunidad. Con el
propósito de prepararse para la lucha los revolucionarios andaluces
convocaron para los primeros días de diciembre de 1868 una gran asamblea en
Álava. Salvochea seleccionó los elementos fieles de Cádiz, recomendándoles
que no depusieran en modo alguno las armas. El 5 de diciembre apareció,
inesperadamente, ante los muros de Cádiz, una sección de artillería
exigiendo, en nombre del gobierno, que la milicia revolucionaria hiciera
entrega de sus armas en el término de tres horas. Aún no había transcurrido
este plazo cuando comenzó el tiroteo. Algunos revolucionarios cayeron muertos
y otros heridos.
Inmediatamente Salvochea se colocó al frente de los rebeldes y organizó
la defensa militar de la ciudad. La lucha duró tres días; la artillería hizo
esfuerzos desesperados por conquistar la plaza sin resultado alguno.
Salvochea luchó como un león, estaba en todos los sitios de mayor peligro y
su valor heroico infundió a los rebeldes una fuerza increíble.
Al cuarto día los embajadores de la ciudad solicitaron un armisticio, que
fue aceptado por ambas partes. Pero el gobierno "liberal" se
apresuró a enviar contra los valerosos insurrectos un ejército al mando del general
Caballero de Rodas. Salvochea mantuvo su posición hasta el 11 de diciembre. Pero, a medida que el
general se iba acercando, sin encontrar resistencia, comprendió Salvochea que
el pequeño núcleo de revolucionarios mal armado no estaba en condiciones de
oponerse a un ejército y que toda resistencia sólo ocasionaría una matanza,
sin ninguna probabilidad de éxito. En consecuencia disolvió la milicia
revolucionaria enviándola a otro lugar y quedándose él solo. Se fue
tranquilamente al casino militar para
esperar allí al general Caballero de Rodas. El coronel Pazos,
jefe del tercer regimiento de artillería, lo fue a ver para
pedirle que salvara su vida, abandonando Cádiz, porque el general ordenaría,
con toda seguridad, que fuese fusilado. Salvochea no aceptó. El coronel le
ofreció su ayuda personal, pero Salvochea se mantuvo firme en su decisión.
Sabía que el gobierno lo consideraba como culpable principal y en caso de no
ser hallado por De Rodas la ciudad entera debería sufrir por su causa y eso
habría sido para él peor que la muerte. Su carácter noble no le permitió
pensar en su propia salvación; estaba dispuesto a afrontar toda la
responsabilidad y resuelto a morir por sus hechos. Esta actitud admirable
impresionó profundamente hasta a sus enemigos y el general De Rodas, no
queriendo ser el verdugo de semejante hombre, lo envió en calidad de
prisionero de guerra a la fortaleza de San Sebastián.
Empero el pueblo de Cádiz supo apreciar este carácter elevado y pocos
meses después Salvochea era elegido por gran mayoría representante de Cádiz
en las Cortes. El gobierno provisional había declarado anteriormente que no
reconocería esa elección y el parlamento "revolucionario", en
efecto, apoyó esta actitud. Diríase que esos extraños
"revolucionarios" querían demostrar que Salvochea no cuadraba en su
compañía; en este sentido tenían razón, pues el verdadero sitio del gran
rebelde era la barricada y no el parlamento.
En febrero de 1869 se
reunió el nuevo parlamento y una de sus primeras resoluciones fue la de
conceder la amnistía a los presos políticos, que todo el pueblo requería
enérgicamente. Algunos días después Salvochea y muchos otros abandonaron las
casamatas de San Sebastián y Santa Catalina.
Salvochea reanudó en seguida sus trabajos, fomentando en Andalucía una
agitación vigorosa a favor de un nuevo levantamiento republicano, porque era
aquel el único modo de salvar las consecuencias de la revolución del 68.
El 1 de junio de 1869 las
Cortes adoptaron una resolución monárquica, por 214 votos contra 56,
decidiendo buscar en Europa un rey adecuado para el trono español. Emilio
Castelar y otros republicanos burgueses se limitaron a protestar
débilmente en lugar de recurrir a la única solución que les quedaba: la
sublevación. Pero esos comediantes republicanos no querían saber nada de
tales medios y prefirieron traicionar la República y la revolución de 1868.
En el mes de septiembre estalló en Cataluña el levantamiento
federalista. Salvochea y sus amigos resolvieron en el acto apoyar a los
rebeldes agitando la bandera de la revuelta en su provincia. El 30 de septiembre, Salvochea a la cabeza de 600 hombres,
marchaba de Cádiz a Medina para
reunirse allí con los revolucionarios de Jerez y de Ubrique.
Aun cuando aquéllos sabían que las perspectivas de triunfar no eran muy
brillantes, decidieron iniciar la campaña, costara lo que costara. Sabían que
el levantamiento era el último recurso para defender su libertad y, hombres
resueltos, estaban decididos a morir antes que someterse sin intentar la
defensa.
Salvochea fue perseguido inmediatamente por las tropas del gobierno. No
lejos de Alcalá de los Gazules se llevaron a cabo los primeros encuentros sangrientos. Los
militares eran cien veces más fuertes que los revolucionarios mal armados;
pero éstos lucharon con notable heroísmo y en pocos días presentaron tres
batallas encarnizadas. Rafael de Guillén fue hecho
prisionero y los soldados lo asesinaron en una forma salvaje, por orden del
coronel Luque. Cristóbal Bohórquez, el defensor incansable y heroico
de la libertad e igualdad sociales, cayó en el campo de batalla. Salvochea
luchó como un héroe; sabía que su causa estaba perdida, pero su valor era
inquebrantable. Finalmente, después que el ejército hubo conquistado los
sitios estratégicos más importantes y después de haber recibido los rebeldes
la noticia de que no había sido posible promover un levantamiento en
Málaga y en Sevilla, los revolucionarios dispersaron sus filas para
salvarse aisladamente. Sometiéndose a varios peligros, Salvochea y otros
lograron llegar a Gibraltar. De allí pasó a París, donde frecuentó los círculos avanzados que se
agrupaban en torno de "La Revue", "Le
Rapell" y otros periódicos radicales. De París Salvochea partió
para Londres, de donde pudo regresar a España gracias a la amnistía de 1871.
En Cádiz el pueblo lo acogió con indescriptible entusiasmo y ese mismo año
fue elegido alcalde.
Como alcalde de Cádiz, Salvochea trabajó mucho por el embellecimiento de
la ciudad, convirtiéndola en una de las más hermosas de España. Estableció
también algunas reformas útiles en la administración política. Pero no duró
mucho tiempo en su cargo porque en julio de 1873 estalló en España la
revolución cantonalista y Salvochea fue uno de los primeros en tomar el fusil
en la mano para la conquista de la igualdad económica y la autonomía local.
El 9 de febrero de 1873 el rey Amadeo de Saboya renunció
al trono y pocos días después fue proclamada la República
española. La lucha sangrienta de la Comuna de París había
producido gran impresión en España y se presentía que iban a ocurrir grandes
acontecimientos. Por eso Amadeo prefirió renunciar. Pero el pueblo tampoco
estaba conforme con la república centralista y debido a eso los hombres del
nuevo gobierno se vieron obligados a proclamar la república federativa el 8 de junio de 1873. Para pacificar a los descontentos se eligió para
la presidencia del ministerio al conocido proudhoniano Pi y Margall;
pero el 3 de julio, al establecerse la nueva Constitución, los federalistas se dieron
cuenta de que se trataba de engañarlos. Pi y Margall, el único hombre honesto
y resuelto del nuevo gobierno, renunció a su cargo por no querer traicionar
sus principios. Entre el 5 y el 13 de
julio se sublevaron numerosas ciudades proclamándose
como comunas independientes.
Salvochea se adhirió inmediatamente al movimiento federalista y fue
elegido presidente del comité administrativo de la comuna de Cádiz. Pero su situación era difícil a causa
de que había múltiples tendencias en el movimiento mismo. A principios de
agosto llegó a las puertas de Cádiz el general Pavía al
mando de un ejército. Salvochea y sus amigos defendieron la entrada de la
ciudad, pero los buques de guerra británicos del puerto de Cádiz se pusieron del lado de las tropas
del gobierno, terminando con ello toda tentativa de defensa interior.
Salvochea se hallaba en un lugar seguro cuando los soldados del general
Pavía entraron en la ciudad. Le hubiera sido muy fácil llegar en bote hasta
Gibraltar, pero al saber que muchos de sus amigos habían sido arrestados él
mismo se entregó en manos del enemigo a fin de compartir la suerte de sus
camaradas.
El consejo de guerra de Sevilla, lo condenó a reclusión
perpetua en una de las colonias penales de África. Su noble amigo Pablo
Laso se presentó voluntariamente ante el tribunal con la intención
de acompañar a Salvochea en su encierro. En marzo de 1874 ambos fueron enviados al presidio de
La Gomera. Salvochea soportó su destino con la mayor calma. Su familia le
ayudaba con dinero, pero él compartía hasta el último céntimo con los
desdichados presos y con los habitantes pobres de la colonia que lo veneraban
como a un santo. Salvochea era el espíritu bueno de la isla, amigo y hermano
de todo el mundo; su consuelo influía sobre todos evitando la desesperación.
En 1876, fue trasladado a Ceuta,
pero de allí fue nuevamente llevado a La Gomera. Durante los ocho años que
pasara en las colonias penales, Salvochea estudió la medicina teórica y
práctica, dedicando todos sus esfuerzos a los moradores de La Gomera. Pero él
mismo cumplió también una notable evolución intelectual en su cautiverio.
Estando aún en España había tomado una participación entusiasta en el
movimiento obrero español y fue uno de los primeros miembros de la
Internacional en ese país; pero fue en la reclusión donde halló el tiempo
necesario para ocuparse de las ideas y aspiraciones de la federación española
de la Asociación Internacional de Trabajadores; comprendió poco a
poco que la república federativa no era más que el último escalón en la
evolución libertaria y los escritos deBakunin y de otros
pensadores avanzados lo llevaron finalmente al anarquismo, que propagó con la
mayor energía hasta el último momento de su vida. En 1875, la madre de Salvochea trató de obtener el indulto
de su hijo. Gracias a la ayuda de varios amigos influyentes logró el
consentimiento de Cánovas del
Castillo; pero cuando Salvochea tuvo noticia de esta gestión
escribió a su madre una carta apasionada en la cual le prohibía hacer
esfuerzo alguno en favor de su indulto, declarando que prefería morir en la
prisión antes que aceptar un favor de sus enemigos más acérrimos. En 1883 la Municipalidad
de Cádiz hizo una nueva tentativa en este sentido, con
todo éxito, y el Tribunal Supremo resolvió conceder la amnistía a Salvochea.
Pero no habían contado con el férreo carácter del gran revolucionario. Cuando
el gobernador de la colonia penal le leyó su indulto, Salvochea rompió el
documento en presencia suya, declarando que para él sólo existían dos maneras
de ser libertado: o bien por su propia fuerza o por medio de una amnistía
general para los presos políticos. Es de imaginar la impresión que produjo su
actitud. Renunció Salvochea a la libertad y continuó en la prisión. Pero nueve
meses más tarde consiguió huir de La Gomera. Logró alcanzar un pequeño velero
árabe con el cual llegó a Gibraltar. Después de una corta permanencia en
Lisboa y en Orán se estableció en Tánger, residiendo allí hasta 1886, cuando, en virtud de la muerte de Alfonso XII,
pudo volver a España, donde fue recibido con un entusiasmo indescriptible.
Volvió Salvochea en un momento oportuno. De 1874 a 1881 el movimiento anarquista en España atravesó un
período espantoso. Las bárbaras leyes de excepción impidieron toda propaganda
pública. Centenares de compañeros padecían en las cárceles y sin embargo el
movimiento subsistía en las organizaciones secretas. Se editaban periódicos
clandestinos, como por ejemplo "El Orden", "Las
Represalias", "La Revolución Popular", "El
Movimiento", etc. Sólo en 1881 terminó ese período aciago y ese mismo año se celebró el primer
congreso público de los anarquistas españoles. De 1881 a 1892 el
movimiento tomó un considerable incremento, estando Salvochea siempre a la
vanguardia de sus camaradas. En 1886, es decir, poco tiempo después de volver a Cádiz, fundó un periódico
anarquista, "El Socialismo", y llevó a cabo una enérgica propaganda en Andalucía. En todas las
aldeas se organizaron los labriegos y el anarquismo hizo un progreso enorme
en la provincia entera. El gobierno contemplaba con terror ese movimiento.
Trató de suprimir el periódico por medio de una serie de procesos, pero sólo
consiguió fortificar la propaganda anárquica. Durante la aparición del
periódico, de 1886 a 1891,
Salvochea fue arrestado y condenando numerosas veces, pero su defensa
enérgica ante los jueces producía gran impresión, infundiendo cada proceso
más vigor al movimiento. Entonces el gobierno se valió de otro recurso. Ya a
principios de 1880 había difundido la noticia de que existía en Andalucía una
sociedad conspiradora, La Mano Negra, compuesta
de asesinos y ladrones e influida por los principios anarquistas. La prensa
reaccionaria repitió tantas veces esta invención que finalmente todo el mundo
la creyó y millares de personas fueron detenidas y a menudo condenadas por
ser miembros de la presunta Mano Negra. En el fondo, la policía
tenía la intención de disolver en esta forma la poderosa Asociación de los
labriegos españoles. El 1 de mayo de 1890,
Salvochea organizó una grandiosa demostración revolucionaria en toda
Andalucía, que produjo una impresión soberbia sobre los trabajadores de
España. Al año siguiente, en la misma fecha, se verificó una manifestación
análoga, aunque el gobierno había arrestado días antes a Salvochea y a otros
compañeros. Poco después del 1 de mayo estallaron dos explosiones en la
ciudad. A consecuencia de una murió un obrero y de la otra cuatro jóvenes. La
prensa reaccionaria, desde luego, sospechó de los anarquistas. "El
Socialismo" declaró inmediatamente que aquello era una
estratagema de la policía, pero poco después un ejército de pesquisas y
vigilantes invadió la redacción del periódico, "descubriendo" allí
dos bombas que ellos mismos, claro está, habían preparado. El resultado fue
que detuvieron a gran número de camaradas; Salvochea tuvo la misma suerte
algunas semanas después. Sucesos análogos ocurrieron también en Jerez de la Frontera, una de las ciudades más
revolucionarias de Andalucía. En agosto de 1891 fueron arrestados allí 157
anarquistas, acusados de pertenecer a La Mano Negra. Es claro que esas
infamias de la reacción provocaron un odio encarnizado entre los labriegos y
campesinos. Viendo pisoteados sus derechos más elementales, algunos
centenares de ellos resolvieron libertar por la fuerza a sus camaradas
encarcelados en Jerez. La noche del 8 de
enero de 1892, 500 labriegos y artesanos penetraron en la ciudad de Jerez al grito de "¡Viva
la revolución social!!Viva la anarquía!". Fueron muertos dos
terratenientes; al principio los soldados se asustaron y de este modo los
rebeldes lograron poner en práctica parte de su plan. Al amanecer, los
revolucionarios se tuvieron que retirar después de una lucha sangrienta con
la fuerza armada. La venganza de la burguesía fue terrible. El 18 de febrero de 1892 los anarquistas Lamela, Valenzuela, Bisiqui y El
Lebrijano fueron ajusticiados. Murieron heroicamente, saludando a la
muerte con el grito de "¡Viva la anarquía!" Y
ellos resultaron los más felices; otros diez y siete compañeros fueron
condenados a diez, doce, quince y veinte años de presidio y algunos aun a
perpetuidad. Entre los acusados estaba también Salvochea.El gobierno lo
acusaba de haber organizado la sublevación de Jerez, estando encerrado en la cárcel de Cádiz. En esta última ciudad no
hubo ningún juez que se hiciese cargo del proceso. En consecuencia Salvochea
fue puesto a disposición de un consejo de guerra, el cual lo condenó a doce
años de presidio.
La actitud de Salvochea ante sus jueces fue valiente. Bien sabía que iba
a ser condenado, costara lo que costara. Véase su diálogo con el juez:
Juez: "Está usted obligado a
contestar la verdad a todas las preguntas que le voy a formular".
Salvochea: "Este proceso no es más
que una comedia vergonzosa y yo estoy condenado ya antes de presentarme ante
ustedes; por lo tanto no tengo nada que contestar".
El juez: "La ley establece que el
acusado que renuncia a responder a las preguntas que le plantea el juez
reconoce su culpabilidad".
Salvochea: "Estoy resuelto a asumir
la responsabilidad de mi silencio".
El juez: "Pero debe usted
respetarme como juez".
Salvochea: "Para mí todos los
hombres son iguales. Yo no reconozco superiores y no tengo por qué
respetarle".
El juez le formuló todavía una docena de preguntas, pero Salvochea guardó
silencio.
Salvochea fue transportado a la cárcel de Valladolid, donde
debía cumplir su condena. Al principio se le tuvo aislado completamente del
mundo exterior y ni siquiera se le permitía escribir cartas. Sólo el 7 de noviembre de 1893, cuando estaba ya gravemente enfermo en el hospital
de la prisión, se permitió que algunos íntimos amigos suyos lo visitaran. Su
estado era de lo más espantoso que imaginarse pueda. El primer domingo
después de haber llegado a la cárcel de Valladolid, el director le exigió que
asistiese a misa. Salvochea se negó, diciendo que era ateo. "No
importa -replicó el director- usted irá a la iglesia o de lo
contrario lo encerraré en una celda subterránea". -"Prefiero
la celda"- contestó Salvochea. Fue alojado en una cueva horrible, en
un agujero oscuro, húmedo y frío. Pasaron algunos meses; Salvochea enfermó a
causa de la humedad y sintió que sus fuerzas le iban abandonando de día en
día. No podía esperar salvación alguna, porque España atravesaba entonces un
período reaccionario. En este estado resolvió suicidarse, para
poner fin a sus dolores. Con una vaina rota se produjo dos heridas profundas
en las venas del cuello y en un costado. Luego se tendió en el suelo y perdió
el conocimiento. Pero debido al horrible frío que reinaba en la celda su
sangre se congeló en las venas y esta fue su salvación.
Habiéndolo encontrado en tan espantoso estado el director se acobardó. Lo
trasladó al hospital y poco a poco fue reponiéndose. Al recobrar la salud el
director le ofreció un puesto de escribiente en la prisión, pero Salvochea se
resistió a aceptar, diciendo que no quería ser un sirviente del Estado, ni
siquiera en esa forma. El 21 de
agosto de1898 fue trasladado a la cárcel de Burgos. Allí su situación
era mejor. Tradujo una obra de astronomía deFlammarion, produciendo
algunos otros trabajos de carácter literario. Por fin, en 1899, cuando los prisioneros de Montjuich fueron
libertados, gracias al vasto movimiento de protesta, se abrieron también para
Salvochea las puertas de la prisión. Se dirigió a Cádiz donde el pueblo lo
acogió con señalado júbilo. Su espíritu seguía siendo siempre el mismo, pero
su salud, sobre todo la vista, sufría mucho a causa de los largos años de
encierro.
Salvochea se mostró activo hasta el final de sus días. Sacrificó sus
bienes y su sangre, toda su fortuna, por el ideal en que creía y llegó a ser
tan pobre como el proletario más indigente. Escribió numerosos artículos para
la prensa anarquista de España y editó también algunos folletos. Su último
trabajo literario ha sido una excelente traducción de Campos, fábricas y
talleres de Kropotkin, que se publicó primeramente en La Revista Blanca y
luego en libro.
Fallece el 28 de septiembre de 1907. Su
muerte causó un mar de lágrimas y su sepelio dio lugar a una manifestación
enorme, en la que participaron cerca de 50.000 personas. De todos los pueblos
y aldeas afluyeron los pobres y desheredados para despedirse del extinto.
Centenares de mujeres besaban los labios fríos que antes llamaran con tanta
frecuencia a la lucha por el pan y la libertad. Ese día cayó en Cádiz un
tremendo aguacero cuando la comitiva pasaba al lado del ayuntamiento. El alcalde
ordenó que entrasen en el Ayuntamiento diciendo: "Esta es su
casa. Que no salga de ella hasta que no acabe la lluvia".
Al ser depositado en la fosa el cadáver del inolvidable camarada,
millares de bocas exclamaron: "¡Viva la anarquía!".
Bibliografía
·
Rudolf Rocker: Fermín Salvochea. 1945
·
Pedro Parrilla Ortiz: El Cantonalismo Gaditano. Caja de Ahorros de Cádiz. Cádiz.
1983
Antonio Jesús Pinto Tortosa
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