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Félix Carrasquer Launed era
el hijo del secretario del ayuntamiento de Albalate de Cinca. En
una época de tremendas desigualdades sociales, esta circunstancia hubiera
bastado para que creciera alejado de los hijos de los agricultores o
jornaleros. Pero sucedió justo lo contrario: prefería su compañía y se
recuerda a sí mismo robando pan en casa para dárselo a los niños que no tenían
[1].
Cuando acudió a la escuela sufrió una terrible
decepción. Había aprendido a leer en su casa. El maestro le advirtió que
allí se iba a obedecer, quiso pegarle, Félix se escapó y decidió que no
volvería a la escuela. Para que reconsiderara su decisión, le encomendaron
el cuidado de unas cabras. Enseguida se manifestó su
miopía y su padre pensó que lo más conveniente era que no estudiara y que
aprendiera, llegado el momento, un oficio. Aquello lejos de incomodarle, le
hizo un niño feliz. Pasaba el día en el monte, leyendo y observando la
naturaleza. Creció lejos de la presión autoritaria de los padres y de la
escuela. Quizá ésta es una de las razones de su defensa de la autogestión,
la libertad y la cooperación en todos sus proyectos educativos.
Barcelona: pan, libros y sueños
En 1919 decidió trasladarse a Barcelona, una
ciudad que representaba el sueño de la libertad, la posibilidad de asomarse
al mundo, la promesa de ampliar horizontes, la conquista de la
independencia y las indudables oportunidades culturales. “No hice otra cosa
–sostiene Casrrasquer- que devorar libros y soñar”. En Barcelona
descubrió las bibliotecas populares, los ateneos libertarios y las
librerías de lance de las inmediaciones de Las Atarazanas. Leía
insaciablemente hasta que le vencía el cansancio. Su pasión por la lectura
motivó que sólo aceptara trabajos que le dejaban tiempo para leer, tiempo
para conocer, tiempo para aprender. Así decidió colocarse en un horno de
pan. Trabajaba por la noche y tenía gran parte del día libre. Ya había
leído a Cervantes, Pereda, Quevedo, Santa Teresa y algunos escritores más
que formaban la biblioteca de su padre en Albalate de Cinca. En
Barcelona descubrió a Shakespeare, Dickens, Voltaire, Zola, Turguenef,
Dostoievski, Baroja, Azorín… y husmeando por la bibliotecas llegó
a Malatesta, Proudhon, Anselmo Lorenzo, Pi i Margal, Ricardo
Mella, etc.
“Si no puedo leer, la vida me importa un comino”.
Ésta fue la contestación de Félix Carrasquer cuando el doctor Barraquer le
diagnosticó la grave dolencia que terminaría dejándole totalmente ciego y
le recomendó que leyera lo menos posible, que dejara descansar sus ojos.
“Si no puedo leer, la vida me importa un comino”. Cómo me recuerda esta
actitud a Joaquín Costa cuando en su diario de juventud escribió: “Si no
puedo estudiar, no quiero vivir”. Las dos frases resumen la pasión por el
conocimiento, el deseo de saber, de apropiarse del mundo, la
pretensión de entenderlo todo.
En Barcelona, la ciudad modernista que bullía
cultural y políticamente, Carrasquer comenzó a forjar su
conciencia, su manera de entender la realidad. Durante los primeros años
veinte, conoció el pistolerismo de la patronal, el movimiento obrero, y,
sobre todo, el anarquismo. Una mañana escuchó unos disparos desde la puerta
de la panadería en que trabajaba. Habían asesinado a Salvador Seguí, el noi del
sucre.
Desde 1919 a 1936 Félix Carrasquer pasaría
períodos en Barcelona o en Albalate, como si el destino le llevara y
el trajera de las orillas del Cinca a la costa mediterránea. Durante toda
su vida, en distintos momentos -al volver a Albalate, tras el exilio,
al salir de la cárcel- Félix Carrasquer hacía pan con
las mismas manos que le ayudaban a orientarse, con las manos de escribir y
de escrutar el mundo, con las manos que buscaban la esencia de las cosas,
con las manos de acariciar a las personas que amaba.
La única revolución posible
Después de leer novelas y poesía, Carrasquer descubrió
el ensayo. Le apasionaban los libros de historia, de sociología y de
filosofía porque le permitían entender el mundo. La Escuela Moderna de
Ferrer, el método de Decroly, el pensamiento pedagógico de Pestalozzi o la
escuela del trabajo de Kerchensteiner iniciaron su preocupación
por la educación. Llegó al convencimiento de que sólo la educación
propiciaría la auténtica revolución, de que sólo desde la educación podría
construirse un nuevo modelo de sociedad y comenzó a leer sin tregua ni
descanso obras de Tolstoi, Decroly, Giner de los Ríos, Pedro de Alcántara,
Manuel Bartolomé Cossío, Coussinet… Se planteó estudiar magisterio,
pero le bastó leer la relación de materias que componían el plan de
estudios para concluir que no iba a aprender nada, que su paso por la
Escuela Normal de maestros no habría de aportarle nada que no hubiera
aprendido en el tiempo que había dedicado a las lecturas pedagógicas.
A finales de 1929 volvió a Albalate de
Cinca. Allí organizó una asociación cultural, una biblioteca popular, una
cooperativa, una compañía de teatro que recorrió con sus obras todos los
pueblos de la ribera. Aquellos años fueron el ensayo ideal para los
proyectos que Carrasquer impulsaría más tarde.
En 1932 se produjo un hecho determinante en la
vida de Félix Carrasquer: la ceguera. Mientras representaba una obra
de teatro en Torrente de Cinca comenzó a sufrir los efectos de un
desprendimiento de retina. Tras una dolorosa intervención en la clínica del
doctor Barraquer, se confirmaron los peores pronósticos. Entonces se
propuso aprender a escribir con la antigua máquina de su padre. Y lo
consiguió antes de quedarse ciego.
En diciembre de 1933, cuando mejor funcionaba el
grupo cultural que había organizado y se habían consolidado las
conferencias, el grupo de canto y las veladas de lectura, Carrasquer tuvo
que abandonar Albalate de Cinca, como consecuencia del movimiento
revolucionario. Dejaban demasiadas cosas atrás, los sueños, el entusiasmo,
la ilusión por lo que habían conseguido… Atravesando el monte se trasladó a
Lérida acompañado de Castro, otro joven albalatino. En Lérida les
acogió Pepita Uriz, profesora de la Escuela Normal de Maestras y
directora de la residencia de estudiantes de magisterio. Unos días más
tarde una compañera les llevó a su casa. Félix Carrasquer no
podía dejar de pensar en los sueños rotos, en las consecuencias de la
violencia. Habían querido imponer la revolución, pero nada se conseguiría
jamás con la violencia. La violencia no podía inaugurar el tiempo de la
libertad. Era preciso educar al ser humano, cambiar su mentalidad, dotarle
de las herramientas intelectuales precisas para que se liberara de
supersticiones y creencias atávicas. Este camino solo podía recorrerse por
la educación. Además de estas reflexiones, en Lérida coincidió con Patricio
Redondo, José Tapia y Herminio Almendros, el principal introductor de la
pedagogía de Freinet en España[2]. Carrasquer intuyó
el potencial educativo, formativo y emancipador de la imprenta, de la
palabra y de la escritura, tal y como él mismo había experimentado.
Escribir le permitía apropiarse del mundo, reconstruirlo, volver sobre él.
En todas las iniciativas educativas en las que participó Carrasquer la
imprenta Freinet tuvo un destacado lugar.
La escuela Eliseo Reclus
En 1935, de nuevo en Barcelona, Carrasquer expuso
al Ateneu Enciclopedic de Les Corts su proyecto de
creación de una escuela libertaria que finalmente abrió sus puertas en el
número 184 de la calle Vallespir. La libertad, la autogestión, la
cooperación y la solidaridad fueron los principios nucleares de esta
experiencia educativa [3].
En la escuela de la calle Vallespir coincidieron
los cuatro hermanos Carrasquer: Félix, José, el único que había
estudiado magisterio, Francisco y Presen. José dejó su plaza de maestro en
Aguilar (Huesca) para poder oficializar con su título de maestro esta escuela
[4].
La experiencia de la escuela Eliseo Reclus influyó
en los proyectos educativos posteriores de Carrasquer. La organización
de la escuela es un ejemplo del interés pedagógico de este ensayo.
Se trabajaba con la imprenta escolar, publicaban
una revista titulada Ferrer, un evidente homenaje al fundador
de la Escuela Moderna. Los niños decidían por sí solos qué trabajos escolares
iban a realizar, se organizaban en grupos, resolvían colectivamente los
problemas. La disciplina dejaba paso a la libre iniciativa y la
colaboración. Se trataba de crear un funcionamiento basado en la libertad,
la cooperación, la ayuda mutua. Un elemento esencial era la asamblea de
niños y de maestros. Junto a los principios pedagógicos propiamente libertarios
[5] en la Escuela Eliseo Reclús se incorporaron los
principios de la Escuela Nueva.
Matilde Escuder, la mujer que se convertiría
en la compañera de Félix Carrasquer, era maestra en Ibiza y
desencantada de la escuela tradicional y de la formación que había recibido
en la Escuela Normal, acudió a Barcelona para estudiar el funcionamiento de
las escuelas racionalistas. Cuando visitó la escuela regentada por los
hermanos Carrasquer se llevó una grata sorpresa al comprobar que
“niños y niñas de todas las edades iban de un lado para otro con seguridad
y holgura, unos para consultar en la biblioteca, con el profesor o con un
compañero; algunos trabajando en la imprenta, dibujando, calculando o
tomando medidas; otros, agenda y lápiz en mano, disponiéndose para salir a
la calle en busca de algún dato interesante. Todo era muy distinto a aquel
silencio impuesto, de la inmovilidad o el orden riguroso que casi todos
nosotros hemos conocido en la escuela de nuestra infancia” [6].
José Carrasquer se responsabilizó de la
clase de los niños mayores. Se sirvió de la imprenta, del proyector de
cine, y de todas las herramientas que pudo reunir para los talleres. Pronto
trabajaron con el método de proyectos de Kilpatrick. El algodón, la
revolución francesa, el transporte, el vestido, la primera internacional de
los trabajadores fueron algunos de los temas que desarrollar los chicos y
chicas de esta clase organizados en grupos libremente constituidos. La
clase se convertía en una bulliciosa colmena.
La escuela Eliseo Reclus estuvo abierta
a participación de la comunidad. Personas vinculadas con el Ateneo acudían
a las aulas a trabajar con los niños: coser, modelar con arcilla, talleres
de carpintería, de pintura, etc.
La guerra civil. El pasado compartido. La escuela
de militantes de Monzón
Cuando la Escuela Eliseo Reclus había
superado el centenar de alumnos, cuando mejor funcionaba y había razones
fundadas para el optimismo, estalló la guerra civil. En 18 de julio de 1936
había 10.000 libertarios –entre ellos José y Francisco Carrasquer-
en las calles de Barcelona, defendiendo la ciudad de los
sublevados.
“Hubiéramos podido continuar las clases algún
tiempo –escribió Félix Carrasquer-, pero estábamos unidos al pueblo y
solidarizados con sus vivencias. De ahí que mis hermanos, después de haber
luchado en la calle se fueran al frente con los primeros grupos que
salieron hacia Aragón” [7].
A Félix Carrasquer le encomendaron la
dirección de la maternidad de Barcelona, pero impresionado por la lección
de cooperación y solidaridad que Aragón le dio al mundo con la creación de
las colectividades[8], decidió abandonar su trabajo en la
Maternidad para colaborar en la gestión y organización de las
colectividades ya que según su propio testimonio, “por todas partes bullía
el entusiasmo y la euforia (…); pero algunas de las colectividades que
visité carecían de una administración responsable y de una previsión de
futuro. Todo se fiaba al azar a la improvisación sobre la marcha” [9].
Félix Carrasquer redactó el proyecto de
la Escuela de Militantes que finalmente se instaló en Monzón [10],
un centro destinado a formar a los gestores de las colectividades.
A principios de 1937, la escuela comenzó a
funcionar con cuarenta jóvenes de ambos sexos de 14 a 17 años, aunque
predominaban los varones, en régimen de internado en una torre con un
amplio huerto.
Los principios pedagógicos de la Escuela de
Militantes podían resumirse en la necesidad de que la educación abarcara
aspectos técnicos, ideológicos y animación sociocultural; que las
relaciones entre alumnos y profesores se basaran en la libertad y la
solidaridad, eliminando la autoridad; que la autogestión presidiera el
funcionamiento económico y administrativo y que las decisiones se tomaran
en asamblea; el aprendizaje autónomo, ligando teoría y práctica; y,
finalmente, la escuela debería vincularse a la vida regional,
convirtiéndose en un foco de irradiación cultural hacia el entorno. Por eso
los domingos salían por los pueblos en misión de solidaridad pedagógica y
de recreo.
El Plan de Estudios combinaba la formación teórica
o intelectual con la práctica. No hay que perder de vista que los jóvenes
que se formaban en este centro estaban destinados a ser los gestores y
dinamizadores de las colectividades. Se trataba de introducir un poco de
racionalidad en aquel movimiento romántico y entusiasta, pero alejado, en
ocasiones, del rigor y de las exigencias de la realidad. El plan de
estudios comprendía materias como el perfeccionamiento del lenguaje oral y
escrito; la historia de la evolución social; nociones prácticas de
aritmética y geometría, contabilidad; psicosociología –preparación para
dinamizar, las reuniones, favorecer la toma de decisiones, estimular la
participación, etc.; trabajos agrícolas y ganaderos. Además se publicaba
una revista mensual Colectivización.
En agosto de 1937 comenzaron los ataques de los
comunistas contra las colectividades. La Escuela de Militantes sufrió estas
hostilidades. Además, a finales de septiembre Monzón padeció un terrible
bombardeo y un proyectil cayó en el huerto de la escuela. Los chicos
insistían en abandonar aquel empazamiento, sobre todo los de Albelda.
Decían que la colectividad tenía allí una torre –Torre Moncasi- idónea
para la Escuela. Allí se trasladaron en el invierno de 1937. Con este
cambio de ubicación se inició el peregrinaje y la decadencia de la escuela.
La guerra impuso sus urgencias. En 1938 la escuela tuvo que trasladarse a
Caspe, luego a Llançá, en la comarca de Figueras. Allí Félix Carrasquer recibió
la noticia de que su hermano José había muerto en el frente de Teruel,
cerca de Mora de Rubielos. A finales de octubre de 1938, la escuela se
instaló en Sant Vicens dels Horts. Cada día anunciaba
de un modo más contundente la derrota de la República. Desapareció el
entusiasmo, las colectividades fueron desmanteladas, la insolidaridad se
manifestaba cuando se extendía el miedo…
El exilio
El 25 de enero de 1939, cerraron la Escuela de
Militantes y tanto los estudiantes como los adultos responsables del centro
cruzaron la frontera francesa y fueron conducidos a Portanlier, cerca
de Suiza. Junto a otros trescientos refugiados se instalaron en una antigua
fábrica de automóviles. En los meses siguientes casi todos los chicos de la
escuela volvieron con sus familias. Félix Carrasquer pudo visitar
a Madame Descoudres, conoció a Piaget, a Bobet y a Claparède en
el Instituto J.J. Rousseau. Después fue conducido al campo de Argèles donde
se reunió con Presen, su hermana, y con varios chicos de la Escuela de
Militantes. El 14 de abril de 1940 Carrasquer salió de Argèles en
dirección a una finca que el Gobierno republicano español tenía en Château de
la Vallete, en Presigny, cerca de Orleans. Se trataba de una
residencia para mutilados e inválidos de la guerra. El director de este
centro era José Ontañón, un prestigioso profesor de la Institución
Libre de Enseñanza poco habituado a tratar con trabajadores. Félix Carrasquer se
sirvió de su capacidad de persuasión y de sus dotes organizativas para
convertir aquella masa de hombres en ruinas, ahogados en sus propios
rencores, en una comunidad que aprendía y que afrontaba con coraje el
futuro. Organizaron el trabajo y el estudio. Combinaban el trabajo manual
en las tierras y en los talleres con el estudio de la lengua francesa.
Cuando el programa mejor funcionaba y se había iniciado una trayectoria
prometedora, la invasión alemana les obligó a abandonar la finca. Carrasquer fue
detenido y conducido primero a Vernet y posteriormente a Noé. Sufrió todas
las penalidades de los campos de concentración. A finales de marzo de 1943
logró fugarse. En mayo llegó a Andorra y el 10 de junio, escondido en un
camión de leche, entraba en Barcelona -otra vez Barcelona-, “con el corazón
algo oprimido y la cabeza llena de proyectos”[11]. Comenzaría
entonces su particular lucha contra la dictadura del general Franco. Carrasquer hacía
pan e imprimía boletines –como Represióno El Martillo-,
para denunciar las torturas y la irracionalidad del Régimen, para mantener
el ánimo y la esperanza del pueblo resistente. Como aquella España era un
nido de confidentes, Carrasquer fue detenido y
encarcelado durante un año.
Al salir de la cárcel, aceptó ir a
Madrid con el encargo de reorganizar el Comité Nacional de la CNT. Sabía
que lo iban a detener. “Caímos como estaba escrito”. El fiscal solicitó
pena de muerte. Finalmente fue condenado en el consejo de guerra a 25 años
de prisión, de los que cumplió 12.
“Seguiré en pie, seguiré aprendiendo”
Félix Carrasquer aceptó el compromiso
que su tiempo y la sociedad le exigían. Ni los años de cárcel, ni las
penalidades que hubo de soportar durante el exilio mermaron su esperanza
inquebrantable en un mañana mejor. Félix Carrasquer mantuvo su
compromiso militante con la educación y con la libertad. Los doce años de
reclusión en la cárcel de Ocaña no debilitaron sus convicciones. En cuanto
recobró la libertad quiso trasladarse a Barcelona. Como las autoridades le
prohibieron vivir allí, consiguió un pasaporte con autorización sólo para
salir del país. En 1960 se instaló en Francia y organizó una granja-escuela
en Thil, en el alto Garona, con el propósito de formar una
colectividad y un centro de estudios.
A pesar de no haber cursado la carrera de
magisterio, a pesar de no haber asistido a la escuela más que dos días en
toda su vida, Félix Carrasquer fue uno de los grandes educadores
aragoneses del siglo XX. Creyó radicalmente en el potencial emancipador y
transformativo que encierra la escuela, en la necesidad de educar en
libertad, en la bondad del ser humano, en la capacidad del individuo para
protagonizar y autodirigir su propio proceso de aprendizaje, en
las infinitas posibilidades que encierra la cooperación. Fue capaz de
levantar varios proyectos educativos basados en los principios de la
pedagogía libertaria y en los postulados de la Escuela Nueva. Todas estas
iniciativas fueron interrumpidas por las guerras, por la brutalidad de la
sinrazón, pero dejaron en el horizonte de nuestras aspiraciones pedagógicas
el referente utópico de lo que pudo ser.
Félix Carrasquer fue un intelectual
comprometido con el tiempo y la época en que vivió, un hombre que planteo
una reflexión permanente sobre la sociedad, la libertad, la condición
humana, la educación y la justicia. Gozó de la amistad de intelectuales y
destacados activistas libertarios como Ramón J. Sender, Ramón Acín,
Paco Ponzán, Evaristo Viñuales, Felipe Aláiz o Antonio Ejarque.
A pesar de los rumbos que han tomado tanto la
sociedad como la educación durante las últimas décadas –o, quizá,
justamente por eso- es necesario reivindicar la vigencia del pensamiento de
Félix Carrasquer, el hombre que sabía hacer pan, el intelectual de
manos útiles, el hombre que veía nítidamente aquello que otros no llegaban
a intuir.
NOTAS
[1] La revista Anthropos dedicó
una de sus monografías a Félix Carrasquer. En ese número, Félix Carrasquer escribió
un extenso artículo “Autopercepción intelectual de un proceso histórico.
Notas autobiográficas”, imprescindible para entender su trayectoria
personal y profesional. Véase Anthropos, noviembre de 1988, Nº.
90, pp. 13-30.
[2] Recientemente se ha publicado el conmovedor
diario que redactó Herminio Almendros desde que salió de Barcelona hasta
que se instaló definitivamente en La Habana. ALMENDROS, Herminio: Diario de un maestro
exiliado. Edición al cuidado de Amparo Blat y Carme Doménech,
Valencia, Pre-textos, 2005.
[3] CARRASQUER,
Félix: Una experiencia de educación autogestionada. Escuela
“Eliseo Reclus”, calle Vallespir, 184. Años 1935-1936,
Barcelona, edición del autor, 1981.
[4] José Carrasquer había estudiado
magisterio en la Normal de Barcelona. Destinado en Aguilar, un pueblo
cercano a Graus, compró una imprenta para trabajar con la metodología de Freinet.
Los niños de la escuela publicaban una revista titulada Sencillez.
Según Félix Carrasquer, su hermano José “hizo maravillas. Además de
las clases cotidianas reunía al pueblo por la noche, les daba algunas
clases y, sobre todo les contaba cuentos, les hacía cine con una máquina
pequeñita movida a mano, dado que no había electricidad. Dio vida a un
poblado que estaba dormido (…) se segó una vida plena de ilusiones y
promesas. Es lo de siempre, la maldita guerra, que a menudo fomentamos en
las escuelas con esos ditirambos patrioteros, más propios del clan que de
las sociedades apellidadas civilizadas” Carta de Félix Carrasquer desde Thil-Levignac a
Enrique Satué). Véase SATUÉ,
Enrique: Caldearenas. Un viaje por la historia de la escuela y el
Magisterio rural, Huesca, Edición del autor, 2000., pp. 275-276.
[5] No es éste el momento de detenernos en el
análisis de estos principios que podemos resumir en: la educación es
inseparable de la revolución; la necesidad de aprender en libertad; la
educación debe desarrollar al hombre integralmente; la educación debe
promover lo específico de cada persona; la educación no reduce su acción a
la infancia; la educación no está circunscrita a las instituciones
escolares (importancia de ateneos, bibliotecas, grupos de teatro, etc.); la
educación debe hacer al hombre moral y solidario.
[6] ESCUDER,
Matilde, Prólogo a la obra Carrasquer, Félix: Una
experiencia de educación autogestionada. Escuela “Eliseo Reclus”… op.
cit., pp. 11-12.
[7] CARRASQUER,
Félix, Una experiencia de educación autogestionada. Escuela
“Eliseo Reclus”,… op. cit. p. 156.
[8] WILLEMSE, Hanneke, Pasado
compartido. Memorias de anarcosindicalistas de Albalate de Cinca
(1928-1938), Prensas Universitarias de Zaragoza, 2002. [Traducción y
presentación de Francisco Carrasquer].
[9] CARRASQUER,
Félix, La escuela de militantes de Aragón. Una experiencia de
autogestión y de análisis sociológico, Barcelona, Ediciones Foil,
1978, p. 22.
[10] CARRASQUER,
Félix, Las colectividades de Aragón. Un vivir autogestionado promesa
de futuro, Barcelona, Laia, 1986.
[11] CARRASQUER,
Félix: “Autopercepción intelectual de un proceso histórico. Notas
autobiográficas”… op. cit., p. 28.
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Revista Aula Libre Febrero 1981 |
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